sábado, 23 de junio de 2012

La importancia de la claridad



Esta semana he tenido la oportunidad de hablar con varios amigos sobre el tema de la claridad en la vida: el tener la capacidad de formular ideas propias, estructurar proyectos y planes de futuro de manera coherente, ordenada, precisa y efectiva. La claridad es la base de una vida estable, sana y tranquila; y por supuesto, una clave del éxito que bastante gente pasa por alto.
                En muchos casos, he tenido la oportunidad de ver a personas de inteligencia rutilante, realmente brillantes, asertivas, que podrían tener un tremendo futuro por delante, de sólo ponerse las pilas en volver sobre sí mismos y pensar con tranquilidad los temas importantes para sus vidas. A ese efecto, me parece que el autoconocimiento, la capacidad de reflexión y la abstracción son fundamentales: mucha gente tiene la inteligencia, la sabiduría y la conexión con el exterior, pero carece del conocimiento necesario sobre sí mismo, de la capacidad de pensar en sí, o son de pensamiento demasiado concreto, lo que no les permite pensar en clave antropológica o autorreflexiva.
                La vida en general tiene muchos carices, y a veces los seres humanos tendemos a obnubilarnos con determinadas aristas, con ciertos hechos, o a confundirnos con determinadas experiencias que vivimos. Es en esas situaciones en que tener la cabeza clara y fría es fundamental. Cuando tenemos un objetivo claro en la vida, o por lo menos en un determinado período de ella, podemos incluso darnos el lujo de desviarnos levemente del camino sin perder el trazo; mientras que cuando se está confundido, poco claro, inseguro con respecto a la meta, cualquier desvío puede ser la perdición, pues nos puede sacar definitivamente de la pista de nuestros proyectos, y en ciertos casos, desconectarnos definitivamente de ellos, arriesgando la propia felicidad o estabilidad.
                Por eso, cada vez que nos vemos enfrentados a nuevas experiencias, o que tenemos la posibilidad de tomar nuevos caminos, es importante preguntarse si esos caminos nos desvían o no de nuestras metas de vida, de nuestro objetivo final. Evidentemente, si ello es así, sería conveniente descartarlas o experimentarlas con cierta cautela. Sin embargo, mucha gente se pierde no porque no se hagan esta pregunta, sino porque al hacérsela simplemente no encuentran respuesta en su cabeza: en términos simples, no tienen un objetivo coherente y ordenado en la vida por el que deban luchar
                En este sentido, no es suficiente hacer proposiciones básicas que suenan bonitas pero carecen de contenido, como el archiconocido y manoseado “ser feliz”; evidentemente todos queremos ser felices, conseguir placer y evitar el dolor, alcanzar la ataraxia, etc. La claridad de objetivos no puede ir en función de generalidades, sino que es específica a las necesidades de cada persona; todos queremos ser felices, pero sólo yo quiero desempeñarme como juez, vivir en determinado lugar, tener un específico estilo de vida. Y eso es lo que debe ser definido, pensado y reflexionado, revuelto, puesto a prueba y desmenuzado. Sólo así se alcanza la seguridad de lo que se quiere en la vida.
                Ahora bien, el tema también debe tener una utilización pragmática: ¿De qué me sirve la claridad? ¿De qué me sirve tener claro lo que quiero en la vida? Las personas somos seres de estructuras, que nos movemos dentro de un mundo ordenado y coherente. Todos necesitamos estructuras, no podemos jugar a ser superhombres y vivir de forma desordenada y caótica. Tenemos estructuras de pensamiento, de filosofía, estructuras físicas, ordenamientos, líneas de acción. Los seres humanos construimos nuestras vidas alrededor de objetivos, de tareas, de resultados. Somos seres orientados a resultados, orientados al cumplimiento de objetivos y metas claras. En este sentido, el tener claridad de mente y de objetivos en la vida es fundamental: permite dar una estructura, un orden determinado a nuestras vidas, y en definitiva, reordenar todo nuestro modo de vida en torno a los mismos, desde la forma en que pensamos hasta lo que comemos, hacemos y no hacemos, incluso lo más insignificante.
                Las personas que carecen de claridad son fácilmente reconocibles: ánimo cambiante, temperamento voluble, indecisas, de comportamiento errático. Las personas poco claras son verdaderas veletas: cambian de opinión y de pensamiento a cada momento, se van moldeando a las circunstancias, se comportan como camaleones en la vida, cambiando su forma de ser rápidamente a medida que se moldean a las circunstancias.
                Esto no significa que ser flexible sea un defecto, pero la flexibilidad tiene un cierto límite: No somos las personas las que debemos adaptarnos al mundo, sino que es el mundo el que se debe acomodar a nuestros objetivos, somos nosotros los que debemos orientar al mundo hacia nuestros fines, adaptando nuestro comportamiento a ello, cambiando nuestros propios mundos interiores en forma tal que dichos cambios se traduzcan en modificaciones al mundo externo que nos rodea, y que redunden en el cumplimiento de nuestras metas.
                En conclusión, la claridad de pensamiento, en mi opinión, es una de las piedras angulares de la gran construcción que es la vida: es la piedra que permite concluir estructuras sólidas de pensamiento, de vivir lo que queremos vivir y como queremos vivirlo, de poder cumplir nuestros objetivos y llevarlos a la concreción mediante nuestra propia intervención en el mundo. La claridad es lo único que nos permite, en definitiva, convertirnos en protagonistas de nuestra propia historia y cumplir ese papel en propiedad, con mirada de futuro.