Esta semana he tenido la
oportunidad de hablar con varios amigos sobre el tema de la claridad en la
vida: el tener la capacidad de formular ideas propias, estructurar proyectos y
planes de futuro de manera coherente, ordenada, precisa y efectiva. La claridad
es la base de una vida estable, sana y tranquila; y por supuesto, una clave del
éxito que bastante gente pasa por alto.
En
muchos casos, he tenido la oportunidad de ver a personas de inteligencia
rutilante, realmente brillantes, asertivas, que podrían tener un tremendo
futuro por delante, de sólo ponerse las pilas en volver sobre sí mismos y
pensar con tranquilidad los temas importantes para sus vidas. A ese efecto, me
parece que el autoconocimiento, la capacidad de reflexión y la abstracción son
fundamentales: mucha gente tiene la inteligencia, la sabiduría y la conexión
con el exterior, pero carece del conocimiento necesario sobre sí mismo, de la
capacidad de pensar en sí, o son de pensamiento demasiado concreto, lo que no
les permite pensar en clave antropológica o autorreflexiva.
La
vida en general tiene muchos carices, y a veces los seres humanos tendemos a
obnubilarnos con determinadas aristas, con ciertos hechos, o a confundirnos con
determinadas experiencias que vivimos. Es en esas situaciones en que tener la
cabeza clara y fría es fundamental. Cuando tenemos un objetivo claro en la
vida, o por lo menos en un determinado período de ella, podemos incluso darnos
el lujo de desviarnos levemente del camino sin perder el trazo; mientras que
cuando se está confundido, poco claro, inseguro con respecto a la meta,
cualquier desvío puede ser la perdición, pues nos puede sacar definitivamente
de la pista de nuestros proyectos, y en ciertos casos, desconectarnos
definitivamente de ellos, arriesgando la propia felicidad o estabilidad.
Por
eso, cada vez que nos vemos enfrentados a nuevas experiencias, o que tenemos la
posibilidad de tomar nuevos caminos, es importante preguntarse si esos caminos
nos desvían o no de nuestras metas de vida, de nuestro objetivo final.
Evidentemente, si ello es así, sería conveniente descartarlas o experimentarlas
con cierta cautela. Sin embargo, mucha gente se pierde no porque no se hagan
esta pregunta, sino porque al hacérsela simplemente no encuentran respuesta en
su cabeza: en términos simples, no tienen un objetivo coherente y ordenado en
la vida por el que deban luchar
En
este sentido, no es suficiente hacer proposiciones básicas que suenan bonitas
pero carecen de contenido, como el archiconocido y manoseado “ser feliz”;
evidentemente todos queremos ser felices, conseguir placer y evitar el dolor,
alcanzar la ataraxia, etc. La claridad de objetivos no puede ir en función de
generalidades, sino que es específica a las necesidades de cada persona; todos
queremos ser felices, pero sólo yo quiero desempeñarme como juez, vivir en
determinado lugar, tener un específico estilo de vida. Y eso es lo que debe ser
definido, pensado y reflexionado, revuelto, puesto a prueba y desmenuzado. Sólo
así se alcanza la seguridad de lo que se quiere en la vida.
Ahora
bien, el tema también debe tener una utilización pragmática: ¿De qué me sirve
la claridad? ¿De qué me sirve tener claro lo que quiero en la vida? Las
personas somos seres de estructuras, que nos movemos dentro de un mundo
ordenado y coherente. Todos necesitamos estructuras, no podemos jugar a ser
superhombres y vivir de forma desordenada y caótica. Tenemos estructuras de
pensamiento, de filosofía, estructuras físicas, ordenamientos, líneas de acción.
Los seres humanos construimos nuestras vidas alrededor de objetivos, de tareas,
de resultados. Somos seres orientados a resultados, orientados al cumplimiento
de objetivos y metas claras. En este sentido, el tener claridad de mente y de
objetivos en la vida es fundamental: permite dar una estructura, un orden
determinado a nuestras vidas, y en definitiva, reordenar todo nuestro modo de
vida en torno a los mismos, desde la forma en que pensamos hasta lo que comemos,
hacemos y no hacemos, incluso lo más insignificante.
Las
personas que carecen de claridad son fácilmente reconocibles: ánimo cambiante,
temperamento voluble, indecisas, de comportamiento errático. Las personas poco
claras son verdaderas veletas: cambian de opinión y de pensamiento a cada
momento, se van moldeando a las circunstancias, se comportan como camaleones en
la vida, cambiando su forma de ser rápidamente a medida que se moldean a las
circunstancias.
Esto
no significa que ser flexible sea un defecto, pero la flexibilidad tiene un
cierto límite: No somos las personas las que debemos adaptarnos al mundo, sino
que es el mundo el que se debe acomodar a nuestros objetivos, somos nosotros
los que debemos orientar al mundo hacia nuestros fines, adaptando nuestro
comportamiento a ello, cambiando nuestros propios mundos interiores en forma tal
que dichos cambios se traduzcan en modificaciones al mundo externo que nos
rodea, y que redunden en el cumplimiento de nuestras metas.
En
conclusión, la claridad de pensamiento, en mi opinión, es una de las piedras
angulares de la gran construcción que es la vida: es la piedra que permite
concluir estructuras sólidas de pensamiento, de vivir lo que queremos vivir y
como queremos vivirlo, de poder cumplir nuestros objetivos y llevarlos a la
concreción mediante nuestra propia intervención en el mundo. La claridad es lo
único que nos permite, en definitiva, convertirnos en protagonistas de nuestra
propia historia y cumplir ese papel en propiedad, con mirada de futuro.