sábado, 23 de junio de 2012

La importancia de la claridad



Esta semana he tenido la oportunidad de hablar con varios amigos sobre el tema de la claridad en la vida: el tener la capacidad de formular ideas propias, estructurar proyectos y planes de futuro de manera coherente, ordenada, precisa y efectiva. La claridad es la base de una vida estable, sana y tranquila; y por supuesto, una clave del éxito que bastante gente pasa por alto.
                En muchos casos, he tenido la oportunidad de ver a personas de inteligencia rutilante, realmente brillantes, asertivas, que podrían tener un tremendo futuro por delante, de sólo ponerse las pilas en volver sobre sí mismos y pensar con tranquilidad los temas importantes para sus vidas. A ese efecto, me parece que el autoconocimiento, la capacidad de reflexión y la abstracción son fundamentales: mucha gente tiene la inteligencia, la sabiduría y la conexión con el exterior, pero carece del conocimiento necesario sobre sí mismo, de la capacidad de pensar en sí, o son de pensamiento demasiado concreto, lo que no les permite pensar en clave antropológica o autorreflexiva.
                La vida en general tiene muchos carices, y a veces los seres humanos tendemos a obnubilarnos con determinadas aristas, con ciertos hechos, o a confundirnos con determinadas experiencias que vivimos. Es en esas situaciones en que tener la cabeza clara y fría es fundamental. Cuando tenemos un objetivo claro en la vida, o por lo menos en un determinado período de ella, podemos incluso darnos el lujo de desviarnos levemente del camino sin perder el trazo; mientras que cuando se está confundido, poco claro, inseguro con respecto a la meta, cualquier desvío puede ser la perdición, pues nos puede sacar definitivamente de la pista de nuestros proyectos, y en ciertos casos, desconectarnos definitivamente de ellos, arriesgando la propia felicidad o estabilidad.
                Por eso, cada vez que nos vemos enfrentados a nuevas experiencias, o que tenemos la posibilidad de tomar nuevos caminos, es importante preguntarse si esos caminos nos desvían o no de nuestras metas de vida, de nuestro objetivo final. Evidentemente, si ello es así, sería conveniente descartarlas o experimentarlas con cierta cautela. Sin embargo, mucha gente se pierde no porque no se hagan esta pregunta, sino porque al hacérsela simplemente no encuentran respuesta en su cabeza: en términos simples, no tienen un objetivo coherente y ordenado en la vida por el que deban luchar
                En este sentido, no es suficiente hacer proposiciones básicas que suenan bonitas pero carecen de contenido, como el archiconocido y manoseado “ser feliz”; evidentemente todos queremos ser felices, conseguir placer y evitar el dolor, alcanzar la ataraxia, etc. La claridad de objetivos no puede ir en función de generalidades, sino que es específica a las necesidades de cada persona; todos queremos ser felices, pero sólo yo quiero desempeñarme como juez, vivir en determinado lugar, tener un específico estilo de vida. Y eso es lo que debe ser definido, pensado y reflexionado, revuelto, puesto a prueba y desmenuzado. Sólo así se alcanza la seguridad de lo que se quiere en la vida.
                Ahora bien, el tema también debe tener una utilización pragmática: ¿De qué me sirve la claridad? ¿De qué me sirve tener claro lo que quiero en la vida? Las personas somos seres de estructuras, que nos movemos dentro de un mundo ordenado y coherente. Todos necesitamos estructuras, no podemos jugar a ser superhombres y vivir de forma desordenada y caótica. Tenemos estructuras de pensamiento, de filosofía, estructuras físicas, ordenamientos, líneas de acción. Los seres humanos construimos nuestras vidas alrededor de objetivos, de tareas, de resultados. Somos seres orientados a resultados, orientados al cumplimiento de objetivos y metas claras. En este sentido, el tener claridad de mente y de objetivos en la vida es fundamental: permite dar una estructura, un orden determinado a nuestras vidas, y en definitiva, reordenar todo nuestro modo de vida en torno a los mismos, desde la forma en que pensamos hasta lo que comemos, hacemos y no hacemos, incluso lo más insignificante.
                Las personas que carecen de claridad son fácilmente reconocibles: ánimo cambiante, temperamento voluble, indecisas, de comportamiento errático. Las personas poco claras son verdaderas veletas: cambian de opinión y de pensamiento a cada momento, se van moldeando a las circunstancias, se comportan como camaleones en la vida, cambiando su forma de ser rápidamente a medida que se moldean a las circunstancias.
                Esto no significa que ser flexible sea un defecto, pero la flexibilidad tiene un cierto límite: No somos las personas las que debemos adaptarnos al mundo, sino que es el mundo el que se debe acomodar a nuestros objetivos, somos nosotros los que debemos orientar al mundo hacia nuestros fines, adaptando nuestro comportamiento a ello, cambiando nuestros propios mundos interiores en forma tal que dichos cambios se traduzcan en modificaciones al mundo externo que nos rodea, y que redunden en el cumplimiento de nuestras metas.
                En conclusión, la claridad de pensamiento, en mi opinión, es una de las piedras angulares de la gran construcción que es la vida: es la piedra que permite concluir estructuras sólidas de pensamiento, de vivir lo que queremos vivir y como queremos vivirlo, de poder cumplir nuestros objetivos y llevarlos a la concreción mediante nuestra propia intervención en el mundo. La claridad es lo único que nos permite, en definitiva, convertirnos en protagonistas de nuestra propia historia y cumplir ese papel en propiedad, con mirada de futuro.

jueves, 4 de agosto de 2011

El camino del desastre

Hubo una vez un país, donde durante 30 años, dos partidos se disputaron el poder en las urnas, sin mayor alternancia, proponiendo ambos las mismas ideas, las que solamente se diferenciaban en cuestiones cosméticas; mismas ideas, mismos personajes en el poder, cierre de la entrada al sistema de nuevos actores. Este país es Venezuela. Los partidos son Acción Democrática (izquierda) y COPEI (centroderecha).

                Agotadas las ideas, aburridos de los mismos políticos de siempre, los ciudadanos venezolanos cayeron en las trampas de un candidato ajeno al sistema, Hugo Chávez, que prometió cambio y progreso, y que, en cuanto asumió el poder, se quitó la máscara y sumió a la nación petrolera en la más profunda de las crisis democráticas que haya conocido la historia de nuestro continente.

                Los antecedentes de la caída venezolana, grosso modo, son los mismos que aquejan a Chile en este momento: 21 años con los mismos personajes sentados en los taburetes políticos, agotamiento de ideas, incapacidad para abordar los problemas de forma clara y contundente; derecha e izquierda incapaces de dar gobernabilidad al país y que proponen las mismas ideas anquilosadas estucadas en la cosmética demagógica del discurso facilista y confrontacional.

                Si retrocedemos 40 años en la historia de nuestro país, la circunstancia era la misma: surgió un caudillo de entre las masas, un Chávez que prometió sacar al país de su miseria política, se sacó la máscara y lo hundió en las tinieblas. Lamentablemente, las Fuerzas Armadas salieron a la calle, llamadas por la gente, y el General Pinochet, emulando a Tariq Ibn Ziyad, célebre conquistador de la España mora en el Siglo VIII, salvó la crisis, pero se quedó con el botín: 17 años de dictadura en que se cometieron toda clase de atrocidades y atropellos a los Derechos Humanos.

                Chile ha cambiado: Se ha producido un fenómeno émulo al acontecido en España tras la caída del General Franco, que podríamos bien llamar, como los íberos, un “destape”. Pero mientras en España el escape de ideas políticas se ha mantenido con relativo orden (salvo en las comunidades autónomas), en Chile eso no ha sucedido. La frustración política de la esperanza abandonada en los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia (y el actual gobierno de la Coalición por el Cambio, que, en esencia, es lo mismo pero no es igual), que fueron meros seguidores del modelo de democracia liberal que el Gobierno Militar dejó instaurado en el año 1989, ha desembocado en movimientos sociales, cuya previsión era, como mínimo, esperable por parte de actores políticos inteligentes y cultos. Sin embargo, a los nuestros, que han convertido a los cargos de la administración del Estado y del Poder Legislativo en estupendas sinecuras para complementar sus magros ingresos privados, no se les ocurrió.

                Nuestros políticos no esperaban que los mapuches se alzaran en armas en el sur del país como desafío a la pobreza e ignorancia en que se han sumido; no se les ocurrió que los estudiantes y profesores podrían alzarse para pedir una modernización de un modelo educacional profundamente desigual y con más de 40 años de antigüedad; no se les pasó por la cabeza que el Estado crecería y se necesitaría la duplicación de la planta de la administración del Estado; no se les ocurrió que el crecimiento expansivo de la actividad cuprífera dejaría beneficios al Estado que sus ciudadanos quisieran ver invertidos en el mejoramiento de su calidad de vida; no se les ocurrió que Chile, producto de su crecimiento sería invitado a participar en el desarrollo de la comunidad internacional; sumando y restando, no se les ocurrió nada. Y los escasos avances que el ciudadano ve, se han hecho sobre la marcha, total, montémonos en el burrito del desarrollo, que en el camino nos vamos acomodando.

                Es que nuestros políticos son personas muy ocupadas, tienen mucho que hacer: Larraín tiene que cuidar sus fundos, Teillier tiene que preparar caldillo de congrio con sus camaradas, los Zaldívar tienen que cuidar sus pescaditos en Puerto Montt y Alinco tiene que satisfacer su portentosa libido con las camareras de su región. No tienen tiempo para hacer una cosa tan árida y poco relevante como “pensar su país”, en palabras de don Cloro.

                ¿Y a qué llegamos hoy? Al patético espectáculo de que la política que con la democracia confiamos a determinadas personas revestidas de legitimidad por el dictado de las urnas, hoy ha sido derechamente abandonada por sus ostentadores, que se han plegado al histérico circo armado por la convergencia de las peticiones de la sociedad civil que debieron ser satisfechas en los últimos 20 años, y que por andar cuidando la gallina de los huevos de oro, nadie asumió. Hoy, ninguno de nuestros representantes tiene el valor de tomarse la política en serio. Agradezcan que  no hay un Chávez dando vueltas, porque si no, estaríamos en problemas más graves.  

miércoles, 23 de febrero de 2011

Consejos importantes para nuestros clientes.

Aunque la mayoría de mis amigos legos y clientes son bastante respetuosos y decentes con la profesión, nunca está de más recordar a todos los usuarios de los servicios jurídicos algunas normas de conducta agradables para todo profesional.

1. Su Abogado duerme. Puede parecerle hasta mentira, pero su Abogado necesita dormir como cualquier otra persona. Sólo llame a su móvil o al teléfono de la casa en caso de real emergencia, de lo contrario, llame a su despacho.

2. Su Abogado come. Parece increíble, pero es verdad. Necesita alimentarse y tiene adecuado un horario para hacerlo.

3. Esta es quizás la más increíble: su Abogado puede tener familia, y de hecho generalmente la tiene. Por eso debe y desea dedicarle tiempo y disfrutar de ella.

4. Siendo el Abogado persona como cualquier otra, necesita descansar el fin de semana. El domingo a las 22 horas no es un horario adecuado para leerle un documento que recibió el martes anterior a las 15 horas.

5. Su Abogado, como cualquier ciudadano, necesita dinero. ¡Esa sí que no se la esperaba!. Por eso no vaya a la consulta pensando en no pagarle (¿A la tienda va uno sin dinero? ¿Y al médico?). Si es gentileza de su Abogado no cobrarle, manifiéstele como cliente su gratitud, el abogado tiene, además de necesidades, gustos, regale un detalle.

6. Su Abogado no es vidente, ni brujo, ni mago, no consulta el Tarot, ni tiene la bola de cristal. Si eso es lo que Ud. esperaba de él lamentamos defraudar su expectativa. Contrate un Tarotista o un Detective.

7. En reuniones de amigos o fiestas de familia, su Abogado deja de ser "el Abogado" y reasume su condición de amigo o pariente. No le pida consejos, opiniones, etc. Él también tiene derecho a divertirse, desconectar del trabajo e ir a las fiestas sin miedo a que lo atropellen con preguntas, es incómodo e impropio que le consulten en una reunión social.

8. Un Abogado está especializado en unas materias concretas, no le pregunte cualquier cuestión que le venga a la cabeza acerca de su multa administrativa, de un robo penal, de una deuda dineraria civil, de una junta de propietarios, de la declaración fiscal de la renta, del despido laboral de un conocido. etc. El Abogado no lo sabe todo.

9. Pedir lo mismo varias veces NO hace que su Abogado trabaje más rápido.

10. Si el horario de trabajo es hasta las 19 horas, no significa que Ud. pueda llamar a las 18:58. Pregúntele por teléfono ¿puede contestarme?, Por favor un poco de prudencia y consideración - qué tal si está conduciendo, comiendo, durmiendo, etc. EL ABOGADO ES HUMANO.

11. Cuando el abogado explica algo no lo bombardee con miles de preguntas. Por favor, escuche primero y pregunte después.

12. El Abogado no inventó las frases "lo barato sale caro" ni "quien mal paga, paga el doble". Pero está de acuerdo con ellas.


13. Finalmente, el Abogado es también un hijo de la madre naturaleza y no de aquella en quien está Usted pensando. Usted ha aprendido algunas cosas sobre el Abogado, compártalas con sus amigos, familiares y vecinos. SU ABOGADO, SE LO AGRADECERÁ.

La guerra

De los fenómenos que afectan al hombre, no hay uno más profundo, complejo y dialéctico que la guerra.  Si analizamos todos los grandes procesos de movimiento histórico, tal como postulan Marx y Engels, todos ellos son causa o consecuencia de una guerra; así, desde el abandono del nomadismo en la Edad de Piedra hasta la creación del Nuevo Orden Supranacional del Siglo XX, todos los procesos evolutivos humanos llevan envueltos el conflicto entre hombres, sea mediante una pequeña discusión, una gran batalla o una guerra a escala global.

El instinto de conflicto está grabado a fuego no sólo en cada ser humano, sino también en el inconsciente colectivo de los estados, entendidos como entes superiores y diferentes a sus súbditos. Así, enseñamos a nuestros niños, desde la más tierna edad a defenderse, sin excepción; la armas de fuego en poder de personas naturales son una realidad más común de lo que imaginamos; y los estados mismos, sin excepción, mantienen costosas Fuerzas Armadas para suministrarse defensa, pese a que, en la mayoría de los casos, son escasamente utilizadas en el orden exterior.

Los más grandes estadistas de la historia, tales como Solón, Augusto, Carlomagno, Lorenzo de Médicis, Metternich, Bismarck, Roosevelt, han tenido grandes ejércitos a su disposición; y los tiranos más terribles de la humanidad, tales como César, Catalina de Médicis, Napoleón, Hitler, Stalin, etc., han cimentado su poder en la fuerza de las armas.

El conflicto armado es la circunstancia más aciaga por la que pasa una civilización, país o estado: ella lleva la supervivencia y sus posibilidades al más básico estadio de desarrollo, habida consideración que, en uno de estos entes, la guerra subsume todas las demás necesidades y exigencias, y concentra para sí  su financiamiento el poder económico, moral y político.

Así, todo país que entra en guerra se sume en la inmediata escasez, toda vez que todos los recursos disponibles para la satisfacción de los derechos de sus ciudadanos se enfocan en la manutención de alto costo que demanda el conflicto; el poder moral es monopolizado por órganos de propaganda que ejercen un influjo sicológico sobre la nación, alentando a los soldados a luchar y animando a los civiles a resistir y colaborar; y finalmente político, toda vez que los recursos de gobierno se enfocan totalmente en el conflicto, dejando de lado, momentáneamente las necesidades de los ciudadanos.

Así, la guerra no solamente provoca un efecto en el frente externo, como es la disuasión del enemigo y la aniquilación de las presuntas amenazas exteriores, sino también en el frente interno, al reducir al mínimo los derechos de los ciudadanos y la resistencia de los mismos a las abusos que el Estado dice cometer por el bien de la defensa.

En el ámbito psicológico, la guerra saca lo peor del ser humano: la crueldad, la animalidad, la falta de razón, la intolerancia y el irrespeto por las demás personas. Especialmente en las guerras de carácter civil, en las cuales la base de conflicto es política, estos aspectos se manifiestan en mayor magnitud, toda vez que los batallantes son connacionales, y pueden haber sido incluso vecinos, amigos o familiares, premunidos en diversas trincheras políticas antagónicas. Así por ejemplo, vemos los casos de guerra en países africanos, tales como el Congo o las Guineas, en que, durante época de guerra, se practica incluso el canibalismo, la mutilación, el asesinato de niños, la violación de mujeres, etc.

Ninguno de los casos anteriormente expuestos es comparable en dichas características con los conflictos externos a gran escala, tales como las Guerras Médicas, las Guerras Persas, las Cruzadas, la Guerra de los Treinta Años y las Guerras Mundiales, donde el genocidio se manifiesta de forma más patente, toda vez que la base de dichos conflictos ha sido la subyugación o la eliminación, a veces sistemática, de pueblos, razas, naciones o credos, en flagrante irrespeto a la misma vida humana.

Sin embargo, a veces la guerra también posee elementos positivos: Muchas veces la adversidad propende a la hermandad y el auxilio entre las personas. Basta ver el ejemplo de la Alemania Nazi que, con todos los conflictos y la crueldad desplegada por Hitler y sus esbirros, se convirtió en una máquina económica bien aceitada, gracias a la aún llamada “economía de guerra”, que propende al gasto modesto, a la ayuda mutua y a la austeridad de las costumbres, factores del todo deseables en una nación desarrollada y consciente de las necesidades mundiales, especialmente cuando el hambre y la contaminación indiscriminada arrecian en un mundo cada vez más poblado.

Aún así, la guerra es una circunstancia sumamente indeseable, capaz de arruinar a un país y a una sociedad, y de generar efectos duraderos sobre el Estado y las personas, razón por la cual, desde la segunda mitad del Siglo XX, y atendido el desastroso estado global desde el término de la Segunda Guerra Mundial, la diplomacia y las organizaciones supranacionales se han enfocado, preferentemente, en evitar el conflicto armado y, en caso que se produzca, mitigar sus efectos perniciosos. Así por ejemplo, el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas se ha dedicado permanentemente, como institución a intervenir y mediar en conflictos armados que puedan provocar menoscabo en regiones sensibles, como Centroamérica, Europa del Este y África; así, ha intervenido en la Guerra Civil en Haití, mediante la institución de los Cascos Azules; en Europa del Este, mediante le establecimiento de Tribunales de Guerra para juzgar el genocidio de Kosovo; y en el Congo, mediante la diplomacia activa para detener los conflictos civiles guerrilleros en la selva.


Hoy, la acción de las organizaciones internacionales para la evasión de los conflictos de guerra se hace indispensable más que nunca, atendidas las álgidas circunstancias que se han ido suscitando en el Oriente Medio y en la Mauritania, debido a la acción de grupos de presión musulmanes y sus conflictos con el poder político.

La escritura

Después de mucho tiempo sin escribir, he pensado que sería bueno poder reanudar esta actividad. Debo reconocer que, en el último año, me he dejado cegar bastante por la tele, el trabajo, la rapidez de la vida, los problemas, dejando de lado la opinión y la crítica, que siempre las he tenido a flor de piel.

A veces es bueno sacar el crítico que uno lleva adentro, poder analizar a fondo la realidad, las experiencias que se viven, y plasmarlas en una forma más duradera que el mero pensamiento o la palabra, dado que a ambos se los lleva el viento.

Además, en este año que ha pasado, en que por mi actividad he aprendido a trabajar con gente de diversas opiniones, he aprendido que la tolerancia, la libertad y el debate de ideas son valores que cada día adquieren más vigencia, y que se hacen cada vez más necesarios para una sociedad pluralista, para el desarrollo intelectual, moral y económico de los seres humanos, por cuanto permite que las personas saquen lo mejor de sí, se muestren sin dobleces, con personalidad, con claridad y no como amebas manipuladas por instituciones represoras.

El ejercicio de este derecho a la libertad de expresión es el que mueve a las sociedades hacia la consecución de la felicidad: Más en boga está hoy el tema, cuando vemos el cambio que está sufriendo el mundo islámico en sus valores, y que han desembocado en el derrocamiento de varios gobiernos y en la futura caída de varios otros, fenómeno al que han contribuido fundamentalmente las redes sociales por internet, que constituyen, hoy por hoy, el máximo bastión de expresión de las personas, que les ha permitido, desde expresar opiniones personales sobre los temas más baladíes, hasta propender al derrocamiento de gobiernos totalitarios.

Por eso, cuando estamos en un momento de la historia único, en que la democracia y sus ideales se han expandido hasta el más remoto rincón de la tierra, es cuando los idealistas no debemos cejar: Más aún, debemos ir más allá, y luchar por que la democracia no sea sólo un ideal conocido por las personas, sino que los derechos fundamentales e inherentes a la persona humana sean una experiencia, una vivencia que puedan experimentar todos los pueblos y todas las personas, que los seres humanos realmente nos creamos el cuento que se inició en 1789 en la Francia revolucionaria, cual es, que todos los seres humanos tenemos derechos y garantías que nos son propias por el solo hecho de ser tales, y que tenemos, además, la fundamental prerrogativa de ejercerlos frente y contra todos.

De entre estos derechos, el fundamental, a mi juicio es el derecho a la libertad de expresión, toda vez que la comunicación es el fenómeno que nos permite el ejercicio del resto de los demás derechos, que nos permite defender no sólo éstos, sino nuestras ideas y debatirlas con nuestros pares, de modo de desarrollarlas, darles evolución, complementarlas, y llevarlas a la práctica.

La expresión, en definitiva, especialmente cuando es escrita, permite un testimonio duradero del pensamiento, una especie de lacre respecto de las sensaciones de cada momento, y que es necesaria para dar vigencia a las ideas y fomentar el espíritu crítico en quienes las leen: el escritor no puede conformarse con reproducir una mera historia, sino que debe suscitar en su interlocutor el pensamiento, la crítica y la meditación sobre cada uno de los temas que expone.

sábado, 31 de octubre de 2009

Halloween

Esta mañana tuve la desgracia de tener que ir al Jumbo a comprar víveres para mi maltratada despensa. Tomé la bici, me fui feliz, pensando que claro, qué chileno se levanta a las 10 de la mañana para ir al super… cual sería mi sorpresa al llegar al mencionado templo del capitalismo, cuando veo hordas de gente haciendo fila, entrando, comprando, llenando sus carros de porquería… Ante tan extraña situación, empiezo a meditar, ¿hay alguna celebración?

Como buen protestante, tengo muy claro que hoy es el día de la Reforma, 492 años desde que Lutero clavó las 95 Tesis en la Catedral de Wittenberg y se dio inicio al cisma más grande de la Cristiandad, del que somos herederos los evangélicos de raigambre luterana, y que en Chile, ridículamente, celebramos como feriado. Pero sólo un 17% de la población es evangélica, de esos, como un 1% es luterano, y de eso, el 0,0002% celebramos con würstchen y cervezas, como lo hacían los primeros luteranos.

Caminando por los pasillos, pensando en esta interrogante, choco desprevenidamente con una góndola, en la que veo escrita con grandes letras la respuesta de mi interrogante: “HALLOWEEN” rodeado de calabacitas, monstruos y murciélagos, y una horda de pergenios y pergenias, acompañados de sus padres, hermanos, tutores, curadores, etc., comprando dulces.

Seguí mi paseo (leche, limones, pan, papas, würstchen, cerveza) hasta que finalmente y después de tanto sufrimiento capitalista, llegué a la caja Express (no suelo soportar más de 10 productos en un supermercado, además que la “maleta” de la bici no aguanta…). ¡¡¡Cuarenta pelotudos en la fila!!! (los conté, qué ocioso). Así que dediqué el extenso tiempo que me quedaba haciendo fila para que el Sr. Jumbo me robara voluntariamente (como siempre) a pensar ¿por qué Halloween causa esto?

Halloween es una desviación de la fiesta del Samhain celta, la fiesta de las cosechas, en la cual los paganos hacían bailecitos raros y celebraban la llegada del año nuevo, reverenciando a sus ancestros. Esto se mezcló con el Día de Todos los Santos, el 1º de noviembre de la tradición cristiana, lo que dio que a algún brillante pensador se le ocurriera que los muertos salen de sus tumbas en la noche del 31 (de dónde sacó la genial idea, nadie lo sabe…) Todo esto, mezclado con la genialidad mercantilista gringa, da un potpourrí que termina en niños gordos comiendo dulces, tocando los timbres de las casas para mendigar golosinas, bajo apercibimiento de tirar huevos o hacer travesuras nada agradables, mientras se disfrazan de monstruos (algunos niños no necesitan disfraz, les basta con la cara…)

Y llegamos a la pregunta primordial… ¿entonces por qué carajo se celebra esto? Primero, en Chile no hay ni medio celta partido por la mitad: los celtas y su religión desaparecieron hace 2.000 años. Segundo, la wicca y todos esos cultos no tienen nada que ver con nosotros, que somos de raigambre cristiana, y creemos en un solo Dios, que no suele disfrazarse de monstruo. Tercero, para nosotros no es el final de las cosechas, es como el inicio, puesto que es primavera y no otoño como en el Hemisferio Norte.

En cambio, hace 492 años, un Martín Lutero cambió la forma de ver la religión, dividió la Iglesia, dio el paso más importante para el paso de la Edad Media a la Moderna, cambió la organización geopolítica del mundo, provocó una guerra que tiene consecuencias hasta el día de hoy, fundó una nueva religión que perdura hasta hoy, con más de un 17% de la población chilena adherida a ésta… ¿y quién se acuerda? Parece que sólo unos pocos.

Esto es lo que ha logrado el mercantilismo y la cultura banal en nuestra sociedad. Que nuestra sociedad no recuerde su pasado, y se dedique sólo a consumir. Vayan a los mall, y vean como se divide el año. En mi época eran 12 meses. Hoy son nueve temporadas: El antiguo enero y febrero hoy es “Ofertas de Verano”; antaño Marzo es “Ofertas de vuelta al colegio”; el querido abril “Chocolatitos de Pascua”; mayo “Ofertas para la Mamá”; junio y julio “Ofertas para el papá”; agosto “Ofertas para el niño”; septiembre “Ofertas para el 18”; octubre “Ofertas de Halloween”; y noviembre y diciembre “Reviente su tarjeta en Navidad”. ¿Y alguien se acuerda de qué se celebra en todas esas ferias? Nadie, sólo se preocupan de comprar, de meter más plata al sistema, de tener los mejores perfumes, las mejores ropas, dar los mejores regalos, comprar, comprar y comprar, sin sentido, ni razón, ni fin.

Me asombro cuando veo a los niños, el futuro del mundo, que no saben ni tienen idea qué se celebra el 18 de septiembre, qué se celebra el 25 de diciembre, que se celebra en la Pascua. Lo único que saben es que en una viene el Viejito Pascuero a dejar regalos, en la otra el papá hace asados y en la siguiente viene el conejito a dejar dulces. ¿Ese es el mundo que queremos dejar? ¿Esto queremos dejar a nuestros hijos? ¿Heredarles el placer de gastar? ¿Hacer que se dejen robar voluntariamente por el comercio y los bancos como lo hemos hecho nosotros? ¿Por qué no enseñamos los valores de nuestra cultura dos veces milenaria? ¿Por qué no enseñamos los valores de la civilización honesta y la religión? ¿Por qué inventamos calabacitas, conejitos, viejos panzones para educar a nuestros hijos, cuando existe un Dios, y para los que no creen en Dios, una escala de valores, una cultura establecida y buena en su esencia?

Al final, nos gusta imitar a los gringos, nos gusta imitar su caos, nos gusta tener el desastre que ellos tienen, vivir en una sociedad donde la base para surgir y ser mejor es la envidia, el querer lo que tiene el otro, donde el gasto más allá de nuestras posibilidades es fundamental, donde el McDonalds y el Viejito Pascuero se convierten en baluartes del buen vivir. Me rehúso fervientemente a educar a mis hijos en un mundo de esa clase. Y como no puedo ir contra la corriente (al final soy sólo uno), parece que más vale no tener hijos.

Puede sonar duro, pero no quiero traer niños a un mundo que está al borde de la destrucción por culpa nuestra, en que ensuciamos las aguas, talamos los bosques y matamos animales para cultivar vacas mutantes para el McDonalds; en que gastamos la energía en ver las boludeces que nos dicta la cultura de la tele; en que generamos basura y más basura en cosas que no nos sirven; en que ensuciamos nuestra cultura y nuestras tradiciones con la tinta del mercantilismo y el gasto desmesurado y sin sentido.

Y ahora, aunque no quieran, les voy a cerrar la puerta en la cara a los niños que vendrán a pedirme dulces (en realidad me gustaría darles una clase de historia, pero no creo que quieran) y me voy a ir a la Iglesia a celebrar el Día de la Reforma. Y mañana, ya que nadie se acuerda del Día de Todos los Santos, voy a ir a ver a mis abuelos al cementerio. He dicho.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Las expectativas sociales

Muchos de mis amigos me han preguntado en el último tiempo qué hago soltero: “Pancho y la minita cuándo”, “¿Cuándo te vas a emparejar?”, “¿Cuándo vamos a conocer a la afortunada (aonyi)?”, y otras frases del género.

En realidad, para ser sincero, no estoy, en este momento, entusiasmado con la idea. A decir verdad, la idea no me agrada para nada, por una simple razón: Tengo un extraño complejo que me hace despreciar las expectativas sociales que los demás tienen sobre mí.

Durante muchos años, cumplí a cabalidad todas las expectativas que se ponían sobre mi persona: El chiquillo ordenado, medio mateo, de notas relativamente buenas, católico, salido de Cuarto Medio de un colegio tradicional, estudiando una carrera tradicional, Derecho, y así suma y sigue. Faltaba para cumplir el salir inmaculado y rápidamente de la carrera, ejercer de forma exitosa en algún escritorio fomeque de la capital, casarme con alguna chiquilla ad-hoc en la flor de la edad y empezar a tener chiquillos.

Sin embargo, en algún momento algo hizo clic en mi cabeza desordenada. Creo que caí en la cuenta de que el mundo no es cumplir las metas que los demás te ponen, sino cumplir las expectativas que tú mismo te fijas. Y, lamentablemente, en muchas ocasiones dichas aspiraciones no se condicen, ni siquiera en lo más mínimo, con lo que los demás quieren de nosotros.

Creo que corresponde a cada uno de nosotros perseguir nuestros sueños, aunque sea mediante el voto de rechazo de los que nos rodean: Hay que dejar salir las aspiraciones más profundas que duermen dentro de nuestro inconsciente, y dejarlas salir sin tapujos, con fuerza, queriendo con todo el corazón que nuestros sueños se cumplan, y sin dejar que el resto del mundo, muchas veces enfrascado en un afán imbécil por meterse en la vida de los demás, ponga freno a nuestras aspiraciones o nos dé cátedra de cómo se es feliz.

No obstante lo anterior, veo mucha gente a mi alrededor que toma por camino el renunciar a los sueños propios para llenar las expectativas de los demás, especialmente de los padres y las parejas, que muchas veces no comprenden el afán de sus hijos y sus consortes por lograr cosas que, para ellos, no tienen importancia. La mente de cada persona es un mundo, y está llena de aspiraciones que, objetivamente válidas o no, luchan por salir, forman una parte indisoluble de ese objetivo que todos buscamos en la vida, que es la felicidad. A esa gente, muchos de ellos amigos míos, les digo de forma categórica: Busquen sus sueños y sus deseos, de acuerdo a lo que su mente les dicta, sin dejarse engatusar por la influencia, muchas veces interesada o malintencionada, del mundo que los rodea, sin dejarse dominar por ese errado concepto que el mundo tiene de la felicidad.

Con todo lo que digo no quiero sonar individualista ni amoral: Nuestros deseos no deben perjudicar ni poner freno a los deseos de los que nos rodean, puesto que la vida humana, de un contenido eminentemente social, debe ser vivida, gozada y disfrutada con respeto a nuestros semejantes, que también quieren vivirla de forma decente y deben respetar, recíprocamente, nuestras aspiraciones. Ello también se extiende a la moralidad de nuestros deseos, en un sentido libertario; los deseos inmorales son, precisamente, aquellos que afectan o coartan a nuestro prójimo, o a la sociedad en su conjunto. El responder a dichos deseos no es sino hacer caso a una ilusión de libertad, por cuanto ésta solamente existe cuando se ejerce, en su amplio margen, en armonía con el mundo que nos rodea.

Vivimos, sin duda, en la mejor época de la historia, aquella donde el hombre tiene la mayor libertad para desarrollar, en las más amplias formas sus sueños y aspiraciones: Nadie puede reprochar los legítimos deseos, vivimos en un mundo con libertad de expresión, podemos ser casados, solteros, divorciados, pero seguimos siendo personas; podemos ser abogados, ingenieros, arquitectos o psicólogos, y seguimos teniendo un mundo de posibilidades a nuestros pies, podemos ser gordos o flacos, altos o bajos, negros o blancos, homosexuales o heterosexuales, y nada nos impide vivir la vida de la forma que mejor queramos, siempre y cuando mantengamos la armonía del mundo en que habitamos.

Muchas personas, entre las que me incluyo, nos vemos agobiados por lo que el mundo espera de nosotros, y a veces podemos sentir que estamos mal enfocados o equivocados en nuestros pensamientos: Sin embargo, me atrevo a decir, en este caso, que el mundo, que muchas veces se empecina en imponer una visión única y generalmente fundamentalista de las cosas, se equivoca en la gran parte de los casos. Es la juventud la época propicia para perseguir nuestros ideales y nuestros sueños, incluso hasta el fin del mundo, cimentar nuestra felicidad futura, la que no se basa solamente en tener un trabajo estable y bien remunerado, mujer e hijos lindos y una casa grande y bonita: Conozco mucha gente que vive en ese mundo idílico, y no es feliz. Ese es el concepto de felicidad creado por unos pocos para ser inconscientemente aplicado a todas las personas, el afán por el dinero y la buena vida, para muchos, es el camino a una existencia vacía y miserable, grupo entre los que, nuevamente me incluyo.

No nos dejemos apabullar por ese concepto facilista y preciosista que el mundo intenta imponernos: La verdadera felicidad la hacemos nosotros: No la hacen los demás, no la hace el dinero, no la hace el mundo, sino que está dentro de cada uno el descubrir qué es lo que nos llena y nos anima a seguir adelante.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El mundo en bicicleta

Hace un mes, entre los papeles que vuelan en mi oficina y las múltiples cosas que tengo que hacer todos los días, miré mi calendario y me dí cuenta que la realidad me aplastaba: el tiempo se estaba acabando para poder terminar los malditos deportes de la Universidad, si es que quería, dar el examen de grado en Enero, como tenía contemplado.

El tema de los famosos deportes de la Universidad es un tema que siempre me ha atormentado. Debo reconocer que no soy dado a la actividad física formal, sin perjuicio de que camino bastante todos los días para ir a los Tribunales y todas esas cosas; pero lo hago en mi particular paso de tortuga coja y con un pucho en la mano mientras miro al oriente eterno pensando en alguna de las estupideces que suelen asaltarme en dichos momentos del día.

Bueno, el tema es que en mi tabla de prioridades de la vida, el deporte está en el lugar 999 de mil (el 1000 es la cría de caracoles para fines cosméticos). La cuestión es que el centro de formación técnica Adolfo Ibáñez le da mucha importancia, lo considera como crédito y todo, y a pesar que esté arrepentido, en forma general, de haber estudiado en dicha pseudouniversidad mediocre, el pastel ya está hecho, hay que terminar la cagada de carrera de una buena vez, y hacer las 44 sesiones de deporte que debo.

Así, con la cara de tres metros y las patas a la rastra, partí a la U a ver qué crestas podía hacer. Don Juancris, el jefe de deportes (que a todo esto siempre ha sido un 7 conmigo, consciente de mi situación) me dio varias opciones. Opción A: Natación. Descartada, no nado ni en un charco, soy un poquito pudoroso como para andar en paños menores, y tendría que ser suicida para ir a meterme a Playa Ancha a las 9 de la noche para ir a nadar. Opción B: Trotar. No gracias. Someterme al escarnio público de arrastrarme sudado por San Martín me atrae menos que ser flagelado con un cilicio romano en la mitad de la plaza pública de Bagdad. Se me estaban acabando las opciones.

Última opción: Hacer bicicleta. Nunca lo había hecho (la última vez que an duve en bicicleta fue a mis tiernos doce…), por lo que podía ser una opción rentable. Problema Uno: Tenía que ir con casco. Problema Dos y más grave: Tenía que ir con bicicleta. Bueno, habrá que comprársela. Hace rato que andaba con el temita de tener una bici, aunque bien sabía que iba a terminar como colgajo de maceteros en el patio de la casa. Pero por lo menos ahora tenía la motivación clara para comprar el aparato.

Con menos plata que ganas, partí al grandioso Mall del pueblo a buscar un aparato. Como no tenía mucho tiempo, no coticé, ví una bonita no más y firmé el cheque sin mirar. Y con una mosca en el documento y un hoyo en la cuenta corriente parte un aventurilla bastante más interesante de lo que jamás me habría imaginado.

El primer día, me dediqué a aprender como funciona el aparato y etcétera, y con cara de pocos amigos partí de mi casa a San Martín. Al momento de partir pedaleando, me empecé a dar cuenta de cosas extrañas… el mundo es distinto encima de una bicicleta. Como que todo se ve más alto, es como que caminaras a alta velocidad, pasando a la gente, rodando por la calle con un mínimo pedaleo… y a pesar que los primeros días me dolía el culo como puta haciendo horas extras por culpa del maldito asiento, empecé a embobarme con este mundo distinto, raro, pero agradable, fresco y placentero.

Tres semanas ya, y no me bajo ni para hacer caca. Quién diría que el huevón malazo para los deportes, que trotaba con una pistola al pecho ahora es un fan de la bicicleta. Hasta le compré sus adminículos enchuladores, herramientas, caramayola, parches, casco, sunglasses ad-hoc Adidas y hasta una lucecita de árbol de pascua que hace colores raros. Todo muy freak para un compadre que sueña ir por la calle en un Segway tomando café.

Los paisajes en la bici son distintos. Ir por la ciclovía de Salinas, mirando el mar, viendo como las pendejas estúpidas se caen en patines, viendo a la vieja gorda y sudada trotando como un rinoceronte y pasarla descaradamente es un placer que no se compra en ninguna tienda. Como será que los 50 minutos diarios exigidos por el CFT UAI ya me

quedaron chicos. Hoy salí de la casa en un hermoso día y me mandé el back & go a la Roca Oceánica, dos horitas de placer puro. Sentir el viento en la cara, sin gastar bencina, con el sol reverberando en la piel, viendo a la gente pasar a velocidad de gusano, pedalear, y pedalear más fuerte, subir y bajar las lomitas, pasarse los hoyos, saltar veredas, todo al ritmo de la música en el MP3, se convirtió en un vicio impagable. Sientes que hay vida más allá de la vieja gorda que autoriza poderes en el tribunal de familia.

En suma, parece que tomé la decisión más sabia del año. Sin decir que mi dionisíaca barriga ha ido reduciéndose lentamente… muuuuy lentamente a mi gusto, pero qué jué. A todo el que tenga la posibilidad, se lo recomiendo ciento por ciento. El mundo es distinto, se pasa bien, se saltan los tacos, reducen su huella de carbono y hacen un poco de ejercicios como para soñar en el verano sin polera (SOÑAAAR). Además que con los días primaverales que estamos teniendo en Viña City, es un gusto. Pero hay que echarse bloqueador, porque por supuesto, mi caucásico y pantruquesco pellejo quedó reducido a una arruga roja por olvidar ese insignificante detalle. Pero se pasa bien, muy bien.

domingo, 19 de julio de 2009

La soledad

De un tiempo a esta parte, he estado, mitad por fuerza, mitad por opción, solo. He tratado de dejar de frecuentar los ambientes sociales, me he dedicado a la escritura, la poesía, la música y el trabajo. Si bien al principio me molestaba un poco el encontrarme solo, puesto que considero que soy de una naturaleza más bien sociable, siempre necesitado del contacto con el mundo exterior, me he ido acomodando a esta nueva situación, y he ido descubriendo muchas cosas que no conocía de mí, explorando un mundo que me es nuevo, sin ataduras de terceros, sin armaduras, en que existo sólo yo, desnudo y despojado de las armaduras que día a día usamos los seres humanos para relacionarnos con el entorno.


Para muchas personas, la soledad es una tortura. Lo fue un tiempo para mí, un tiempo en que necesité ser el centro de atención, el florero, necesitaba ver a mi gente, que me llamaran, yo llamar, que todo el mundo estuviera ahí para mí, sirviéndome y escuchándome. De a poco he ido prescindiendo de esa dependencia narcisista, que nacía del miedo de estar solo con mis fantasmas. Qué miedo más infundado, por lo menos en mí. Recientemente he descubierto que me llevo excelentemente bien con mis fantasmas y mis temores, tanto así que los he ido venciendo de a poco, para encontrarme, después de largo tiempo de soledad, con una imagen prístina de mí mismo, que si bien necesita algunos retoques aún, se ha pulido bastante desde que empecé este autoexilio forzado.


Y hablo de un autoexilio forzado, porque, en primer lugar, cuando empecé a dar demasiada importancia a los demás, a vivir “la vida de otros” y quitar importancia a lo que me pasara a mí, empezaron a sonar las alarmas de una forma nunca antes vista. Aquella alarma que no sólo te advierte en la cabeza, sino también en el cuerpo. El cerebro humano es una máquina de sabiduría superior a lo que nosotros somos en la vida consciente. Cuando se rompen los equilibrios, en cualquier ámbito de la vida, se conforma con advertirte que las cosas van mal. Pero si insistes, y las cosas se ponen difíciles, cuando los seres humanos renunciamos a tomar el rumbo de nuestras vidas en un determinado ámbito psicológico, el inconsciente derechamente te roba, le quita el dominio de tu cuerpo a este consciente que actúa mal, y te pone por el buen camino, aunque tú no lo quieras. Pierdes la noción del tiempo y del espacio y tu cabeza más profunda te obliga, mediante una serie de procedimientos “dictatoriales” a poner tu vida en orden. Y es impresionante cómo lo logra.


En segundo lugar, opté (o mi cabeza optó por mi) por alejarme del mundo, y dedicarme al cultivo de mí mismo, que en épocas pasadas fue muy fructífero, pero que en los últimos años había dejado totalmente abandonado, al punto de no reconocerme en un espejo. Llegar un día mirarte en el espejo, y ver ahí un ser abandonado, viciado, surcado de ajenidad, es realmente impresionante. No es verte a ti mismo, sino ver a un extraño, un impostor que se ha apropiado de tus facciones. Todos necesitamos, en cierta medida, llevar a cabo procesos de estudio y de introspección, un cultivo personal que se relaciona con las necesidades más profundas del ser humano. Así como algunos se dedican al cuidado personal exterior –van al gimnasio, a la peluquería, qué sé yo-, cosa que a mí no me atrae en lo absoluto, otros nos dedicamos al cultivo interno, al descubrimiento y trabajo en el ser más interno, en mi caso, con la escritura, como lo hago hoy, la poesía, las artes y la meditación.


El cultivo interno permite que nos adentremos en lo más profundo de nuestro ser para intervenir y cambiar lo de erróneo y vicioso que nuestra vida va dejando a su paso. Creo que el hombre es un ser que no sólo se alimenta de comida y contacto social, sino que es una criatura esencialmente virtuosa, cuya vida va orientada hacia lo bueno, lo verdadero y lo bello. Y el ritmo del mundo actual, sobrevalorado, banal, falso, preciosista y triunfalista, deja mellas en el espíritu que deben ser sanadas cada cierto tiempo, so pena de convertirse en heridas permanentes que terminan creando infelicidad en los seres humanos. Y conozco muchísima gente que, a mi parecer, están heridas en este aspecto, el área espiritual, una herida que no se cura con dietas, ni con siquiatras ni con pastillas, sino con vida interior, soledad, el cultivo del ego profundo, la meditación y la oración, para los que creen en Dios (como es mi caso).


Los seres humanos no somos animalejos simples, sino criaturas altamente complejas, que nos movemos dentro de tres ámbitos, más bien difusos, y que, según yo, son bien jerarquizados: el ámbito físico, el ámbito psicológico y el ámbito espiritual, en orden ascendente. Así, el trabajo físico vale menos que el trabajo mental, y aún menos que el trabajo espiritual (aunque esto no se mida en términos pecuniarios); el cultivo espiritual es más satisfactorio o duradero que el cultivo del conocimiento, y muchísimo más que el cultivo físico. Y, de la misma manera, las heridas en el espíritu son más dolorosas que las heridas psicológicas o físicas, y por supuesto, más relevantes, y aún más difíciles de sanar.


Lo malo es que muchos seres humanos, contaminados de los conceptos de un mundo terrenal que reniega del espíritu, y que vive solamente del “hic et nunc”, han tomado una visión simplista con respecto al manejo vital. Hoy día todo se cura con dietas y pastillas. Si estás gordo, haz dieta; si te duele la cabeza, tómate una aspirina… ¿y si te duele el corazón? ¿Y si sientes tu vida vacía? ¿Y si sientes agobio por alguna determinada circunstancia? ¿Y si sientes pena? Muchos falsos amigos te van a decir “tómate un Ravotril, un té y ándate a la cama”; “cuando te levantes tomate un Lexapro y trata de llevar alguna apariencia de vida mientras todo se derrumba a tu alrededor y no te das cuenta porque estás drogado”. Esa manía imbécil de tratar a la mente humana como un nuevo dios, y a los siquiatras como los sumos sacerdotes de esta nueva religión basada en el hombre, despojado de sentimientos y sentidos profundos, basada en que el cerebro sólo es un conjunto de engranajes predecibles y manipulables. Qué error tan grave, y que manda a la perdición a muchas personas, que se hubiesen sanado si solamente hubieran dado sentido a sus vidas mediante el cultivo de su yo espiritual.


El cultivo y la sanación espiritual, sin embargo, no es un camino fácil, y son pocos los que se atreven a adoptar esta ruta, y prefieran hacerse amigos del Ravotril y el Lexapro, mientras tratan de dar falsas explicaciones a lo que sucede a su alrededor. Nuestro espíritu es fuerte, nos lleva a vencer toda circunstancia y toda dificultad si canalizamos de buena manera la energía que está en nuestro interior, que es insospechada, pero a la vez es sensible, susceptible de ser afectado por factores externos. El espíritu que cada persona tiene dentro de sí es nuestra carta de presentación frente al mundo, la mayoría de la gente nos percibe y nos juzga por nuestro espíritu. La comunicación, en su mayoría, tiene un carácter espiritual, un carácter de conexión profunda con el otro, de empatía. Las habilidades sociales no se pueden desarrollar a cabalidad si es que no hay un espíritu limpio, aunque sea medianamente; y el espíritu dañado no sólo deja heridas en el yo, sino que también hiere y mancilla todo lo bueno que hay a nuestro alrededor.


Cuando llegan esos momentos, no queda más que alejarse del mundo, y centrarse en uno mismo. Para mí, esta es una actividad necesaria, que cada ser humano que se considere tal debe tomar con seriedad por lo menos una vez durante su vida. Detener la vorágine del mundo en que vivimos, bajarse un momento y detenerse a pensar. Dejar todo, alejarse de lo querido y mirar el mundo que nos rodea desde un plano superior, evaluar nuestras vidas, nuestros momentos, nuestros sentimientos, darles un significado y moldearlo en consonancia con nuestro destino. Y el proceso no termina ahí, porque al volver de este viaje espiritual, en que nos nutrimos de nosotros mismos, debemos aplicar lo aprendido, dar a toda experiencia nueva un sentido, un significado, sublimarla en el camino del destino último que cada uno tiene, y que descubrimos en este viaje espiritual.


Lo más importante de este viaje espiritual, esta peregrinación por el aprendizaje de los aspectos más profundos del hombre, es la soledad. Ella no es una circunstancia indeseable, como muchos erróneamente piensan (incluso yo lo pensé así). La soledad, la introspección, el olvidarse del mundo exterior para adentrarse en el mundo interior, es una tarea difícil, pero altamente satisfactoria, porque permite aislar nuestra existencia, ponerla en un plano neutro, para trabajarla como una piedra en bruto, sin intervenciones externas. La soledad es el vehículo de ese trabajo profundo, que no se puede hacer en el contacto humano, que debe ser hecho en silencio, sin nadie alrededor; el camino se debe recorrer en forma individual, sin amigos, sin familia, sin siquiatra.


Cada persona es dueña de un campo vasto e interminable, que se ubica en nuestro interior, del que cada uno es rey, patrón y dueño. Y este campo se gobierna bajo nuestra palabra y mando, no bajo el de otros. Cuando son los terceros los que gobiernan nuestra vida, cuando es otro el que se sube al caballo y da órdenes a los trabajadores de nuestro gran campo, es que hemos perdido todo poder sobre nosotros mismos, y nos hemos vendido como esclavos al dominio ajeno. Y uno de los elementos esenciales del hombre es la libertad. Hemos sido hechos libres y soberanos: el hombre debe ser señor de sí mismo, y ese es un dominio que no se puede ceder ni vender. Por mucho miedo que nos dé el tomar las riendas de nuestra vida, por mucho que nos atormenten nuestros fantasmas, las proyecciones de nuestro temores y debilidades, el ir a la lucha contra ellos, el tomar las bridas del caballo de nuestra existencia, blandir la espada, luchar y vencer a nuestros demonios es el sentimiento más delicioso y gratificante de nuestras vidas,, el experimentar que la vida, el mundo y lo que hagamos de ellos nos pertenece, que tenemos poder para moldear nuestras propias vidas, que el azar no existe, que todo lo que ha pasado, pasa y pasará tiene un sentido que sólo yo conozco.

martes, 14 de julio de 2009

Las lecciones de la Revolución Francesa.

Hoy, catorce de julio de 2009, se cumple el 220º aniversario de la Toma de la Fortaleza de la Bastilla, en el hecho que, según la mayoría de los historiadores, marca el estallido definitivo de la Revolución Francesa, uno de los movimientos populares que cambiaron la historia del mundo, y que en definitiva, marca la escala valórica en el mundo moderno.

A mi parecer, han existido, en la historia moderna, tres procesos revolucionarios que han marcado profundamente la identidad del hombre moderno, en cuanto a su concepción del mundo y la sociedad. El primero de ellos fue la Reforma Protestante, en cuanto cambió la forma de relacionamiento entre el pueblo y Dios, disminuyendo considerablemente, hoy en día, el poder de los jerarcas religiosos. El segundo movimiento fue la Revolución Francesa, que cambió los patrones de relacionamiento entre el pueblo y el gobierno temporal, en cuanto significó el derrocamiento del sistema tradicional de gobierno, la monarquía, para reemplazarlo por un sistema de gobierno semiutópico a la época, como era la democracia, que dejaba la soberanía en manos del mismo pueblo, con inciertas consecuencias. El tercer movimiento fue la Revolución de Octubre, que cambió la visión del orden social escalonado por uno desclasado e igualitario, basado en los derechos de los trabajadores.

La Revolución Francesa, como todos los procesos revolucionarios, tiene, a mi parecer, una causa bien clara: el hambre. Un pueblo contento, en la visión monarquista barroca, es un pueblo dócil y suave al monarca; un pueblo con hambre, es la mayor de las amenazas, por cuanto las adversidades de la especie encienden los ánimos, abren los ojos de la gente en orden a un cambio a favor de sus propios derechos.

El hambre del pueblo parisino fue, como dije, un factor vital: cuando la hogaza de pan cuesta lo mismo que el salario mínimo, estamos en problemas graves. Y si a eso sumamos el vicio capital del Ancien Regime, a saber la falta de comunicación entre el monarca y su pueblo, entramos en crisis grave. Bien sabido es que el rey de Francia, Luis XVI, era un mequetrefe inepto, poco empático, un niño apagado por la magnífica visión de su antepasado, Luis XIV, el Rey Sol, quien es, hasta hoy, el gran símbolo de la prosperidad y opulencia de la Francia absolutista.

Sin perjuicio, la grandeza de Luis XIV duró poco: su bisnieto, Luis XV, se olvidó del pueblo y se dedicó a guerrear a favor de las posesiones borbónicas y dar opulentas fiestas; más aún, escandalizó a toda la aristocracia francesa con su acalorado romance con Jeanne Bécu, Condesa du Barry, y las intrigas de ésta con el Cardenal Richelieu en contra de François Choiseul, secretario del rey, que fueron durante años el comidillo de la Corte, junto con su tirante relación con María Antonieta de Austria, esposa de Luis XVI, nieto de su amante, y futura reina de Francia.

Que sirva esto para ilustrar la Corte Borbónica: Una especie de reality tipo SQP, en que todos luchan contra todos, se pelan, se pisan las colas, y se esconden tras los pilares, pero que en el téte-a-téte, se comportan como perfectos aristócratas y refinados caballeros (salvo María Antonieta, que le hizo la ley del hielo a la du Barry durante años).

Y es aquí donde entra el pueblo: al populacho no le interesan los comidillos de la Corte de los Borbones, le interesa comer, le interesa el trabajo digno, le interesa la salud de sus hijos, le interesa parar la olla todos los días, como se dice hoy en palabras pedestres. Y el rey no estaba ni ahí. El único talento de Luis XVI era el ser “bueno pa’l evento”: un fiestero de siete suelas, mala costumbre agarrada de su frívola consorte, que solía departir con la Corte en estupendos bacanales y orgías, en estrafalarios vestidos y peinados, en que se bebía hasta la embriaguez y se representaban escenas de la vida disoluta de los dioses, etc., cosa que no era bien vista por el estado llano, que veía como sus reyes lo pasaban chancho haciendo vida aparte en Versailles, en las afueras de París, mientras los demás nos cagamos de hambre.

En el fondo de sus corazones, yo creo que el pueblo no quería pan. Se contentaban simplemente con el cariño de su rey. Pensemos que la visión política de la época era muy distinta. El rey debía ser un padre para sus súbditos, era la imagen más cercana a lo divino, su autoridad incuestionable. Si Luis XVI les hubiera dado un poco de atención, de cariño real, las cosas habrían sido diferentes. Pero el Lucho era un inepto, que se dejaba controlar por su mujer y sus corruptos consejeros. Ilustra el desprecio de la familia real por el pueblo llano la famosa frase que María Antonieta pronunció cuando el pueblo se encontraba a la puerta del Palacio de las Tullerías: “¿No hay pan? Que coman pastel.”

Como no me interesa contar la historia de la Revolución Francesa, baste decir, someramente que las cosas se precipitaron, el Estado Llano se amotinó en las Asambleas Generales, se formó en Asamblea Constituyente, se aprobó la Declaración de Derechos del Hombre, se enojaron con el rey, éste llevó a cabo un autogolpe para sacar al Estado Llano de la Asamblea Constituyente, y ahí el pueblo se enojó. Salieron a la calle, asaltaron la Fortaleza de La Bastilla, símbolo de la opresión del rey al pueblo, por cuanto sus cañones apuntaban directamente al barrio obrero de París. La muchedumbre mató al alcaide y desarmó ladrillo por ladrillo el edificio, encendiendo el fervor popular como una mecha mojada en combustible por toda Francia, donde se formó un movimiento obrero y revolucionario sin precedentes en la historia, y que logró destruir casi todos los bastiones de defensa realista.

Mientras tanto, el rey seguía encerrado en Versailles, aislado del pueblo. Entonces, la Asamblea Constituyente, que ya había sometido al clero y a los nobles mediante la restitución de los impuestos a los dos estamentos, se dispone a someter al rey, y lo obligan a volver, junto con toda la Corte, a París, abandonando Versailles e instalándose en el Palacio de Las Tullerías, donde la familia real era prisionera del pueblo en su propio palacio, en un intento de la Asamblea Constituyente por acercar al rey al pueblo y terminar con esta situación.

Cuento corto, la Asamblea le pone la pata encima a Lucho, lo obligan a ceder poder y a convocar a elecciones en sufragio universal, a lo que el perla se niega, y las masas asaltan el palacio. Ante esto, el rey decide fugarse al Sacro Imperio, para pedirle ayuda a su cuñado Leopoldo, el Emperador. Pero justo lo pillan en la frontera, y la Convención, el nuevo parlamento, con Robespierre a la cabeza, lo pone bajo arresto domiciliario y lo cesa en sus funciones reales. De ahí se proclama la República, y Luis de Borbón y Sajonia es juzgado por alta traición y decapitado en la guillotina. Y así muere la monarquía francesa.

Luego son abolidos los títulos nobiliarios, la lucha entre Jacobinos y Girondinos en la Convención se acrecienta, Marat y Hebert encienden los ánimos con sus periódicos revolucionarios, los “sans-culottes” entran a la palestra con sus atentados, y mientras tanto Robespierre, que se ha vuelto un sádico tirano, trata de callar a la prensa, a los críticos y de dominar las querellas políticas dentro de la Convención mediante el uso indiscriminado de la guillotina, en la etapa llamada, no sin razón “El Régimen del Terror.”

Los diez años de caos de la historia de Francia terminan el nueve de noviembre de 1799, con el golpe del 18 de brumario, en que Napoleón Bonaparte toma el poder. Fin.

Ahora, viendo este período en retrospectiva, y después del decantamiento histórico de los siglos, vemos que la Revolución Francesa es un acontecimiento trascendental en la visión histórico-política occidental, por cuanto el pueblo, por primera vez, toma su propio destino entre sus manos, buscan la felicidad terrenal por sí mismos ¿pero de qué forma? ¿cuánta violencia se justifica por la conquista de la libertad?

La Revolución es un proceso que mezcla utopía con incertidumbre. El pueblo soñó con la libertad, la igualdad y la fraternidad, proclamas sempiternas de liberación popular, bajo la guía de la Diosa Razón y los ideales de la Ilustración, que busca poner el conocimiento y el destino del mundo en manos de todos los hombres, sin distinción de raza, clase y género, en busca del ideal de felicidad común y gobierno perfecto; sin embargo, la monarquía estaba demasiado arraigada en toda Europa como para que el pueblo tomará la soberanía en sus manos con alguna posibilidad de éxito.

Sin perjuicio de la certeza de ese predicamento, y del peligro que revestía llevar a cabo tan grandes cambios, ellos no sólo se condujeron por amor a la libertad por parte del pueblo, sino por el gran insulto inferido por los monarcas al pueblo. Hoy vemos como todo el concepto de autoridad y soberanía gira alrededor de la idea del pueblo, gracias a la Revolución. Hoy los políticos tiemblan ante el clamor del pueblo organizado. Pero antes no. El rey infirió injurias gravísimas al pueblo francés como para merecer tal castigo, ignoró sus peticiones, los trató como animales, los humilló hasta el extremo y finalmente los trató de despojar de toda prebenda, de modo de volverlos sus esclavos y gobernar para sí mismo y su fastuosa corte en el Palacio de Versailles. En verdad, creo que fue esta ignominia la que precipitó los acontecimientos.

En fin, el sistema político actual es heredero de la Revolución Francesa. Nuestra noción de pueblo, polis y política nace por influjo casi prístino del fenómeno parisino. E increíblemente, esa revuelta que terminó siendo una vergüenza para su época y un evidente fracaso que sumió a Francia en la anarquía durante una década, hasta la llegada de Napoleón, hoy es materia de estudios, no sólo por su relevancia histórica, sino porque sienta las bases de la concepción occidental del hombre moderno. La proclama “Liberté, Égalité, Fraternité” vivirá para siempre en los anales de la historia. El grito de “A la Bastille!” aún no se apaga, y sigue vivo en cada hombre y ciudadano que lucha por sus legítimos derechos. El rojo, blanco y azul de la bandera revolucionaria sigue siendo el emblema del nuevo orden impuesto por el pueblo, organizado, libre y soberano. La Francia revolucionaria es el faro de los hombres y mujeres que luchan por un mundo mejor y más justo. Me salió comunista y qué fue.