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jueves, 4 de agosto de 2011

El camino del desastre

Hubo una vez un país, donde durante 30 años, dos partidos se disputaron el poder en las urnas, sin mayor alternancia, proponiendo ambos las mismas ideas, las que solamente se diferenciaban en cuestiones cosméticas; mismas ideas, mismos personajes en el poder, cierre de la entrada al sistema de nuevos actores. Este país es Venezuela. Los partidos son Acción Democrática (izquierda) y COPEI (centroderecha).

                Agotadas las ideas, aburridos de los mismos políticos de siempre, los ciudadanos venezolanos cayeron en las trampas de un candidato ajeno al sistema, Hugo Chávez, que prometió cambio y progreso, y que, en cuanto asumió el poder, se quitó la máscara y sumió a la nación petrolera en la más profunda de las crisis democráticas que haya conocido la historia de nuestro continente.

                Los antecedentes de la caída venezolana, grosso modo, son los mismos que aquejan a Chile en este momento: 21 años con los mismos personajes sentados en los taburetes políticos, agotamiento de ideas, incapacidad para abordar los problemas de forma clara y contundente; derecha e izquierda incapaces de dar gobernabilidad al país y que proponen las mismas ideas anquilosadas estucadas en la cosmética demagógica del discurso facilista y confrontacional.

                Si retrocedemos 40 años en la historia de nuestro país, la circunstancia era la misma: surgió un caudillo de entre las masas, un Chávez que prometió sacar al país de su miseria política, se sacó la máscara y lo hundió en las tinieblas. Lamentablemente, las Fuerzas Armadas salieron a la calle, llamadas por la gente, y el General Pinochet, emulando a Tariq Ibn Ziyad, célebre conquistador de la España mora en el Siglo VIII, salvó la crisis, pero se quedó con el botín: 17 años de dictadura en que se cometieron toda clase de atrocidades y atropellos a los Derechos Humanos.

                Chile ha cambiado: Se ha producido un fenómeno émulo al acontecido en España tras la caída del General Franco, que podríamos bien llamar, como los íberos, un “destape”. Pero mientras en España el escape de ideas políticas se ha mantenido con relativo orden (salvo en las comunidades autónomas), en Chile eso no ha sucedido. La frustración política de la esperanza abandonada en los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia (y el actual gobierno de la Coalición por el Cambio, que, en esencia, es lo mismo pero no es igual), que fueron meros seguidores del modelo de democracia liberal que el Gobierno Militar dejó instaurado en el año 1989, ha desembocado en movimientos sociales, cuya previsión era, como mínimo, esperable por parte de actores políticos inteligentes y cultos. Sin embargo, a los nuestros, que han convertido a los cargos de la administración del Estado y del Poder Legislativo en estupendas sinecuras para complementar sus magros ingresos privados, no se les ocurrió.

                Nuestros políticos no esperaban que los mapuches se alzaran en armas en el sur del país como desafío a la pobreza e ignorancia en que se han sumido; no se les ocurrió que los estudiantes y profesores podrían alzarse para pedir una modernización de un modelo educacional profundamente desigual y con más de 40 años de antigüedad; no se les pasó por la cabeza que el Estado crecería y se necesitaría la duplicación de la planta de la administración del Estado; no se les ocurrió que el crecimiento expansivo de la actividad cuprífera dejaría beneficios al Estado que sus ciudadanos quisieran ver invertidos en el mejoramiento de su calidad de vida; no se les ocurrió que Chile, producto de su crecimiento sería invitado a participar en el desarrollo de la comunidad internacional; sumando y restando, no se les ocurrió nada. Y los escasos avances que el ciudadano ve, se han hecho sobre la marcha, total, montémonos en el burrito del desarrollo, que en el camino nos vamos acomodando.

                Es que nuestros políticos son personas muy ocupadas, tienen mucho que hacer: Larraín tiene que cuidar sus fundos, Teillier tiene que preparar caldillo de congrio con sus camaradas, los Zaldívar tienen que cuidar sus pescaditos en Puerto Montt y Alinco tiene que satisfacer su portentosa libido con las camareras de su región. No tienen tiempo para hacer una cosa tan árida y poco relevante como “pensar su país”, en palabras de don Cloro.

                ¿Y a qué llegamos hoy? Al patético espectáculo de que la política que con la democracia confiamos a determinadas personas revestidas de legitimidad por el dictado de las urnas, hoy ha sido derechamente abandonada por sus ostentadores, que se han plegado al histérico circo armado por la convergencia de las peticiones de la sociedad civil que debieron ser satisfechas en los últimos 20 años, y que por andar cuidando la gallina de los huevos de oro, nadie asumió. Hoy, ninguno de nuestros representantes tiene el valor de tomarse la política en serio. Agradezcan que  no hay un Chávez dando vueltas, porque si no, estaríamos en problemas más graves.  

miércoles, 23 de febrero de 2011

La guerra

De los fenómenos que afectan al hombre, no hay uno más profundo, complejo y dialéctico que la guerra.  Si analizamos todos los grandes procesos de movimiento histórico, tal como postulan Marx y Engels, todos ellos son causa o consecuencia de una guerra; así, desde el abandono del nomadismo en la Edad de Piedra hasta la creación del Nuevo Orden Supranacional del Siglo XX, todos los procesos evolutivos humanos llevan envueltos el conflicto entre hombres, sea mediante una pequeña discusión, una gran batalla o una guerra a escala global.

El instinto de conflicto está grabado a fuego no sólo en cada ser humano, sino también en el inconsciente colectivo de los estados, entendidos como entes superiores y diferentes a sus súbditos. Así, enseñamos a nuestros niños, desde la más tierna edad a defenderse, sin excepción; la armas de fuego en poder de personas naturales son una realidad más común de lo que imaginamos; y los estados mismos, sin excepción, mantienen costosas Fuerzas Armadas para suministrarse defensa, pese a que, en la mayoría de los casos, son escasamente utilizadas en el orden exterior.

Los más grandes estadistas de la historia, tales como Solón, Augusto, Carlomagno, Lorenzo de Médicis, Metternich, Bismarck, Roosevelt, han tenido grandes ejércitos a su disposición; y los tiranos más terribles de la humanidad, tales como César, Catalina de Médicis, Napoleón, Hitler, Stalin, etc., han cimentado su poder en la fuerza de las armas.

El conflicto armado es la circunstancia más aciaga por la que pasa una civilización, país o estado: ella lleva la supervivencia y sus posibilidades al más básico estadio de desarrollo, habida consideración que, en uno de estos entes, la guerra subsume todas las demás necesidades y exigencias, y concentra para sí  su financiamiento el poder económico, moral y político.

Así, todo país que entra en guerra se sume en la inmediata escasez, toda vez que todos los recursos disponibles para la satisfacción de los derechos de sus ciudadanos se enfocan en la manutención de alto costo que demanda el conflicto; el poder moral es monopolizado por órganos de propaganda que ejercen un influjo sicológico sobre la nación, alentando a los soldados a luchar y animando a los civiles a resistir y colaborar; y finalmente político, toda vez que los recursos de gobierno se enfocan totalmente en el conflicto, dejando de lado, momentáneamente las necesidades de los ciudadanos.

Así, la guerra no solamente provoca un efecto en el frente externo, como es la disuasión del enemigo y la aniquilación de las presuntas amenazas exteriores, sino también en el frente interno, al reducir al mínimo los derechos de los ciudadanos y la resistencia de los mismos a las abusos que el Estado dice cometer por el bien de la defensa.

En el ámbito psicológico, la guerra saca lo peor del ser humano: la crueldad, la animalidad, la falta de razón, la intolerancia y el irrespeto por las demás personas. Especialmente en las guerras de carácter civil, en las cuales la base de conflicto es política, estos aspectos se manifiestan en mayor magnitud, toda vez que los batallantes son connacionales, y pueden haber sido incluso vecinos, amigos o familiares, premunidos en diversas trincheras políticas antagónicas. Así por ejemplo, vemos los casos de guerra en países africanos, tales como el Congo o las Guineas, en que, durante época de guerra, se practica incluso el canibalismo, la mutilación, el asesinato de niños, la violación de mujeres, etc.

Ninguno de los casos anteriormente expuestos es comparable en dichas características con los conflictos externos a gran escala, tales como las Guerras Médicas, las Guerras Persas, las Cruzadas, la Guerra de los Treinta Años y las Guerras Mundiales, donde el genocidio se manifiesta de forma más patente, toda vez que la base de dichos conflictos ha sido la subyugación o la eliminación, a veces sistemática, de pueblos, razas, naciones o credos, en flagrante irrespeto a la misma vida humana.

Sin embargo, a veces la guerra también posee elementos positivos: Muchas veces la adversidad propende a la hermandad y el auxilio entre las personas. Basta ver el ejemplo de la Alemania Nazi que, con todos los conflictos y la crueldad desplegada por Hitler y sus esbirros, se convirtió en una máquina económica bien aceitada, gracias a la aún llamada “economía de guerra”, que propende al gasto modesto, a la ayuda mutua y a la austeridad de las costumbres, factores del todo deseables en una nación desarrollada y consciente de las necesidades mundiales, especialmente cuando el hambre y la contaminación indiscriminada arrecian en un mundo cada vez más poblado.

Aún así, la guerra es una circunstancia sumamente indeseable, capaz de arruinar a un país y a una sociedad, y de generar efectos duraderos sobre el Estado y las personas, razón por la cual, desde la segunda mitad del Siglo XX, y atendido el desastroso estado global desde el término de la Segunda Guerra Mundial, la diplomacia y las organizaciones supranacionales se han enfocado, preferentemente, en evitar el conflicto armado y, en caso que se produzca, mitigar sus efectos perniciosos. Así por ejemplo, el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas se ha dedicado permanentemente, como institución a intervenir y mediar en conflictos armados que puedan provocar menoscabo en regiones sensibles, como Centroamérica, Europa del Este y África; así, ha intervenido en la Guerra Civil en Haití, mediante la institución de los Cascos Azules; en Europa del Este, mediante le establecimiento de Tribunales de Guerra para juzgar el genocidio de Kosovo; y en el Congo, mediante la diplomacia activa para detener los conflictos civiles guerrilleros en la selva.


Hoy, la acción de las organizaciones internacionales para la evasión de los conflictos de guerra se hace indispensable más que nunca, atendidas las álgidas circunstancias que se han ido suscitando en el Oriente Medio y en la Mauritania, debido a la acción de grupos de presión musulmanes y sus conflictos con el poder político.

sábado, 31 de octubre de 2009

Halloween

Esta mañana tuve la desgracia de tener que ir al Jumbo a comprar víveres para mi maltratada despensa. Tomé la bici, me fui feliz, pensando que claro, qué chileno se levanta a las 10 de la mañana para ir al super… cual sería mi sorpresa al llegar al mencionado templo del capitalismo, cuando veo hordas de gente haciendo fila, entrando, comprando, llenando sus carros de porquería… Ante tan extraña situación, empiezo a meditar, ¿hay alguna celebración?

Como buen protestante, tengo muy claro que hoy es el día de la Reforma, 492 años desde que Lutero clavó las 95 Tesis en la Catedral de Wittenberg y se dio inicio al cisma más grande de la Cristiandad, del que somos herederos los evangélicos de raigambre luterana, y que en Chile, ridículamente, celebramos como feriado. Pero sólo un 17% de la población es evangélica, de esos, como un 1% es luterano, y de eso, el 0,0002% celebramos con würstchen y cervezas, como lo hacían los primeros luteranos.

Caminando por los pasillos, pensando en esta interrogante, choco desprevenidamente con una góndola, en la que veo escrita con grandes letras la respuesta de mi interrogante: “HALLOWEEN” rodeado de calabacitas, monstruos y murciélagos, y una horda de pergenios y pergenias, acompañados de sus padres, hermanos, tutores, curadores, etc., comprando dulces.

Seguí mi paseo (leche, limones, pan, papas, würstchen, cerveza) hasta que finalmente y después de tanto sufrimiento capitalista, llegué a la caja Express (no suelo soportar más de 10 productos en un supermercado, además que la “maleta” de la bici no aguanta…). ¡¡¡Cuarenta pelotudos en la fila!!! (los conté, qué ocioso). Así que dediqué el extenso tiempo que me quedaba haciendo fila para que el Sr. Jumbo me robara voluntariamente (como siempre) a pensar ¿por qué Halloween causa esto?

Halloween es una desviación de la fiesta del Samhain celta, la fiesta de las cosechas, en la cual los paganos hacían bailecitos raros y celebraban la llegada del año nuevo, reverenciando a sus ancestros. Esto se mezcló con el Día de Todos los Santos, el 1º de noviembre de la tradición cristiana, lo que dio que a algún brillante pensador se le ocurriera que los muertos salen de sus tumbas en la noche del 31 (de dónde sacó la genial idea, nadie lo sabe…) Todo esto, mezclado con la genialidad mercantilista gringa, da un potpourrí que termina en niños gordos comiendo dulces, tocando los timbres de las casas para mendigar golosinas, bajo apercibimiento de tirar huevos o hacer travesuras nada agradables, mientras se disfrazan de monstruos (algunos niños no necesitan disfraz, les basta con la cara…)

Y llegamos a la pregunta primordial… ¿entonces por qué carajo se celebra esto? Primero, en Chile no hay ni medio celta partido por la mitad: los celtas y su religión desaparecieron hace 2.000 años. Segundo, la wicca y todos esos cultos no tienen nada que ver con nosotros, que somos de raigambre cristiana, y creemos en un solo Dios, que no suele disfrazarse de monstruo. Tercero, para nosotros no es el final de las cosechas, es como el inicio, puesto que es primavera y no otoño como en el Hemisferio Norte.

En cambio, hace 492 años, un Martín Lutero cambió la forma de ver la religión, dividió la Iglesia, dio el paso más importante para el paso de la Edad Media a la Moderna, cambió la organización geopolítica del mundo, provocó una guerra que tiene consecuencias hasta el día de hoy, fundó una nueva religión que perdura hasta hoy, con más de un 17% de la población chilena adherida a ésta… ¿y quién se acuerda? Parece que sólo unos pocos.

Esto es lo que ha logrado el mercantilismo y la cultura banal en nuestra sociedad. Que nuestra sociedad no recuerde su pasado, y se dedique sólo a consumir. Vayan a los mall, y vean como se divide el año. En mi época eran 12 meses. Hoy son nueve temporadas: El antiguo enero y febrero hoy es “Ofertas de Verano”; antaño Marzo es “Ofertas de vuelta al colegio”; el querido abril “Chocolatitos de Pascua”; mayo “Ofertas para la Mamá”; junio y julio “Ofertas para el papá”; agosto “Ofertas para el niño”; septiembre “Ofertas para el 18”; octubre “Ofertas de Halloween”; y noviembre y diciembre “Reviente su tarjeta en Navidad”. ¿Y alguien se acuerda de qué se celebra en todas esas ferias? Nadie, sólo se preocupan de comprar, de meter más plata al sistema, de tener los mejores perfumes, las mejores ropas, dar los mejores regalos, comprar, comprar y comprar, sin sentido, ni razón, ni fin.

Me asombro cuando veo a los niños, el futuro del mundo, que no saben ni tienen idea qué se celebra el 18 de septiembre, qué se celebra el 25 de diciembre, que se celebra en la Pascua. Lo único que saben es que en una viene el Viejito Pascuero a dejar regalos, en la otra el papá hace asados y en la siguiente viene el conejito a dejar dulces. ¿Ese es el mundo que queremos dejar? ¿Esto queremos dejar a nuestros hijos? ¿Heredarles el placer de gastar? ¿Hacer que se dejen robar voluntariamente por el comercio y los bancos como lo hemos hecho nosotros? ¿Por qué no enseñamos los valores de nuestra cultura dos veces milenaria? ¿Por qué no enseñamos los valores de la civilización honesta y la religión? ¿Por qué inventamos calabacitas, conejitos, viejos panzones para educar a nuestros hijos, cuando existe un Dios, y para los que no creen en Dios, una escala de valores, una cultura establecida y buena en su esencia?

Al final, nos gusta imitar a los gringos, nos gusta imitar su caos, nos gusta tener el desastre que ellos tienen, vivir en una sociedad donde la base para surgir y ser mejor es la envidia, el querer lo que tiene el otro, donde el gasto más allá de nuestras posibilidades es fundamental, donde el McDonalds y el Viejito Pascuero se convierten en baluartes del buen vivir. Me rehúso fervientemente a educar a mis hijos en un mundo de esa clase. Y como no puedo ir contra la corriente (al final soy sólo uno), parece que más vale no tener hijos.

Puede sonar duro, pero no quiero traer niños a un mundo que está al borde de la destrucción por culpa nuestra, en que ensuciamos las aguas, talamos los bosques y matamos animales para cultivar vacas mutantes para el McDonalds; en que gastamos la energía en ver las boludeces que nos dicta la cultura de la tele; en que generamos basura y más basura en cosas que no nos sirven; en que ensuciamos nuestra cultura y nuestras tradiciones con la tinta del mercantilismo y el gasto desmesurado y sin sentido.

Y ahora, aunque no quieran, les voy a cerrar la puerta en la cara a los niños que vendrán a pedirme dulces (en realidad me gustaría darles una clase de historia, pero no creo que quieran) y me voy a ir a la Iglesia a celebrar el Día de la Reforma. Y mañana, ya que nadie se acuerda del Día de Todos los Santos, voy a ir a ver a mis abuelos al cementerio. He dicho.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Las expectativas sociales

Muchos de mis amigos me han preguntado en el último tiempo qué hago soltero: “Pancho y la minita cuándo”, “¿Cuándo te vas a emparejar?”, “¿Cuándo vamos a conocer a la afortunada (aonyi)?”, y otras frases del género.

En realidad, para ser sincero, no estoy, en este momento, entusiasmado con la idea. A decir verdad, la idea no me agrada para nada, por una simple razón: Tengo un extraño complejo que me hace despreciar las expectativas sociales que los demás tienen sobre mí.

Durante muchos años, cumplí a cabalidad todas las expectativas que se ponían sobre mi persona: El chiquillo ordenado, medio mateo, de notas relativamente buenas, católico, salido de Cuarto Medio de un colegio tradicional, estudiando una carrera tradicional, Derecho, y así suma y sigue. Faltaba para cumplir el salir inmaculado y rápidamente de la carrera, ejercer de forma exitosa en algún escritorio fomeque de la capital, casarme con alguna chiquilla ad-hoc en la flor de la edad y empezar a tener chiquillos.

Sin embargo, en algún momento algo hizo clic en mi cabeza desordenada. Creo que caí en la cuenta de que el mundo no es cumplir las metas que los demás te ponen, sino cumplir las expectativas que tú mismo te fijas. Y, lamentablemente, en muchas ocasiones dichas aspiraciones no se condicen, ni siquiera en lo más mínimo, con lo que los demás quieren de nosotros.

Creo que corresponde a cada uno de nosotros perseguir nuestros sueños, aunque sea mediante el voto de rechazo de los que nos rodean: Hay que dejar salir las aspiraciones más profundas que duermen dentro de nuestro inconsciente, y dejarlas salir sin tapujos, con fuerza, queriendo con todo el corazón que nuestros sueños se cumplan, y sin dejar que el resto del mundo, muchas veces enfrascado en un afán imbécil por meterse en la vida de los demás, ponga freno a nuestras aspiraciones o nos dé cátedra de cómo se es feliz.

No obstante lo anterior, veo mucha gente a mi alrededor que toma por camino el renunciar a los sueños propios para llenar las expectativas de los demás, especialmente de los padres y las parejas, que muchas veces no comprenden el afán de sus hijos y sus consortes por lograr cosas que, para ellos, no tienen importancia. La mente de cada persona es un mundo, y está llena de aspiraciones que, objetivamente válidas o no, luchan por salir, forman una parte indisoluble de ese objetivo que todos buscamos en la vida, que es la felicidad. A esa gente, muchos de ellos amigos míos, les digo de forma categórica: Busquen sus sueños y sus deseos, de acuerdo a lo que su mente les dicta, sin dejarse engatusar por la influencia, muchas veces interesada o malintencionada, del mundo que los rodea, sin dejarse dominar por ese errado concepto que el mundo tiene de la felicidad.

Con todo lo que digo no quiero sonar individualista ni amoral: Nuestros deseos no deben perjudicar ni poner freno a los deseos de los que nos rodean, puesto que la vida humana, de un contenido eminentemente social, debe ser vivida, gozada y disfrutada con respeto a nuestros semejantes, que también quieren vivirla de forma decente y deben respetar, recíprocamente, nuestras aspiraciones. Ello también se extiende a la moralidad de nuestros deseos, en un sentido libertario; los deseos inmorales son, precisamente, aquellos que afectan o coartan a nuestro prójimo, o a la sociedad en su conjunto. El responder a dichos deseos no es sino hacer caso a una ilusión de libertad, por cuanto ésta solamente existe cuando se ejerce, en su amplio margen, en armonía con el mundo que nos rodea.

Vivimos, sin duda, en la mejor época de la historia, aquella donde el hombre tiene la mayor libertad para desarrollar, en las más amplias formas sus sueños y aspiraciones: Nadie puede reprochar los legítimos deseos, vivimos en un mundo con libertad de expresión, podemos ser casados, solteros, divorciados, pero seguimos siendo personas; podemos ser abogados, ingenieros, arquitectos o psicólogos, y seguimos teniendo un mundo de posibilidades a nuestros pies, podemos ser gordos o flacos, altos o bajos, negros o blancos, homosexuales o heterosexuales, y nada nos impide vivir la vida de la forma que mejor queramos, siempre y cuando mantengamos la armonía del mundo en que habitamos.

Muchas personas, entre las que me incluyo, nos vemos agobiados por lo que el mundo espera de nosotros, y a veces podemos sentir que estamos mal enfocados o equivocados en nuestros pensamientos: Sin embargo, me atrevo a decir, en este caso, que el mundo, que muchas veces se empecina en imponer una visión única y generalmente fundamentalista de las cosas, se equivoca en la gran parte de los casos. Es la juventud la época propicia para perseguir nuestros ideales y nuestros sueños, incluso hasta el fin del mundo, cimentar nuestra felicidad futura, la que no se basa solamente en tener un trabajo estable y bien remunerado, mujer e hijos lindos y una casa grande y bonita: Conozco mucha gente que vive en ese mundo idílico, y no es feliz. Ese es el concepto de felicidad creado por unos pocos para ser inconscientemente aplicado a todas las personas, el afán por el dinero y la buena vida, para muchos, es el camino a una existencia vacía y miserable, grupo entre los que, nuevamente me incluyo.

No nos dejemos apabullar por ese concepto facilista y preciosista que el mundo intenta imponernos: La verdadera felicidad la hacemos nosotros: No la hacen los demás, no la hace el dinero, no la hace el mundo, sino que está dentro de cada uno el descubrir qué es lo que nos llena y nos anima a seguir adelante.

martes, 14 de julio de 2009

Las lecciones de la Revolución Francesa.

Hoy, catorce de julio de 2009, se cumple el 220º aniversario de la Toma de la Fortaleza de la Bastilla, en el hecho que, según la mayoría de los historiadores, marca el estallido definitivo de la Revolución Francesa, uno de los movimientos populares que cambiaron la historia del mundo, y que en definitiva, marca la escala valórica en el mundo moderno.

A mi parecer, han existido, en la historia moderna, tres procesos revolucionarios que han marcado profundamente la identidad del hombre moderno, en cuanto a su concepción del mundo y la sociedad. El primero de ellos fue la Reforma Protestante, en cuanto cambió la forma de relacionamiento entre el pueblo y Dios, disminuyendo considerablemente, hoy en día, el poder de los jerarcas religiosos. El segundo movimiento fue la Revolución Francesa, que cambió los patrones de relacionamiento entre el pueblo y el gobierno temporal, en cuanto significó el derrocamiento del sistema tradicional de gobierno, la monarquía, para reemplazarlo por un sistema de gobierno semiutópico a la época, como era la democracia, que dejaba la soberanía en manos del mismo pueblo, con inciertas consecuencias. El tercer movimiento fue la Revolución de Octubre, que cambió la visión del orden social escalonado por uno desclasado e igualitario, basado en los derechos de los trabajadores.

La Revolución Francesa, como todos los procesos revolucionarios, tiene, a mi parecer, una causa bien clara: el hambre. Un pueblo contento, en la visión monarquista barroca, es un pueblo dócil y suave al monarca; un pueblo con hambre, es la mayor de las amenazas, por cuanto las adversidades de la especie encienden los ánimos, abren los ojos de la gente en orden a un cambio a favor de sus propios derechos.

El hambre del pueblo parisino fue, como dije, un factor vital: cuando la hogaza de pan cuesta lo mismo que el salario mínimo, estamos en problemas graves. Y si a eso sumamos el vicio capital del Ancien Regime, a saber la falta de comunicación entre el monarca y su pueblo, entramos en crisis grave. Bien sabido es que el rey de Francia, Luis XVI, era un mequetrefe inepto, poco empático, un niño apagado por la magnífica visión de su antepasado, Luis XIV, el Rey Sol, quien es, hasta hoy, el gran símbolo de la prosperidad y opulencia de la Francia absolutista.

Sin perjuicio, la grandeza de Luis XIV duró poco: su bisnieto, Luis XV, se olvidó del pueblo y se dedicó a guerrear a favor de las posesiones borbónicas y dar opulentas fiestas; más aún, escandalizó a toda la aristocracia francesa con su acalorado romance con Jeanne Bécu, Condesa du Barry, y las intrigas de ésta con el Cardenal Richelieu en contra de François Choiseul, secretario del rey, que fueron durante años el comidillo de la Corte, junto con su tirante relación con María Antonieta de Austria, esposa de Luis XVI, nieto de su amante, y futura reina de Francia.

Que sirva esto para ilustrar la Corte Borbónica: Una especie de reality tipo SQP, en que todos luchan contra todos, se pelan, se pisan las colas, y se esconden tras los pilares, pero que en el téte-a-téte, se comportan como perfectos aristócratas y refinados caballeros (salvo María Antonieta, que le hizo la ley del hielo a la du Barry durante años).

Y es aquí donde entra el pueblo: al populacho no le interesan los comidillos de la Corte de los Borbones, le interesa comer, le interesa el trabajo digno, le interesa la salud de sus hijos, le interesa parar la olla todos los días, como se dice hoy en palabras pedestres. Y el rey no estaba ni ahí. El único talento de Luis XVI era el ser “bueno pa’l evento”: un fiestero de siete suelas, mala costumbre agarrada de su frívola consorte, que solía departir con la Corte en estupendos bacanales y orgías, en estrafalarios vestidos y peinados, en que se bebía hasta la embriaguez y se representaban escenas de la vida disoluta de los dioses, etc., cosa que no era bien vista por el estado llano, que veía como sus reyes lo pasaban chancho haciendo vida aparte en Versailles, en las afueras de París, mientras los demás nos cagamos de hambre.

En el fondo de sus corazones, yo creo que el pueblo no quería pan. Se contentaban simplemente con el cariño de su rey. Pensemos que la visión política de la época era muy distinta. El rey debía ser un padre para sus súbditos, era la imagen más cercana a lo divino, su autoridad incuestionable. Si Luis XVI les hubiera dado un poco de atención, de cariño real, las cosas habrían sido diferentes. Pero el Lucho era un inepto, que se dejaba controlar por su mujer y sus corruptos consejeros. Ilustra el desprecio de la familia real por el pueblo llano la famosa frase que María Antonieta pronunció cuando el pueblo se encontraba a la puerta del Palacio de las Tullerías: “¿No hay pan? Que coman pastel.”

Como no me interesa contar la historia de la Revolución Francesa, baste decir, someramente que las cosas se precipitaron, el Estado Llano se amotinó en las Asambleas Generales, se formó en Asamblea Constituyente, se aprobó la Declaración de Derechos del Hombre, se enojaron con el rey, éste llevó a cabo un autogolpe para sacar al Estado Llano de la Asamblea Constituyente, y ahí el pueblo se enojó. Salieron a la calle, asaltaron la Fortaleza de La Bastilla, símbolo de la opresión del rey al pueblo, por cuanto sus cañones apuntaban directamente al barrio obrero de París. La muchedumbre mató al alcaide y desarmó ladrillo por ladrillo el edificio, encendiendo el fervor popular como una mecha mojada en combustible por toda Francia, donde se formó un movimiento obrero y revolucionario sin precedentes en la historia, y que logró destruir casi todos los bastiones de defensa realista.

Mientras tanto, el rey seguía encerrado en Versailles, aislado del pueblo. Entonces, la Asamblea Constituyente, que ya había sometido al clero y a los nobles mediante la restitución de los impuestos a los dos estamentos, se dispone a someter al rey, y lo obligan a volver, junto con toda la Corte, a París, abandonando Versailles e instalándose en el Palacio de Las Tullerías, donde la familia real era prisionera del pueblo en su propio palacio, en un intento de la Asamblea Constituyente por acercar al rey al pueblo y terminar con esta situación.

Cuento corto, la Asamblea le pone la pata encima a Lucho, lo obligan a ceder poder y a convocar a elecciones en sufragio universal, a lo que el perla se niega, y las masas asaltan el palacio. Ante esto, el rey decide fugarse al Sacro Imperio, para pedirle ayuda a su cuñado Leopoldo, el Emperador. Pero justo lo pillan en la frontera, y la Convención, el nuevo parlamento, con Robespierre a la cabeza, lo pone bajo arresto domiciliario y lo cesa en sus funciones reales. De ahí se proclama la República, y Luis de Borbón y Sajonia es juzgado por alta traición y decapitado en la guillotina. Y así muere la monarquía francesa.

Luego son abolidos los títulos nobiliarios, la lucha entre Jacobinos y Girondinos en la Convención se acrecienta, Marat y Hebert encienden los ánimos con sus periódicos revolucionarios, los “sans-culottes” entran a la palestra con sus atentados, y mientras tanto Robespierre, que se ha vuelto un sádico tirano, trata de callar a la prensa, a los críticos y de dominar las querellas políticas dentro de la Convención mediante el uso indiscriminado de la guillotina, en la etapa llamada, no sin razón “El Régimen del Terror.”

Los diez años de caos de la historia de Francia terminan el nueve de noviembre de 1799, con el golpe del 18 de brumario, en que Napoleón Bonaparte toma el poder. Fin.

Ahora, viendo este período en retrospectiva, y después del decantamiento histórico de los siglos, vemos que la Revolución Francesa es un acontecimiento trascendental en la visión histórico-política occidental, por cuanto el pueblo, por primera vez, toma su propio destino entre sus manos, buscan la felicidad terrenal por sí mismos ¿pero de qué forma? ¿cuánta violencia se justifica por la conquista de la libertad?

La Revolución es un proceso que mezcla utopía con incertidumbre. El pueblo soñó con la libertad, la igualdad y la fraternidad, proclamas sempiternas de liberación popular, bajo la guía de la Diosa Razón y los ideales de la Ilustración, que busca poner el conocimiento y el destino del mundo en manos de todos los hombres, sin distinción de raza, clase y género, en busca del ideal de felicidad común y gobierno perfecto; sin embargo, la monarquía estaba demasiado arraigada en toda Europa como para que el pueblo tomará la soberanía en sus manos con alguna posibilidad de éxito.

Sin perjuicio de la certeza de ese predicamento, y del peligro que revestía llevar a cabo tan grandes cambios, ellos no sólo se condujeron por amor a la libertad por parte del pueblo, sino por el gran insulto inferido por los monarcas al pueblo. Hoy vemos como todo el concepto de autoridad y soberanía gira alrededor de la idea del pueblo, gracias a la Revolución. Hoy los políticos tiemblan ante el clamor del pueblo organizado. Pero antes no. El rey infirió injurias gravísimas al pueblo francés como para merecer tal castigo, ignoró sus peticiones, los trató como animales, los humilló hasta el extremo y finalmente los trató de despojar de toda prebenda, de modo de volverlos sus esclavos y gobernar para sí mismo y su fastuosa corte en el Palacio de Versailles. En verdad, creo que fue esta ignominia la que precipitó los acontecimientos.

En fin, el sistema político actual es heredero de la Revolución Francesa. Nuestra noción de pueblo, polis y política nace por influjo casi prístino del fenómeno parisino. E increíblemente, esa revuelta que terminó siendo una vergüenza para su época y un evidente fracaso que sumió a Francia en la anarquía durante una década, hasta la llegada de Napoleón, hoy es materia de estudios, no sólo por su relevancia histórica, sino porque sienta las bases de la concepción occidental del hombre moderno. La proclama “Liberté, Égalité, Fraternité” vivirá para siempre en los anales de la historia. El grito de “A la Bastille!” aún no se apaga, y sigue vivo en cada hombre y ciudadano que lucha por sus legítimos derechos. El rojo, blanco y azul de la bandera revolucionaria sigue siendo el emblema del nuevo orden impuesto por el pueblo, organizado, libre y soberano. La Francia revolucionaria es el faro de los hombres y mujeres que luchan por un mundo mejor y más justo. Me salió comunista y qué fue.

sábado, 4 de julio de 2009

Los bancos


De todas las instituciones propias de la vida social moderna, la más deleznable y reprochable, para mí, son los bancos. Instituciones especialmente diseñadas para brindarnos un servicio que no necesitamos, a un precio que no pagaríamos. El mejor negocio del mundo. Cobrar por un servicio inexistente.

El banco no sólo me cobra por hacer como que guarda mi plata, sino que más encima la presta, la multiplica, la invierte, y se queda con los excedentes. Porque si usted cree que sus billetes están sanos y salvos en una bóveda o debajo del colchón de un gerente, está muy equivocado. Sus billetes no existen. Su plata es número que el banco administra. Y juega

con su número, lo da en préstamo a otros, compra e invierte para sí, confiando en que usted no se lo pida nunca. El banco es como una especie de “ladrón honrado”: Se roba su plata, la gasta, pero si usted se la pide de vuelta, se la da. Y hasta por ahí no más, porque si todos los chilenos fuéramos al mismo tiempo a cobrar nuestras platas a los bancos, ellos no tienen ni el dinero nominal ni la liquidez para ellos. Eso es lo que pasó con el famoso “corralito” en Argentina.

El banco es una máquina especialista en robar por donde puede. Me cobra, primero, por usar mi plata. Después me presta plata, bajo la excusa de la PYME, la solidaridad, el apoyo, el “siempre contigo”, etc. Y me cobra no una, ni dos, sino tres veces lo que me prestó. Y me obliga a hipotecar mi casa, la misma que les estoy pagando a ellos, en garantía de mis pagos y de cualquier obligación que en el futuro contraiga con ellos, hasta el final de mis días. Y si me atraso un día, me someten al escarnio público pasándome a DICOM, de modo que hasta el almacenero me mire feo por comprar un chicle. Y si no puedo seguir pagando, por cualquier razón, me embargan hasta el culo y lo venden al mejor postor. Y se quedan con la plata. La “manus injectio” romana es un feliz castigo comparado con la ignominia a la que nos someten estas institucion

es.

Y lo peor de todo, es que estos ladrones dominan el mundo. Corporaciones gigantescas, como HSBC, Citibank, Itau, Deutsche Bank, etc., están infiltradas en todos los estamentos gubernamentales del mundo. Gastan miles de millones de dólares en lobby a todo nivel, de modo que los gobiernos les mantengan sus prebendas.

En fin, prefiero guardar mis modestos billetes debajo del colchón.

La pobreza.

Hoy, viendo unas fotos de China, había una en que aparecían dos chicas de la clase dominante, bien vestidas y alhajadas, admirando un perro de raza fina. Dos chicas frívolas, con la mirada perdida, sin brillo vital en sus ojos. En la siguiente foto, una mujer campesina del interior, acompañada de sus hijos, en un camino de tierra, con sus ropas raídas y ajadas, y sus rostros surcados de esfuerzo y cansancio. Me llamó especial atención la pequeña, que en sus cortos años ya evidenciaba, en el brillo de sus ojos, las durezas de la pobreza y de la vida campesina.

Y lo más impresionante, para mí, es que la diferencia entre las dos chicas de la primera foto y la madre y la hija de la segunda, a simple vista, no es ninguna. El mundo que las separa está simplemente, determinado por sus cunas.

¿Por qué los seres humanos, que nos decimos evolucionados y superiores al resto de los animales, permitimos esto? ¿Por qué dos personas del mismo tipo, con el mismo esfuerzo, con la misma sangre que corre por sus venas, viven en forma tan distinta? ¿Por qué algunos que no lo merecen, tienen más de lo que pueden soportar en sus vidas, bañados en la opulencia y el lujo banal, y por qué otros, que merecen premios a su esfuerzo, apenas les alcanza para comer? ¿Cómo permitimos que los campesinos, los obreros, los trabajadores, la base de lo que hoy nosotros gozamos, vivan en la miseria y la ignominia de no tener nada? ¿Cómo permitimos que aquellos que no le han ganado a nadie, pero que detentan el falso poder social, económico y moral, vivan a expensas del pueblo que grita de hambre?

No sé por qué, pero, sin considerarlo justo, me parece la ley de la vida. Es el producto del caos más básico. Es irremediable. No lo logró Smith, ni Marx, ni Mao, ni Hitler, ni Jesús, ni Mahoma. Y no lo vamos a lograr nosotros. Lo único que podemos hacer es mitigar los efectos de la tremenda barrera que separa a ricos y pobres. Así es la suerte, el devenir del mundo.

Aún así, no me conformo. La pobreza y la miseria me producen un escozor, un dolor y una pena insoportables, ver la suciedad, el dolor, el esfuerzo infructuoso por llevar un trozo de pan al hogar familiar, se me hace demasiado para un ser humano, mientras otros, más acomodados, se ceban en sus excesos banales.

Sin embargo, esta pobreza esforzada y trabajadora tiene algo que ni la riqueza más opulenta podrá tener jamás: dignidad. El pobre, esforzado, se glorifica en su trabajo, y si bien no recibe los bienes materiales necesarios para dar sustento a su familia, sí tiene, en su interior, los valores y virtudes que hacen al hombre la más impresionante de las criaturas: el esfuerzo, el trabajo duro, la generosidad, la humildad y el amor. En el corazón del pobre digno no hay resentimiento. Sólo hay amor, entrega, esfuerzo, Es importante cómo la gente pobre entrega hasta lo que no tiene en la ayuda a sus semejantes, cómo apoyan a los que tienen aún menos que ellos, cómo ponen todo de su ser para sacar a sus familias de la pobreza y la carestía. Y eventualmente lo logran. Y si no lo logran, por lo menos consiguen arraigar esos valores del esfuerzo y la dedicación en sus hijos, contribuyendo a la sociedad del futuro con las virtudes sociales que nos han mantenido en pie como especie durante milenios.

En cambio, todos esos valores trascendentales, son despreciados por el rico insensato. El rico prefiere cebarse en sus placeres, gastar su dinero en contaminar su cuerpo, su mente y su espíritu; prefiere bañarse en las aguas sucias del ocio, que manchar sus manos en el trabajo duro y reconfortante; prefiere alimentarse a sí mismo con todo lo que es inútil y pasajero –fiestas, mujeres, placeres mundanos- que ayudar a la alimentación de aquellos que más lo necesitan; en suma, el rico insensato, finalmente, no sobrevive por largo tiempo, puesto que no es capaz de dar impulso al motor social que es básico para la supervivencia de los seres humanos en este planeta.

La pobreza y la modestia son los motores que dan vida a la labor social planetaria; el silencio del trabajo duro y la generosidad mutua son las claves del éxito de la raza humana. Es por ello, que los pobres, los trabajadores y los postergados son los herederos de este mundo, quienes tendrán, o debieran tener, algún día, las merecidas recompensas a sus esfuerzos.

jueves, 10 de julio de 2008

El Señor de la Carencia (moral).


Que haya dejado de ver tele no significa que esté desconectado del mundo o que no me sepa las noticias. La firme creencia de que la tele es el invento mas estúpido del mundo después del Jack LaLanne Power Juicer es absolutamente personal, y no tiene por qué ser compartida por nadie.
La tele, a pesar que te deja los ojos cuadrados (la velada campaña de proselitismo anti-tele), es un medio de comunicación social súper potente, que permite a la gente tener un contacto más perfecto con la realidad. Por eso me sorprendió leer en los diarios de esta semana, que la ministra del Sernam, que no sé quien mierda es y el ministro Viera Gallo se han tirado en picada contra la teleserie nocturna de TVN, “El Señor de la Querencia” (no es el Señor de la Gerencia, esa es la de Chilevisión… chiste docto, no se ría si no lo entiende), en que se muestra a un patrón de fundo más malo que Osama Bin Laden, que se flagela, se viola a las hijas de los inquilinos, quema a las lesbianas y todo eso.
Las alegaciones me sorprenden en dos aspectos: uno subjetivo y otro objetivo. El subjetivo va referido directamente a los apelantes. Me parece poco consecuente que dos personas de la Concertación, que lucharon en su época contra la dictadura y la libertad de expresión en Chile, ahora se pongan santitos y digan que lo que se muestra en la tele puede causar daños sicológicos y morales a la gente que lo ve. Sinceramente, ver al Ministro Viera Gallo en calzoncillos en la exposición de su hija artista es bastante más nocivo (cuando fui a ver la exposición casi me paso al Juzgado a demandar daño moral), además del daño evidente que causa a la retina de un ser humano con un mínimo sentido de estética. Estos mismos pelafustanes que se desviven en criticar a la dictadura y sus atrocidades morales, se esfuerzan en ocultarle al pueblo la realidad chilena histórica y contemporánea.
Segundo, un aspecto objetivo. La crítica a la serie referida es bastante calvinista, por no decir puritana hasta más no poder. Primero, no se condice con la educación que se debe dar a las masas; luego, implica meter en un hoyo la realidad chilena contemporánea, de modo que no sea conocida por la gente. Es inconsecuente con la educación que se debe dar, porque cuando a la gente se le enseña la historia de un país, se le debe enseñar con sus pros y contras, sin tintes políticos endiosadores ni demonizadores. La historia de Chile en los años 20 era así, las querencias, los patrones que hacían lo que querían e imponían su ley en sus territorios, etc. Tampoco uno puede ser imbécil y creer que la teleserie dice toda la verdad, por supuesto que es ficción, cosa que viene bien advertida: la gente no es tan imbécil como para que le doren la píldora con que lo que pasa en lo comedia es la pura y santa verdad.
Por otra parte, es negar la realidad contemporánea. Y me llama la atención viniendo de la Ministra de Sernam, que es la defensora pública de estos casos. Como si hoy día las mujeres no fueran golpeadas, violadas ni quemadas, además de sicológicamente vejadas, maltratadas y subvaloradas. El año 2008 es lo mismo que 1920, sólo que los métodos han cambiado. La ministra debería ver, en estos documentos audiovisuales, una forma de ensalzar la defensa y protección de los derechos de la mujer para ayudar a erradicar el machismo violento. Lo contrario es demonizar y negarse a ver la realidad chilena. Me parece que la forma más lógica de concientizar a la población sobre los efectos de la violencia es mostrándola, dejándola al descubierto, denunciarla de forma pública, de modo que el eventual agresor se sienta amedrentado a utilizarla. Eso de que si la mostramos la gente lo puede repetir en la casa… o sea, por favor, horario para mayores de 18, esto no es un programa de lucha libre para niños de 15… la gente no es tonta.
Sin embargo, lo que más me impresiona de toda esta situación va referida al sustrato político de toda esta discusión. La vuelta de chaqueta paulatina y progresiva que la Concertación ha tenido en sus apreciaciones morales desde que llegó al poder, y que demuestra que la política chilena está a millones de leguas de ser desarrollada. La misma Concertación que nos vendió la pomada de la libertad, la alegría ya viene, crecer con igualdad, estoy contigo Michelle y toda esa mierda con cara de liberalismo, hoy día se muestra como la más talibana de las fuerzas políticas, amenazando censuras (las mismas censuras que derrotaron hace 10 años), querellas y demases para ocultar a la gente la cruda realidad: un país en que creció la delincuencia, en que creció la cesantía, en que la economía va en franco retroceso, en que las libertades políticas y sociales no se han concretado. No es la hora de echar culpas, pero el esconder la realidad demuestra claramente quien tiene gran parte de la culpa. Esto me recuerda el socialismo soviético, alienador de la mente de las personas, en que se obligaba a los individuos a ver los contenidos que le gobierno les daba, de la forma que éste quería, y adoctrinándolos en sus sucios raciocinios igualitarios marxistas.
La Izquierda ante esto, puede tomar dos caminos: o cumplen lo que prometieron al llegar la poder, libertad de expresión para los contenidos culturales; o lo que realmente son y han sido en todos los infortunados países en que han sido gobierno: control total sobre los medios de comunicación, educación gramsciana y limitada y control sobre las masas. De repente se les sale el gen Rogelio… más vale que lo repriman, porque así no van a ser gobierno nunca más.

jueves, 3 de julio de 2008

Europa

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Madre de todas las Guerras, Europa era un cementerio. Alemania estaba en ruinas, Francia e Inglaterra victoriosas, pero cansadas y con sus recursos agotados. Estados Unidos se erige como el gendarme de la región: llamado a intervenir en el conflicto, se queda a vigilar la reconstrucción de Europa, cierto de que, si la región se recupera, será con la bota gringa encima, lista para cobrar para siempre el favor que ha hecho a los europeos.

Europa sufre: las víctimas claman por justicia, la maquinaria alemana de destrucción queda en evidencia, el mundo se da cuenta de la monstruosidad del Tercer Reich, de una magnitud inimaginable, y llega la hora de que las cúpulas del continente reconozcan las culpas que comparten en este desastre.

El cauce natural será la rememoración del ignominioso Tratado de Versalles, en que Alemania fue sometida a la mayor de las humillaciones, y que hoy es reconocido, sin duda, como el peor de los errores, así como el antecedente primigenio de la Segunda Guerra Mundial.

Pero el análisis va más allá: Europa comienza a preguntarse qué es lo que pasa, que se hizo mal, siendo que sólo 500 años antes era la cabeza del mundo, un entorno natural unificado bajo una sola religión y un solo gran gobierno, un “E Pluribus Unum” bajo la égida de la Iglesia Católica y el Sacro Imperio… ¿qué pasó? ¿Cómo llegamos a esta devastación?

La respuesta no es de fácil aliento, pero yo, por lo menos, la vislumbro de la siguiente forma: la Europa Unificada en el Sacro Imperio, autoridad supragubernamental, una especie de Unión Europea de la Edad Media y el Renacimiento, contaba con un aparato fiscal eficiente (para su época) reforzado con un fiero poderío militar, que permitía la mantención de una pax relativa en los territorios bajo su dominio, y más allá. Así las cosas, España, las ciudades francas italianas, Francia e Inglaterra reconocen un dominio particular: si bien no están sometidas al Sacro Imperio, sí reconocen un gobierno único, el del Papa, como superior al de todos los gobernantes de la tierra, y particularmente en el ámbito espiritual; así como reconocen que el Sacro Imperio Romano es la continuación de la casta imperial romana, puerta y medio por el que la civilización y la identidad europeas han tenido formación.

Sin embargo, desde fines del siglo XV se empiezan a vivir aires de cambio, procesos particulares que ya no incluyen a Europa como un todo, y por consiguiente, generan rivalidades y roces entre sus diversos miembros, a saber:

1. El descubrimiento de América: El mérito de la colonización americana es exclusivo de España y Portugal, y más particularmente, de los monarcas de la casa de Trastámara. Es en Isabel La Católica y Fernando de Aragón en quienes reposa el mérito de la nueva colonización, así como en Enrique el Navegante y los monarcas portugueses. Es bajo su mando que España se convierte, como más tarde acuñaría Felipe II, en “el Imperio donde nunca se pone el sol.” El resto, Inglaterra, Francia y Holanda, se suben al carro de la victoria más tarde, cuando la influencia española en el reparto de los territorios decae, y se transforman en verdaderas aves de presa que se lanzan a la conquista de este continente semiabandonado, que contiene demasiado espacio como para ser ocupado por sólo dos países.

El descubrimiento y posterior colonización de América será, en mi opinión, el primer antecedente de la decadencia de la unidad europea, y su influencia saldrá a la luz casi 500 años después, con el proceso de descolonización.

2. La reforma protestante: El levantamiento de Lutero fue la llama que encendió la mecha de los abusos desmesurados del clero católico romano sobre el pueblo y la nobleza. Alemania y Suiza se rebelan con todo contra la autoridad romana, y la debacle se siente fuerte en otras latitudes europeas: Inglaterra, fiel aliado del Papa, se separa de la Iglesia y se une a los protestantes; Suiza, bastión de catolicismo, es fácilmente seducida por Calvino; Francia, hija primogénita de la cristiandad, se ve sacudida por una guerra fratricida que cuesta la vida a cientos de miles, alentada por la Reina Catalina de Médicis. Así, el sueño de la Europa espiritualmente unida se desvanece en las manos del mismísimo Carlos V, cuando los príncipes electores, en la Dieta de Augsburgo, ofrecen su cabeza por la defensa del maestro Lutero y las ideas reformadas.

Así, la Reforma Protestante es el hacha con que se corta la cabeza de la unidad espiritual europea, que antaño representaba la figura del Sumo Pontífice.

3. La Revolución Francesa: Los abusos del Ancien Regime en Francia llevan a una situación sin salida, en que la monarquía es duramente cuestionada y finalmente abolida con violencia inimaginable. El asesinato de Luis XVI y María Antonieta, así como el de muchos nobles, fue un evento traumático en la Europa del Siglo XVIII: marca el fin de una era de gobierno común, en que el continente estaba bajo el mando de una casta única y emparentada que ponía arreglo a sus problemas mediante la llamada “diplomacia matrimonial”; lentamente, se expande la idea de abolir la monarquía, o transformarla en un mero símbolo, resultado que vemos hoy en los países que aún la mantienen como institución.

La Revolución Francesa no hace sino dar el golpe de gracia a la ya cercenada unidad europea, haciendo, finalmente, que la identidad común se escinda en miles de pedazos.

4. La Primera Guerra Mundial: La semilla sembrada por el descubrimiento de América da sus frutos: la Gran Guerra es un conflicto meramente colonial, en que los países europeos se enfrentan, principalmente, por el dominio de las colonias africanas y oceánicas. Su resultado será, lisa y llanamente, la decadencia total de una Europa que se veía auspiciosa en los primeros años del Siglo XX, desembocando en la descolonización de los territorios y a ignominia de Alemania.

5. La Segunda Guerra Mundial: La humillación de Alemania fruto del Tratado de Versalles es una afrenta difícil de olvidar. Ante el flagelo público, las naciones más empobrecidas por causa de la Gran Guerra, a saber, Italia y Alemania, se embarcan en la hermosa pero peligrosa aventura de los nacionalismos, y el resultado es bien conocido: un continente devastado, un pueblo diezmado –Israel-, y dos víctores extranjeros manejando el continente –Estados Unidos y la Unión Soviética-, enfrascados en una posterior guerra de amenazas que termina con la caída del comunismo soviético y la victoria total y única de la potencia americana, que se erige como domina mundi hasta nuestros días.

Ustedes se preguntarán a qué quiero llegar con esto. Ni más ni menos, que a dar una explicación sobre mi punto de vista respecto del renacimiento de Europa, y específicamente de la Unión Europea.

Esta institución nace tras la Segunda Guerra Mundial, Bajo los auspicios de Robert Schuman, canciller francés, como una tímida comunidad para compartir el acero y el carbón de los territorios europeos. Luego va evolucionando, ampliando su aparato a temas más allá de los meramente económicos, e inmiscuyéndose en cuestiones de política, hasta desembocar en el Tratado de la Unión Europea, que convierte a la organización en un verdadero supraestado de naturaleza sui generis, con un secretariado general, un europarlamento con representantes de todos los países firmantes, un poder judicial instituido en el Tribunal de La Haya, e incluso una moneda única, el Euro. La misión de la Unión Europea es la homogeneización económica y política de los países otorgantes que, sin perder su identidad y sentido culturales que les son propios, someten parte de su soberanía a esta gran comunidad en pos del afianzamiento de ideales comunes de justicia y paz para la cuna de occidente.

A pesar de todas esas lindas palabras, el déficit de gobernabilidad de la Unión Europea es el mismo del que adolece el Derecho Internacional, y que termina, en buenas cuentas, siendo su ruina: la falta de una fuerza socialmente organizada y monopolizada que asegure el cumplimiento de las decisiones de esta cúpula paneuropea.

La ruina de Roma se reduce a una sola frase: su aparato militar era más grande que su aparato fiscal. Por tanto, como la conquista militar iba a pasos más avanzados que la reforma fiscal, llega un momento que, al cruzar ciertos límites territoriales, Roma se resquebraja. Es como hacer una pizza. La masa si es compacta, se mantiene unida: pero si la estiramos para hacer una pizza gigante, va a llegar un momento en que se va a romper por la falta de ligazón. Así, el Imperio era gigante, pero tenía un aparato fiscal insuficiente para controlar tanta vastedad de provincias.

La Unión Europea debe haber visto esto, y decidió no repetir el error: hizo crecer su aparato fiscal más allá de lo necesario, pero sin una fuerza organizada que lo legitimase. Se creyó el cuento que nos venden los políticos picantes del Siglo XXI, que todavía recuran que la diplomacia es el remedio para todos los males.

A mayor abundamiento, este déficit nace del temor casi histérico que Europa tiene a la guerra. Después de la Segunda Guerra es tal el trauma europeo, especialmente en Alemania, que los viejos se sienten avergonzados de su país, el ejército está convertido en una tropa de haraganes destinados a tareas burocráticas, la canciller se postra ante el Knesset judío pidiendo perdón por algo que ella no hizo y el desarme europeo es preocupante.

Nos debería parecer muy bueno que haya un desarme, pero esto es un arma de doble filo: si bien las armas no son nunca buenas, insisto en que la diplomacia no resuelve todo, y la amenaza de la fuerza es un disuasivo fuerte para la mantención de la paz, especialmente en un continente que recientemente se revela como culturalmente heterogéneo, saliendo de un régimen de terror como en el caso de Rusia, y amenazado por la nueva morisma terrorista. Luego, la necesidad de una organización militar no diplomática al mando de la Unión Europea se hace de primera necesidad.

Sin un aparato de la especie, las decisiones que ésta tome se basan simplemente en la buena fe de los firmantes. Basta ver el caso del Euro. Cuando se entra en el régimen de moneda única, el Reino Unido se niega a dejar la libra esterlina. Y no hay forma de disuadirlo. ¿Qué va a hacer la Unión? ¿Echar a Inglaterra? Sin Gran Bretaña la Unión se va a las pailas. Bueno hubiera sido, por ejemplo, que se le ofrecieran al país incentivos militares o, in casus extremis, un disuasivo diplomático, pero con un apoyo coercitivo coherente por detrás.

Hay muchos casos en que los acuerdos no sirven, y se hace necesario aplicar la fuerza, o su amenaza, para llegar a decisiones coherentes. ¿De qué sirve crear todo un aparato fiscal, por ejemplo, en torno a una moneda, homogeneizando un mercado financiero vastísimo a un costo de miles de millones de dólares, para que uno de los protagonistas del proceso después se eche para atrás? Así las cosas, el absurdo de la Unión Europea está en su buena fe, nacida del terror sepulcral que tienen a todo lo que signifique bengalas.

A mayor abundamiento, y naciendo con un contenido meramente económico, hoy se empiezan a vislumbrar los problemas, específicamente, en la imposición de sus directivas, lo que finalmente termina relatando el verdadero carácter de Europa, un continente en ruinas, que sin embargo, asienta su base sobre en una supuesta superioridad: la Unión Europea es la joyita de las políticas liberales, pero aún no es capaz de mirar hacia el lado y ver la debacle moral que ha caído sobre el continente.

En suma, y a partir de la directiva que expulsa ipso facto a todos los inmigrantes ilegales de los países de la Unión, dejo la pregunta abierta ¿moralmente, es conveniente ir a formar una vida nueva en una Europa envejecida y desgastada? Mi respuesta es no. El pensamiento y la reflexión lo dejo a los lectores.