sábado, 31 de octubre de 2009

Halloween

Esta mañana tuve la desgracia de tener que ir al Jumbo a comprar víveres para mi maltratada despensa. Tomé la bici, me fui feliz, pensando que claro, qué chileno se levanta a las 10 de la mañana para ir al super… cual sería mi sorpresa al llegar al mencionado templo del capitalismo, cuando veo hordas de gente haciendo fila, entrando, comprando, llenando sus carros de porquería… Ante tan extraña situación, empiezo a meditar, ¿hay alguna celebración?

Como buen protestante, tengo muy claro que hoy es el día de la Reforma, 492 años desde que Lutero clavó las 95 Tesis en la Catedral de Wittenberg y se dio inicio al cisma más grande de la Cristiandad, del que somos herederos los evangélicos de raigambre luterana, y que en Chile, ridículamente, celebramos como feriado. Pero sólo un 17% de la población es evangélica, de esos, como un 1% es luterano, y de eso, el 0,0002% celebramos con würstchen y cervezas, como lo hacían los primeros luteranos.

Caminando por los pasillos, pensando en esta interrogante, choco desprevenidamente con una góndola, en la que veo escrita con grandes letras la respuesta de mi interrogante: “HALLOWEEN” rodeado de calabacitas, monstruos y murciélagos, y una horda de pergenios y pergenias, acompañados de sus padres, hermanos, tutores, curadores, etc., comprando dulces.

Seguí mi paseo (leche, limones, pan, papas, würstchen, cerveza) hasta que finalmente y después de tanto sufrimiento capitalista, llegué a la caja Express (no suelo soportar más de 10 productos en un supermercado, además que la “maleta” de la bici no aguanta…). ¡¡¡Cuarenta pelotudos en la fila!!! (los conté, qué ocioso). Así que dediqué el extenso tiempo que me quedaba haciendo fila para que el Sr. Jumbo me robara voluntariamente (como siempre) a pensar ¿por qué Halloween causa esto?

Halloween es una desviación de la fiesta del Samhain celta, la fiesta de las cosechas, en la cual los paganos hacían bailecitos raros y celebraban la llegada del año nuevo, reverenciando a sus ancestros. Esto se mezcló con el Día de Todos los Santos, el 1º de noviembre de la tradición cristiana, lo que dio que a algún brillante pensador se le ocurriera que los muertos salen de sus tumbas en la noche del 31 (de dónde sacó la genial idea, nadie lo sabe…) Todo esto, mezclado con la genialidad mercantilista gringa, da un potpourrí que termina en niños gordos comiendo dulces, tocando los timbres de las casas para mendigar golosinas, bajo apercibimiento de tirar huevos o hacer travesuras nada agradables, mientras se disfrazan de monstruos (algunos niños no necesitan disfraz, les basta con la cara…)

Y llegamos a la pregunta primordial… ¿entonces por qué carajo se celebra esto? Primero, en Chile no hay ni medio celta partido por la mitad: los celtas y su religión desaparecieron hace 2.000 años. Segundo, la wicca y todos esos cultos no tienen nada que ver con nosotros, que somos de raigambre cristiana, y creemos en un solo Dios, que no suele disfrazarse de monstruo. Tercero, para nosotros no es el final de las cosechas, es como el inicio, puesto que es primavera y no otoño como en el Hemisferio Norte.

En cambio, hace 492 años, un Martín Lutero cambió la forma de ver la religión, dividió la Iglesia, dio el paso más importante para el paso de la Edad Media a la Moderna, cambió la organización geopolítica del mundo, provocó una guerra que tiene consecuencias hasta el día de hoy, fundó una nueva religión que perdura hasta hoy, con más de un 17% de la población chilena adherida a ésta… ¿y quién se acuerda? Parece que sólo unos pocos.

Esto es lo que ha logrado el mercantilismo y la cultura banal en nuestra sociedad. Que nuestra sociedad no recuerde su pasado, y se dedique sólo a consumir. Vayan a los mall, y vean como se divide el año. En mi época eran 12 meses. Hoy son nueve temporadas: El antiguo enero y febrero hoy es “Ofertas de Verano”; antaño Marzo es “Ofertas de vuelta al colegio”; el querido abril “Chocolatitos de Pascua”; mayo “Ofertas para la Mamá”; junio y julio “Ofertas para el papá”; agosto “Ofertas para el niño”; septiembre “Ofertas para el 18”; octubre “Ofertas de Halloween”; y noviembre y diciembre “Reviente su tarjeta en Navidad”. ¿Y alguien se acuerda de qué se celebra en todas esas ferias? Nadie, sólo se preocupan de comprar, de meter más plata al sistema, de tener los mejores perfumes, las mejores ropas, dar los mejores regalos, comprar, comprar y comprar, sin sentido, ni razón, ni fin.

Me asombro cuando veo a los niños, el futuro del mundo, que no saben ni tienen idea qué se celebra el 18 de septiembre, qué se celebra el 25 de diciembre, que se celebra en la Pascua. Lo único que saben es que en una viene el Viejito Pascuero a dejar regalos, en la otra el papá hace asados y en la siguiente viene el conejito a dejar dulces. ¿Ese es el mundo que queremos dejar? ¿Esto queremos dejar a nuestros hijos? ¿Heredarles el placer de gastar? ¿Hacer que se dejen robar voluntariamente por el comercio y los bancos como lo hemos hecho nosotros? ¿Por qué no enseñamos los valores de nuestra cultura dos veces milenaria? ¿Por qué no enseñamos los valores de la civilización honesta y la religión? ¿Por qué inventamos calabacitas, conejitos, viejos panzones para educar a nuestros hijos, cuando existe un Dios, y para los que no creen en Dios, una escala de valores, una cultura establecida y buena en su esencia?

Al final, nos gusta imitar a los gringos, nos gusta imitar su caos, nos gusta tener el desastre que ellos tienen, vivir en una sociedad donde la base para surgir y ser mejor es la envidia, el querer lo que tiene el otro, donde el gasto más allá de nuestras posibilidades es fundamental, donde el McDonalds y el Viejito Pascuero se convierten en baluartes del buen vivir. Me rehúso fervientemente a educar a mis hijos en un mundo de esa clase. Y como no puedo ir contra la corriente (al final soy sólo uno), parece que más vale no tener hijos.

Puede sonar duro, pero no quiero traer niños a un mundo que está al borde de la destrucción por culpa nuestra, en que ensuciamos las aguas, talamos los bosques y matamos animales para cultivar vacas mutantes para el McDonalds; en que gastamos la energía en ver las boludeces que nos dicta la cultura de la tele; en que generamos basura y más basura en cosas que no nos sirven; en que ensuciamos nuestra cultura y nuestras tradiciones con la tinta del mercantilismo y el gasto desmesurado y sin sentido.

Y ahora, aunque no quieran, les voy a cerrar la puerta en la cara a los niños que vendrán a pedirme dulces (en realidad me gustaría darles una clase de historia, pero no creo que quieran) y me voy a ir a la Iglesia a celebrar el Día de la Reforma. Y mañana, ya que nadie se acuerda del Día de Todos los Santos, voy a ir a ver a mis abuelos al cementerio. He dicho.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Las expectativas sociales

Muchos de mis amigos me han preguntado en el último tiempo qué hago soltero: “Pancho y la minita cuándo”, “¿Cuándo te vas a emparejar?”, “¿Cuándo vamos a conocer a la afortunada (aonyi)?”, y otras frases del género.

En realidad, para ser sincero, no estoy, en este momento, entusiasmado con la idea. A decir verdad, la idea no me agrada para nada, por una simple razón: Tengo un extraño complejo que me hace despreciar las expectativas sociales que los demás tienen sobre mí.

Durante muchos años, cumplí a cabalidad todas las expectativas que se ponían sobre mi persona: El chiquillo ordenado, medio mateo, de notas relativamente buenas, católico, salido de Cuarto Medio de un colegio tradicional, estudiando una carrera tradicional, Derecho, y así suma y sigue. Faltaba para cumplir el salir inmaculado y rápidamente de la carrera, ejercer de forma exitosa en algún escritorio fomeque de la capital, casarme con alguna chiquilla ad-hoc en la flor de la edad y empezar a tener chiquillos.

Sin embargo, en algún momento algo hizo clic en mi cabeza desordenada. Creo que caí en la cuenta de que el mundo no es cumplir las metas que los demás te ponen, sino cumplir las expectativas que tú mismo te fijas. Y, lamentablemente, en muchas ocasiones dichas aspiraciones no se condicen, ni siquiera en lo más mínimo, con lo que los demás quieren de nosotros.

Creo que corresponde a cada uno de nosotros perseguir nuestros sueños, aunque sea mediante el voto de rechazo de los que nos rodean: Hay que dejar salir las aspiraciones más profundas que duermen dentro de nuestro inconsciente, y dejarlas salir sin tapujos, con fuerza, queriendo con todo el corazón que nuestros sueños se cumplan, y sin dejar que el resto del mundo, muchas veces enfrascado en un afán imbécil por meterse en la vida de los demás, ponga freno a nuestras aspiraciones o nos dé cátedra de cómo se es feliz.

No obstante lo anterior, veo mucha gente a mi alrededor que toma por camino el renunciar a los sueños propios para llenar las expectativas de los demás, especialmente de los padres y las parejas, que muchas veces no comprenden el afán de sus hijos y sus consortes por lograr cosas que, para ellos, no tienen importancia. La mente de cada persona es un mundo, y está llena de aspiraciones que, objetivamente válidas o no, luchan por salir, forman una parte indisoluble de ese objetivo que todos buscamos en la vida, que es la felicidad. A esa gente, muchos de ellos amigos míos, les digo de forma categórica: Busquen sus sueños y sus deseos, de acuerdo a lo que su mente les dicta, sin dejarse engatusar por la influencia, muchas veces interesada o malintencionada, del mundo que los rodea, sin dejarse dominar por ese errado concepto que el mundo tiene de la felicidad.

Con todo lo que digo no quiero sonar individualista ni amoral: Nuestros deseos no deben perjudicar ni poner freno a los deseos de los que nos rodean, puesto que la vida humana, de un contenido eminentemente social, debe ser vivida, gozada y disfrutada con respeto a nuestros semejantes, que también quieren vivirla de forma decente y deben respetar, recíprocamente, nuestras aspiraciones. Ello también se extiende a la moralidad de nuestros deseos, en un sentido libertario; los deseos inmorales son, precisamente, aquellos que afectan o coartan a nuestro prójimo, o a la sociedad en su conjunto. El responder a dichos deseos no es sino hacer caso a una ilusión de libertad, por cuanto ésta solamente existe cuando se ejerce, en su amplio margen, en armonía con el mundo que nos rodea.

Vivimos, sin duda, en la mejor época de la historia, aquella donde el hombre tiene la mayor libertad para desarrollar, en las más amplias formas sus sueños y aspiraciones: Nadie puede reprochar los legítimos deseos, vivimos en un mundo con libertad de expresión, podemos ser casados, solteros, divorciados, pero seguimos siendo personas; podemos ser abogados, ingenieros, arquitectos o psicólogos, y seguimos teniendo un mundo de posibilidades a nuestros pies, podemos ser gordos o flacos, altos o bajos, negros o blancos, homosexuales o heterosexuales, y nada nos impide vivir la vida de la forma que mejor queramos, siempre y cuando mantengamos la armonía del mundo en que habitamos.

Muchas personas, entre las que me incluyo, nos vemos agobiados por lo que el mundo espera de nosotros, y a veces podemos sentir que estamos mal enfocados o equivocados en nuestros pensamientos: Sin embargo, me atrevo a decir, en este caso, que el mundo, que muchas veces se empecina en imponer una visión única y generalmente fundamentalista de las cosas, se equivoca en la gran parte de los casos. Es la juventud la época propicia para perseguir nuestros ideales y nuestros sueños, incluso hasta el fin del mundo, cimentar nuestra felicidad futura, la que no se basa solamente en tener un trabajo estable y bien remunerado, mujer e hijos lindos y una casa grande y bonita: Conozco mucha gente que vive en ese mundo idílico, y no es feliz. Ese es el concepto de felicidad creado por unos pocos para ser inconscientemente aplicado a todas las personas, el afán por el dinero y la buena vida, para muchos, es el camino a una existencia vacía y miserable, grupo entre los que, nuevamente me incluyo.

No nos dejemos apabullar por ese concepto facilista y preciosista que el mundo intenta imponernos: La verdadera felicidad la hacemos nosotros: No la hacen los demás, no la hace el dinero, no la hace el mundo, sino que está dentro de cada uno el descubrir qué es lo que nos llena y nos anima a seguir adelante.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El mundo en bicicleta

Hace un mes, entre los papeles que vuelan en mi oficina y las múltiples cosas que tengo que hacer todos los días, miré mi calendario y me dí cuenta que la realidad me aplastaba: el tiempo se estaba acabando para poder terminar los malditos deportes de la Universidad, si es que quería, dar el examen de grado en Enero, como tenía contemplado.

El tema de los famosos deportes de la Universidad es un tema que siempre me ha atormentado. Debo reconocer que no soy dado a la actividad física formal, sin perjuicio de que camino bastante todos los días para ir a los Tribunales y todas esas cosas; pero lo hago en mi particular paso de tortuga coja y con un pucho en la mano mientras miro al oriente eterno pensando en alguna de las estupideces que suelen asaltarme en dichos momentos del día.

Bueno, el tema es que en mi tabla de prioridades de la vida, el deporte está en el lugar 999 de mil (el 1000 es la cría de caracoles para fines cosméticos). La cuestión es que el centro de formación técnica Adolfo Ibáñez le da mucha importancia, lo considera como crédito y todo, y a pesar que esté arrepentido, en forma general, de haber estudiado en dicha pseudouniversidad mediocre, el pastel ya está hecho, hay que terminar la cagada de carrera de una buena vez, y hacer las 44 sesiones de deporte que debo.

Así, con la cara de tres metros y las patas a la rastra, partí a la U a ver qué crestas podía hacer. Don Juancris, el jefe de deportes (que a todo esto siempre ha sido un 7 conmigo, consciente de mi situación) me dio varias opciones. Opción A: Natación. Descartada, no nado ni en un charco, soy un poquito pudoroso como para andar en paños menores, y tendría que ser suicida para ir a meterme a Playa Ancha a las 9 de la noche para ir a nadar. Opción B: Trotar. No gracias. Someterme al escarnio público de arrastrarme sudado por San Martín me atrae menos que ser flagelado con un cilicio romano en la mitad de la plaza pública de Bagdad. Se me estaban acabando las opciones.

Última opción: Hacer bicicleta. Nunca lo había hecho (la última vez que an duve en bicicleta fue a mis tiernos doce…), por lo que podía ser una opción rentable. Problema Uno: Tenía que ir con casco. Problema Dos y más grave: Tenía que ir con bicicleta. Bueno, habrá que comprársela. Hace rato que andaba con el temita de tener una bici, aunque bien sabía que iba a terminar como colgajo de maceteros en el patio de la casa. Pero por lo menos ahora tenía la motivación clara para comprar el aparato.

Con menos plata que ganas, partí al grandioso Mall del pueblo a buscar un aparato. Como no tenía mucho tiempo, no coticé, ví una bonita no más y firmé el cheque sin mirar. Y con una mosca en el documento y un hoyo en la cuenta corriente parte un aventurilla bastante más interesante de lo que jamás me habría imaginado.

El primer día, me dediqué a aprender como funciona el aparato y etcétera, y con cara de pocos amigos partí de mi casa a San Martín. Al momento de partir pedaleando, me empecé a dar cuenta de cosas extrañas… el mundo es distinto encima de una bicicleta. Como que todo se ve más alto, es como que caminaras a alta velocidad, pasando a la gente, rodando por la calle con un mínimo pedaleo… y a pesar que los primeros días me dolía el culo como puta haciendo horas extras por culpa del maldito asiento, empecé a embobarme con este mundo distinto, raro, pero agradable, fresco y placentero.

Tres semanas ya, y no me bajo ni para hacer caca. Quién diría que el huevón malazo para los deportes, que trotaba con una pistola al pecho ahora es un fan de la bicicleta. Hasta le compré sus adminículos enchuladores, herramientas, caramayola, parches, casco, sunglasses ad-hoc Adidas y hasta una lucecita de árbol de pascua que hace colores raros. Todo muy freak para un compadre que sueña ir por la calle en un Segway tomando café.

Los paisajes en la bici son distintos. Ir por la ciclovía de Salinas, mirando el mar, viendo como las pendejas estúpidas se caen en patines, viendo a la vieja gorda y sudada trotando como un rinoceronte y pasarla descaradamente es un placer que no se compra en ninguna tienda. Como será que los 50 minutos diarios exigidos por el CFT UAI ya me

quedaron chicos. Hoy salí de la casa en un hermoso día y me mandé el back & go a la Roca Oceánica, dos horitas de placer puro. Sentir el viento en la cara, sin gastar bencina, con el sol reverberando en la piel, viendo a la gente pasar a velocidad de gusano, pedalear, y pedalear más fuerte, subir y bajar las lomitas, pasarse los hoyos, saltar veredas, todo al ritmo de la música en el MP3, se convirtió en un vicio impagable. Sientes que hay vida más allá de la vieja gorda que autoriza poderes en el tribunal de familia.

En suma, parece que tomé la decisión más sabia del año. Sin decir que mi dionisíaca barriga ha ido reduciéndose lentamente… muuuuy lentamente a mi gusto, pero qué jué. A todo el que tenga la posibilidad, se lo recomiendo ciento por ciento. El mundo es distinto, se pasa bien, se saltan los tacos, reducen su huella de carbono y hacen un poco de ejercicios como para soñar en el verano sin polera (SOÑAAAR). Además que con los días primaverales que estamos teniendo en Viña City, es un gusto. Pero hay que echarse bloqueador, porque por supuesto, mi caucásico y pantruquesco pellejo quedó reducido a una arruga roja por olvidar ese insignificante detalle. Pero se pasa bien, muy bien.

domingo, 19 de julio de 2009

La soledad

De un tiempo a esta parte, he estado, mitad por fuerza, mitad por opción, solo. He tratado de dejar de frecuentar los ambientes sociales, me he dedicado a la escritura, la poesía, la música y el trabajo. Si bien al principio me molestaba un poco el encontrarme solo, puesto que considero que soy de una naturaleza más bien sociable, siempre necesitado del contacto con el mundo exterior, me he ido acomodando a esta nueva situación, y he ido descubriendo muchas cosas que no conocía de mí, explorando un mundo que me es nuevo, sin ataduras de terceros, sin armaduras, en que existo sólo yo, desnudo y despojado de las armaduras que día a día usamos los seres humanos para relacionarnos con el entorno.


Para muchas personas, la soledad es una tortura. Lo fue un tiempo para mí, un tiempo en que necesité ser el centro de atención, el florero, necesitaba ver a mi gente, que me llamaran, yo llamar, que todo el mundo estuviera ahí para mí, sirviéndome y escuchándome. De a poco he ido prescindiendo de esa dependencia narcisista, que nacía del miedo de estar solo con mis fantasmas. Qué miedo más infundado, por lo menos en mí. Recientemente he descubierto que me llevo excelentemente bien con mis fantasmas y mis temores, tanto así que los he ido venciendo de a poco, para encontrarme, después de largo tiempo de soledad, con una imagen prístina de mí mismo, que si bien necesita algunos retoques aún, se ha pulido bastante desde que empecé este autoexilio forzado.


Y hablo de un autoexilio forzado, porque, en primer lugar, cuando empecé a dar demasiada importancia a los demás, a vivir “la vida de otros” y quitar importancia a lo que me pasara a mí, empezaron a sonar las alarmas de una forma nunca antes vista. Aquella alarma que no sólo te advierte en la cabeza, sino también en el cuerpo. El cerebro humano es una máquina de sabiduría superior a lo que nosotros somos en la vida consciente. Cuando se rompen los equilibrios, en cualquier ámbito de la vida, se conforma con advertirte que las cosas van mal. Pero si insistes, y las cosas se ponen difíciles, cuando los seres humanos renunciamos a tomar el rumbo de nuestras vidas en un determinado ámbito psicológico, el inconsciente derechamente te roba, le quita el dominio de tu cuerpo a este consciente que actúa mal, y te pone por el buen camino, aunque tú no lo quieras. Pierdes la noción del tiempo y del espacio y tu cabeza más profunda te obliga, mediante una serie de procedimientos “dictatoriales” a poner tu vida en orden. Y es impresionante cómo lo logra.


En segundo lugar, opté (o mi cabeza optó por mi) por alejarme del mundo, y dedicarme al cultivo de mí mismo, que en épocas pasadas fue muy fructífero, pero que en los últimos años había dejado totalmente abandonado, al punto de no reconocerme en un espejo. Llegar un día mirarte en el espejo, y ver ahí un ser abandonado, viciado, surcado de ajenidad, es realmente impresionante. No es verte a ti mismo, sino ver a un extraño, un impostor que se ha apropiado de tus facciones. Todos necesitamos, en cierta medida, llevar a cabo procesos de estudio y de introspección, un cultivo personal que se relaciona con las necesidades más profundas del ser humano. Así como algunos se dedican al cuidado personal exterior –van al gimnasio, a la peluquería, qué sé yo-, cosa que a mí no me atrae en lo absoluto, otros nos dedicamos al cultivo interno, al descubrimiento y trabajo en el ser más interno, en mi caso, con la escritura, como lo hago hoy, la poesía, las artes y la meditación.


El cultivo interno permite que nos adentremos en lo más profundo de nuestro ser para intervenir y cambiar lo de erróneo y vicioso que nuestra vida va dejando a su paso. Creo que el hombre es un ser que no sólo se alimenta de comida y contacto social, sino que es una criatura esencialmente virtuosa, cuya vida va orientada hacia lo bueno, lo verdadero y lo bello. Y el ritmo del mundo actual, sobrevalorado, banal, falso, preciosista y triunfalista, deja mellas en el espíritu que deben ser sanadas cada cierto tiempo, so pena de convertirse en heridas permanentes que terminan creando infelicidad en los seres humanos. Y conozco muchísima gente que, a mi parecer, están heridas en este aspecto, el área espiritual, una herida que no se cura con dietas, ni con siquiatras ni con pastillas, sino con vida interior, soledad, el cultivo del ego profundo, la meditación y la oración, para los que creen en Dios (como es mi caso).


Los seres humanos no somos animalejos simples, sino criaturas altamente complejas, que nos movemos dentro de tres ámbitos, más bien difusos, y que, según yo, son bien jerarquizados: el ámbito físico, el ámbito psicológico y el ámbito espiritual, en orden ascendente. Así, el trabajo físico vale menos que el trabajo mental, y aún menos que el trabajo espiritual (aunque esto no se mida en términos pecuniarios); el cultivo espiritual es más satisfactorio o duradero que el cultivo del conocimiento, y muchísimo más que el cultivo físico. Y, de la misma manera, las heridas en el espíritu son más dolorosas que las heridas psicológicas o físicas, y por supuesto, más relevantes, y aún más difíciles de sanar.


Lo malo es que muchos seres humanos, contaminados de los conceptos de un mundo terrenal que reniega del espíritu, y que vive solamente del “hic et nunc”, han tomado una visión simplista con respecto al manejo vital. Hoy día todo se cura con dietas y pastillas. Si estás gordo, haz dieta; si te duele la cabeza, tómate una aspirina… ¿y si te duele el corazón? ¿Y si sientes tu vida vacía? ¿Y si sientes agobio por alguna determinada circunstancia? ¿Y si sientes pena? Muchos falsos amigos te van a decir “tómate un Ravotril, un té y ándate a la cama”; “cuando te levantes tomate un Lexapro y trata de llevar alguna apariencia de vida mientras todo se derrumba a tu alrededor y no te das cuenta porque estás drogado”. Esa manía imbécil de tratar a la mente humana como un nuevo dios, y a los siquiatras como los sumos sacerdotes de esta nueva religión basada en el hombre, despojado de sentimientos y sentidos profundos, basada en que el cerebro sólo es un conjunto de engranajes predecibles y manipulables. Qué error tan grave, y que manda a la perdición a muchas personas, que se hubiesen sanado si solamente hubieran dado sentido a sus vidas mediante el cultivo de su yo espiritual.


El cultivo y la sanación espiritual, sin embargo, no es un camino fácil, y son pocos los que se atreven a adoptar esta ruta, y prefieran hacerse amigos del Ravotril y el Lexapro, mientras tratan de dar falsas explicaciones a lo que sucede a su alrededor. Nuestro espíritu es fuerte, nos lleva a vencer toda circunstancia y toda dificultad si canalizamos de buena manera la energía que está en nuestro interior, que es insospechada, pero a la vez es sensible, susceptible de ser afectado por factores externos. El espíritu que cada persona tiene dentro de sí es nuestra carta de presentación frente al mundo, la mayoría de la gente nos percibe y nos juzga por nuestro espíritu. La comunicación, en su mayoría, tiene un carácter espiritual, un carácter de conexión profunda con el otro, de empatía. Las habilidades sociales no se pueden desarrollar a cabalidad si es que no hay un espíritu limpio, aunque sea medianamente; y el espíritu dañado no sólo deja heridas en el yo, sino que también hiere y mancilla todo lo bueno que hay a nuestro alrededor.


Cuando llegan esos momentos, no queda más que alejarse del mundo, y centrarse en uno mismo. Para mí, esta es una actividad necesaria, que cada ser humano que se considere tal debe tomar con seriedad por lo menos una vez durante su vida. Detener la vorágine del mundo en que vivimos, bajarse un momento y detenerse a pensar. Dejar todo, alejarse de lo querido y mirar el mundo que nos rodea desde un plano superior, evaluar nuestras vidas, nuestros momentos, nuestros sentimientos, darles un significado y moldearlo en consonancia con nuestro destino. Y el proceso no termina ahí, porque al volver de este viaje espiritual, en que nos nutrimos de nosotros mismos, debemos aplicar lo aprendido, dar a toda experiencia nueva un sentido, un significado, sublimarla en el camino del destino último que cada uno tiene, y que descubrimos en este viaje espiritual.


Lo más importante de este viaje espiritual, esta peregrinación por el aprendizaje de los aspectos más profundos del hombre, es la soledad. Ella no es una circunstancia indeseable, como muchos erróneamente piensan (incluso yo lo pensé así). La soledad, la introspección, el olvidarse del mundo exterior para adentrarse en el mundo interior, es una tarea difícil, pero altamente satisfactoria, porque permite aislar nuestra existencia, ponerla en un plano neutro, para trabajarla como una piedra en bruto, sin intervenciones externas. La soledad es el vehículo de ese trabajo profundo, que no se puede hacer en el contacto humano, que debe ser hecho en silencio, sin nadie alrededor; el camino se debe recorrer en forma individual, sin amigos, sin familia, sin siquiatra.


Cada persona es dueña de un campo vasto e interminable, que se ubica en nuestro interior, del que cada uno es rey, patrón y dueño. Y este campo se gobierna bajo nuestra palabra y mando, no bajo el de otros. Cuando son los terceros los que gobiernan nuestra vida, cuando es otro el que se sube al caballo y da órdenes a los trabajadores de nuestro gran campo, es que hemos perdido todo poder sobre nosotros mismos, y nos hemos vendido como esclavos al dominio ajeno. Y uno de los elementos esenciales del hombre es la libertad. Hemos sido hechos libres y soberanos: el hombre debe ser señor de sí mismo, y ese es un dominio que no se puede ceder ni vender. Por mucho miedo que nos dé el tomar las riendas de nuestra vida, por mucho que nos atormenten nuestros fantasmas, las proyecciones de nuestro temores y debilidades, el ir a la lucha contra ellos, el tomar las bridas del caballo de nuestra existencia, blandir la espada, luchar y vencer a nuestros demonios es el sentimiento más delicioso y gratificante de nuestras vidas,, el experimentar que la vida, el mundo y lo que hagamos de ellos nos pertenece, que tenemos poder para moldear nuestras propias vidas, que el azar no existe, que todo lo que ha pasado, pasa y pasará tiene un sentido que sólo yo conozco.

martes, 14 de julio de 2009

Las lecciones de la Revolución Francesa.

Hoy, catorce de julio de 2009, se cumple el 220º aniversario de la Toma de la Fortaleza de la Bastilla, en el hecho que, según la mayoría de los historiadores, marca el estallido definitivo de la Revolución Francesa, uno de los movimientos populares que cambiaron la historia del mundo, y que en definitiva, marca la escala valórica en el mundo moderno.

A mi parecer, han existido, en la historia moderna, tres procesos revolucionarios que han marcado profundamente la identidad del hombre moderno, en cuanto a su concepción del mundo y la sociedad. El primero de ellos fue la Reforma Protestante, en cuanto cambió la forma de relacionamiento entre el pueblo y Dios, disminuyendo considerablemente, hoy en día, el poder de los jerarcas religiosos. El segundo movimiento fue la Revolución Francesa, que cambió los patrones de relacionamiento entre el pueblo y el gobierno temporal, en cuanto significó el derrocamiento del sistema tradicional de gobierno, la monarquía, para reemplazarlo por un sistema de gobierno semiutópico a la época, como era la democracia, que dejaba la soberanía en manos del mismo pueblo, con inciertas consecuencias. El tercer movimiento fue la Revolución de Octubre, que cambió la visión del orden social escalonado por uno desclasado e igualitario, basado en los derechos de los trabajadores.

La Revolución Francesa, como todos los procesos revolucionarios, tiene, a mi parecer, una causa bien clara: el hambre. Un pueblo contento, en la visión monarquista barroca, es un pueblo dócil y suave al monarca; un pueblo con hambre, es la mayor de las amenazas, por cuanto las adversidades de la especie encienden los ánimos, abren los ojos de la gente en orden a un cambio a favor de sus propios derechos.

El hambre del pueblo parisino fue, como dije, un factor vital: cuando la hogaza de pan cuesta lo mismo que el salario mínimo, estamos en problemas graves. Y si a eso sumamos el vicio capital del Ancien Regime, a saber la falta de comunicación entre el monarca y su pueblo, entramos en crisis grave. Bien sabido es que el rey de Francia, Luis XVI, era un mequetrefe inepto, poco empático, un niño apagado por la magnífica visión de su antepasado, Luis XIV, el Rey Sol, quien es, hasta hoy, el gran símbolo de la prosperidad y opulencia de la Francia absolutista.

Sin perjuicio, la grandeza de Luis XIV duró poco: su bisnieto, Luis XV, se olvidó del pueblo y se dedicó a guerrear a favor de las posesiones borbónicas y dar opulentas fiestas; más aún, escandalizó a toda la aristocracia francesa con su acalorado romance con Jeanne Bécu, Condesa du Barry, y las intrigas de ésta con el Cardenal Richelieu en contra de François Choiseul, secretario del rey, que fueron durante años el comidillo de la Corte, junto con su tirante relación con María Antonieta de Austria, esposa de Luis XVI, nieto de su amante, y futura reina de Francia.

Que sirva esto para ilustrar la Corte Borbónica: Una especie de reality tipo SQP, en que todos luchan contra todos, se pelan, se pisan las colas, y se esconden tras los pilares, pero que en el téte-a-téte, se comportan como perfectos aristócratas y refinados caballeros (salvo María Antonieta, que le hizo la ley del hielo a la du Barry durante años).

Y es aquí donde entra el pueblo: al populacho no le interesan los comidillos de la Corte de los Borbones, le interesa comer, le interesa el trabajo digno, le interesa la salud de sus hijos, le interesa parar la olla todos los días, como se dice hoy en palabras pedestres. Y el rey no estaba ni ahí. El único talento de Luis XVI era el ser “bueno pa’l evento”: un fiestero de siete suelas, mala costumbre agarrada de su frívola consorte, que solía departir con la Corte en estupendos bacanales y orgías, en estrafalarios vestidos y peinados, en que se bebía hasta la embriaguez y se representaban escenas de la vida disoluta de los dioses, etc., cosa que no era bien vista por el estado llano, que veía como sus reyes lo pasaban chancho haciendo vida aparte en Versailles, en las afueras de París, mientras los demás nos cagamos de hambre.

En el fondo de sus corazones, yo creo que el pueblo no quería pan. Se contentaban simplemente con el cariño de su rey. Pensemos que la visión política de la época era muy distinta. El rey debía ser un padre para sus súbditos, era la imagen más cercana a lo divino, su autoridad incuestionable. Si Luis XVI les hubiera dado un poco de atención, de cariño real, las cosas habrían sido diferentes. Pero el Lucho era un inepto, que se dejaba controlar por su mujer y sus corruptos consejeros. Ilustra el desprecio de la familia real por el pueblo llano la famosa frase que María Antonieta pronunció cuando el pueblo se encontraba a la puerta del Palacio de las Tullerías: “¿No hay pan? Que coman pastel.”

Como no me interesa contar la historia de la Revolución Francesa, baste decir, someramente que las cosas se precipitaron, el Estado Llano se amotinó en las Asambleas Generales, se formó en Asamblea Constituyente, se aprobó la Declaración de Derechos del Hombre, se enojaron con el rey, éste llevó a cabo un autogolpe para sacar al Estado Llano de la Asamblea Constituyente, y ahí el pueblo se enojó. Salieron a la calle, asaltaron la Fortaleza de La Bastilla, símbolo de la opresión del rey al pueblo, por cuanto sus cañones apuntaban directamente al barrio obrero de París. La muchedumbre mató al alcaide y desarmó ladrillo por ladrillo el edificio, encendiendo el fervor popular como una mecha mojada en combustible por toda Francia, donde se formó un movimiento obrero y revolucionario sin precedentes en la historia, y que logró destruir casi todos los bastiones de defensa realista.

Mientras tanto, el rey seguía encerrado en Versailles, aislado del pueblo. Entonces, la Asamblea Constituyente, que ya había sometido al clero y a los nobles mediante la restitución de los impuestos a los dos estamentos, se dispone a someter al rey, y lo obligan a volver, junto con toda la Corte, a París, abandonando Versailles e instalándose en el Palacio de Las Tullerías, donde la familia real era prisionera del pueblo en su propio palacio, en un intento de la Asamblea Constituyente por acercar al rey al pueblo y terminar con esta situación.

Cuento corto, la Asamblea le pone la pata encima a Lucho, lo obligan a ceder poder y a convocar a elecciones en sufragio universal, a lo que el perla se niega, y las masas asaltan el palacio. Ante esto, el rey decide fugarse al Sacro Imperio, para pedirle ayuda a su cuñado Leopoldo, el Emperador. Pero justo lo pillan en la frontera, y la Convención, el nuevo parlamento, con Robespierre a la cabeza, lo pone bajo arresto domiciliario y lo cesa en sus funciones reales. De ahí se proclama la República, y Luis de Borbón y Sajonia es juzgado por alta traición y decapitado en la guillotina. Y así muere la monarquía francesa.

Luego son abolidos los títulos nobiliarios, la lucha entre Jacobinos y Girondinos en la Convención se acrecienta, Marat y Hebert encienden los ánimos con sus periódicos revolucionarios, los “sans-culottes” entran a la palestra con sus atentados, y mientras tanto Robespierre, que se ha vuelto un sádico tirano, trata de callar a la prensa, a los críticos y de dominar las querellas políticas dentro de la Convención mediante el uso indiscriminado de la guillotina, en la etapa llamada, no sin razón “El Régimen del Terror.”

Los diez años de caos de la historia de Francia terminan el nueve de noviembre de 1799, con el golpe del 18 de brumario, en que Napoleón Bonaparte toma el poder. Fin.

Ahora, viendo este período en retrospectiva, y después del decantamiento histórico de los siglos, vemos que la Revolución Francesa es un acontecimiento trascendental en la visión histórico-política occidental, por cuanto el pueblo, por primera vez, toma su propio destino entre sus manos, buscan la felicidad terrenal por sí mismos ¿pero de qué forma? ¿cuánta violencia se justifica por la conquista de la libertad?

La Revolución es un proceso que mezcla utopía con incertidumbre. El pueblo soñó con la libertad, la igualdad y la fraternidad, proclamas sempiternas de liberación popular, bajo la guía de la Diosa Razón y los ideales de la Ilustración, que busca poner el conocimiento y el destino del mundo en manos de todos los hombres, sin distinción de raza, clase y género, en busca del ideal de felicidad común y gobierno perfecto; sin embargo, la monarquía estaba demasiado arraigada en toda Europa como para que el pueblo tomará la soberanía en sus manos con alguna posibilidad de éxito.

Sin perjuicio de la certeza de ese predicamento, y del peligro que revestía llevar a cabo tan grandes cambios, ellos no sólo se condujeron por amor a la libertad por parte del pueblo, sino por el gran insulto inferido por los monarcas al pueblo. Hoy vemos como todo el concepto de autoridad y soberanía gira alrededor de la idea del pueblo, gracias a la Revolución. Hoy los políticos tiemblan ante el clamor del pueblo organizado. Pero antes no. El rey infirió injurias gravísimas al pueblo francés como para merecer tal castigo, ignoró sus peticiones, los trató como animales, los humilló hasta el extremo y finalmente los trató de despojar de toda prebenda, de modo de volverlos sus esclavos y gobernar para sí mismo y su fastuosa corte en el Palacio de Versailles. En verdad, creo que fue esta ignominia la que precipitó los acontecimientos.

En fin, el sistema político actual es heredero de la Revolución Francesa. Nuestra noción de pueblo, polis y política nace por influjo casi prístino del fenómeno parisino. E increíblemente, esa revuelta que terminó siendo una vergüenza para su época y un evidente fracaso que sumió a Francia en la anarquía durante una década, hasta la llegada de Napoleón, hoy es materia de estudios, no sólo por su relevancia histórica, sino porque sienta las bases de la concepción occidental del hombre moderno. La proclama “Liberté, Égalité, Fraternité” vivirá para siempre en los anales de la historia. El grito de “A la Bastille!” aún no se apaga, y sigue vivo en cada hombre y ciudadano que lucha por sus legítimos derechos. El rojo, blanco y azul de la bandera revolucionaria sigue siendo el emblema del nuevo orden impuesto por el pueblo, organizado, libre y soberano. La Francia revolucionaria es el faro de los hombres y mujeres que luchan por un mundo mejor y más justo. Me salió comunista y qué fue.

sábado, 4 de julio de 2009

La familia produce una cosa mágica: puedes estar enojado con ellos, puedes estar triste, pueden evitarte, pueden obviarte; pero cuando vuelves a verlos, alguna magia sucede, que el amor vuelve, los problemas se olvidan, las querellas se entierran; y todo vuelve, por un momento, a ser feliz como en los viejos tiempos.

Esos son los momentos que hay que atesorar.

Los bancos


De todas las instituciones propias de la vida social moderna, la más deleznable y reprochable, para mí, son los bancos. Instituciones especialmente diseñadas para brindarnos un servicio que no necesitamos, a un precio que no pagaríamos. El mejor negocio del mundo. Cobrar por un servicio inexistente.

El banco no sólo me cobra por hacer como que guarda mi plata, sino que más encima la presta, la multiplica, la invierte, y se queda con los excedentes. Porque si usted cree que sus billetes están sanos y salvos en una bóveda o debajo del colchón de un gerente, está muy equivocado. Sus billetes no existen. Su plata es número que el banco administra. Y juega

con su número, lo da en préstamo a otros, compra e invierte para sí, confiando en que usted no se lo pida nunca. El banco es como una especie de “ladrón honrado”: Se roba su plata, la gasta, pero si usted se la pide de vuelta, se la da. Y hasta por ahí no más, porque si todos los chilenos fuéramos al mismo tiempo a cobrar nuestras platas a los bancos, ellos no tienen ni el dinero nominal ni la liquidez para ellos. Eso es lo que pasó con el famoso “corralito” en Argentina.

El banco es una máquina especialista en robar por donde puede. Me cobra, primero, por usar mi plata. Después me presta plata, bajo la excusa de la PYME, la solidaridad, el apoyo, el “siempre contigo”, etc. Y me cobra no una, ni dos, sino tres veces lo que me prestó. Y me obliga a hipotecar mi casa, la misma que les estoy pagando a ellos, en garantía de mis pagos y de cualquier obligación que en el futuro contraiga con ellos, hasta el final de mis días. Y si me atraso un día, me someten al escarnio público pasándome a DICOM, de modo que hasta el almacenero me mire feo por comprar un chicle. Y si no puedo seguir pagando, por cualquier razón, me embargan hasta el culo y lo venden al mejor postor. Y se quedan con la plata. La “manus injectio” romana es un feliz castigo comparado con la ignominia a la que nos someten estas institucion

es.

Y lo peor de todo, es que estos ladrones dominan el mundo. Corporaciones gigantescas, como HSBC, Citibank, Itau, Deutsche Bank, etc., están infiltradas en todos los estamentos gubernamentales del mundo. Gastan miles de millones de dólares en lobby a todo nivel, de modo que los gobiernos les mantengan sus prebendas.

En fin, prefiero guardar mis modestos billetes debajo del colchón.


“We fight until we cry. And when we cry, we put our tears as icecubes in the fridge, and we drink whisky on the rocks the next day”

“Nosotros peleamos hasta que lloramos. Y cuando lloramos, ponemos las lágrimas en cubetas de hielo al refrigerador y las tomamos al día siguiente con whisky”

Virginia Woolf.

Ser luterano


¿Por qué soy luterano? No puedo contestar esa pregunta sin explicar por qué soy cristiano. Como he dicho, creo en Dios, Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios.

Así como creo en ese Dios cósmico y eterno, creo en un Dios profundamente compenetrado con los hombres, participante activo en el devenir de sus criaturas. Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, boca de la divinidad, sello de los profetas, es la manifestación divina frente a los hombres, portador del mensaje cósmico del Creador a sus criaturas.

Cristo, con su vida, pasión, muerte y resurrección, vino a redimir al hombre del yugo del pecado y a manifestarle la Gloria del Señor preparada para él. Cristo, entonces, dejó su legado, su mensaje, depositado

en manos de sus más fieles, los Apóstoles, a fin que lo difundi

eran a todo el mundo. Sobre ellos fundó su Iglesia, Católica (Universal), y Apostólica (basada en el mensaje de Jesús en manos de los Apóstoles). La misión de este cuerpo no fue sólo difundir el mensaje de Cristo, sino también llevarlo a la vida diaria, mediante la predicación, la hermandad, el amor y el perdón.

Esa Iglesia, en principio fraternal, modesta y consecuente con el Mensaje, con el tiempo, y especialmente con la influencia del aparato fiscal romano y medieval, se transforma en una gigantesca máquina de moler carne, con una jerarquía, un ceremonial, una regulación y un patrimonio que poco se condecían con el deseo de Cristo. El mensaje cristiano, simple y claro, se volvió confuso e imbricado, casi arcano, por el deseo desmedido de los jerarcas cristianos por dominar los aspectos más mínimos de la vida de sus fieles, acumular riquezas y someter a su imperio incluso a los gobernantes temporales.

Es en los tiempos más oscuros de la tiranía del Romano Pontífice, que se levanta un hombre, pecador, sencillo, pero fuerte de espíritu, que emprendería, por sí solo, el movimiento revolucionario y religioso más importante de los último 500 años: El Doctor Martín Lutero.

Las protestas contra los abusos eclesiales formuladas por el Dr. Lutero se extienden por toda la Cristiandad, removiendo las bases de la Fe Cristiana, trayendo el agua fresca, de la boca del mismo Jesús, a una Iglesia y a

una religión corrompidas por avaricia y la falta de amor al prójimo. El Dr. Lutero, finalmente protesta contra el orden eclesial establecido, en la Confesión de Augsburgo, volviendo a los pilares más básicos de la vida comunitaria de la Iglesia, y los únicos válidos: los formulados por el mismo Cristo.

I. Sólo Fe: El hombre se justifica, se santifica y se salva, por la Fe. Su cercanía y su complicidad con Dios viene de la Fe, del creer, del conocer a Dios. Porque no podemos amar lo que no conocemos, y sólo podemos conocer en profundidad aquello que amamos, que deseamos de corazón. La Fe en Dios pone al hombre en un lugar privilegiado del Universo, lo hace un ungido, por ese solo hecho. Y el conocimiento de Dioses tan marcador, tan radicalizante, que de él solas nacen las buenas obras. El que hace el bien a su prójimo, de corazón, lo hace porque tiene fe en el hombre y su destino. Y la fe en el hombre es Fe en Dios, porque nosotros somos como dioses, la esencia de la Creación reside en nosotros.

II. Sólo Gracia: ¿Qué es el hombre ante Dios? Si Dios es la perfección y la esencia misma del Universo

, ¿qué de bueno puede el hombre presentar ante Él? Es como que un grano de arena tuviera méritos e importancia frente a un elefante. Nosotros no somos nada. En forma aislada, no tenemos importancia alguna, in abstracto, somos intrascendentes al cosmos. Sin embargo, todo nos indica, por el contrario, que sí somos trascendentes, sí somos importantes, sí somos engranajes fundamentales en el orden terrenal. Y la única causa de esto, es el Amor, la Gracia de Dios. Él nos da este sitial gratuito. Él nos hace importantes y trascendentes, por su puro deseo. E invita a los seres humanos a sentarse a su mesa, por pura liberalidad.

III. Sólo Cristo: Dios es la esencia de todo, está en todo y en todos. Luego, la única forma de llegar a la divinidad, es por los caminos que Él mismo ha establecido para ello. Y el camino es Él mismo. Lo que no nos lleva a Dios, nos aleja de Él. Santos, vírgenes, ángeles, etc., son ejemplos y alegorías de Dios. Su veneración, su ejemplo y su contemplación, sólo son válidas cuando los usamos como caminos para acercarnos y justificarnos ante Dios. Alabarlos aisladamente no es cumplir con lo que la divinidad nos ha preceptuado en el Primer y Segundo Mandami

entos: “Yo soy Yavé, tu Dios (…) No tengas otros Dioses fuera de mí. No te hagas estatua arriba, en el cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. No te postres ante esos Dioses, ni les des culto, porque Yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso” (Ex. 20, 2-5). Sólo Cristo es Dios, sólo Cristo nos recibe, sólo Cristo nos justifica ante la divinidad. Dios nos dio un solo camino, un solo mediador, una sola línea directa con Él, y esa es Cristo.

IV. Sólo la Escritura: Para los cristianos, sólo existe un mensaje: el Mensaje de Cristo, preconizado en los Patriarcas y Profetas. Y el único continente de ese mensaje, es la Biblia. Las Sagradas Escrituras son el testimonio escrito y fidedigno de la relación entre Dios y los hombres. Es la bitácora del viaje que el ser humano hace en compañía de la divinidad. Éste parte con la Creación y los primeros encuentros entre el hombre y Dios, en las personas de los Patriarcas, continúa con la historia de Israel, el Pueblo Ungido, y su relación con el Señor; y culmina con el advenimiento de Cristo, coronación de la historia, su vida, pasión, muerte, resurrección, ascensión y legado. La Biblia es un libro eminentemente didáctico, parabólico, histórico y alegórico; la fuente de la doctrina cristiana, el manual de instrucciones de los cristianos. Fuera de ella, no hay más. Tradiciones, leyendas, cuentos, no son vinculantes al Cristiano. La única fuente cierta de enseñanza y doctrina cristianas, es la

Biblia.

Estos son los cuatro pilares de la Fe Luterana. Y de ellos, se desprenden otras consideraciones importantes que caracterizan la Fe Protestante.

1. Es una confesión católica: Del griego Katolikos, la palabra implica universalidad, generalidad. La Iglesia Cristiana es universal, católica, en cuanto su Fe es abierta a todos los hombres, sin distinción de raza, género o clase. Cristo murió por todos, y acoge a todos los que desean conocer el Mensaje de Salvación.

2. Es una confesión apostólica: Porque se funda en el legado de los Apóstoles. Es una Iglesia fundada sobre los Apóstoles, los seguidores de Cristo, y difusores del Mensaje de Salvación.

3. Los sacramentos: Los sacramentos, como manifestaciones

sensibles de la Gracia de Dios, son sólo dos: El Bautismo y la Santa Cena o Eucaristía, como únicas instituciones fundadas por el mismo Cristo. Una, con el bautismo en el Río Jordán, y la otra, mediante la Última Cena.

4. El sacerdocio de todos los creyentes: El sacerdocio no puede ser una casta arcana y privilegiada, inaccesible para los fieles. Cristo abrió su mensaje a todos, y todo el que crea en Él y tenga Fe puede difundirlo con propiedad. Todos los cristianos participamos de la unción sacerdotal: Casados o célibes, hombres y mujeres, viejos y jóvenes. Sólo basta ser bautizado, es decir, parte de la Iglesia, y creer, tener Fe en Cristo y su Mensaje.

5. El culto a Dios: Éste se lleva cabo, tal y como Cristo lo prescribió: conmemorando, tal cual como la Última Cena, “en memoria de Cristo”, el sacrificio pascual de Jesús en la Cruz, en la misma mesa fraternal en que Él celebró la Santa Cena. Cercana, amigable, de rito simple, sin secretos. Los fieles comparten su visión y su experiencia de Fe alrededor del Cuerpo y la Sangre de Cristo, con, bajo, en y alrededor de los elementos del pan y del vino, en viva presencia.

6. Interpretación de las escrituras: Dios y el hombre no tienen secretos. Nada es secreto para Dios, y Dios no nos esconde nada. Es por ello que la Biblia es clara, sin recovecos, de fácil lectura, sin secretos. Cada crey

ente puede y debe leer e interpretar la Escritura en la forma que más le llegue al corazón. Esa es la magia de la Biblia: llega al corazón de todos los creyentes, en la forma que más lo necesita cada uno, en cada momento.

7. Culto a los santos: Sólo uno hay que es santo, y ese es Dios. Los santos, beatos y hombres y mujeres ejemplares, son faros de conducta que todo cristiano debe seguir, sin duda: Pero el único camino a Dios, es Cristo, el único mediador válido entre los hombres y Dios. La divinidad es lo suficientemente poderosa como para no necesitar intermediarios terrenales para llegar al hombre.

8. El pecado: El pecado mancha al hombre, lo denigra, lo enemista con Dios. Pero no por ello Dios se enemista con el hombre. Con su muerte, Cristo pagó por nosotros todos los pecados, pasados y por venir. La alianza entre el hombre y Dios, sellada con la Sangre de Cristo Jesús, hace al ser humano acreedor de la Vida Eterna, sin importar sus obras, con tal que tenga Fe verdadera, de aquella de la cual emana todo lo bueno.

9. La jerarquía: Los cristianos somos todos parte de un solo cuerpo, la Iglesia, cuya única cabeza es

Cristo Jesús. “Unus magister, omnes fratres”. Sólo hay un maestro, un jerarca, un rey, Jesús. No se necesitan más. Cada comunidad de cristianos se gobierna por sí sola, bajo una sola ley, la de Cristo, y bajo un solo Pontífice, el mismo Cristo.

Soy Evangélico, porque creo en el Cristo que difunde su Buena Noticia a los hombres en el Evangelio, y trato de vivirla día a día. Soy Protestante, porque protesto contra la injusticia, la opresión y el odio en el mundo, tal como Cristo lo manda. Mi Fe se manifiesta en una sola frase: “Ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo” (Jn., 13, 34). En eso, fundamentalmente, se resume el ser Cristiano, Evangélico, Protestante y Luterano.

¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo?


¿Por qué la gente (algunos) cree en Dios? Yo creo en Dios. Pero si me preguntan por qué, en realidad no puedo dar una respuesta convincente. Por una parte, fui criado “en el Temor de Dios”, en una familia profundamente religiosa y de valores morales cristianos. Por otra parte, Dios, o su idea, es una realidad que me ofrece refugio y consolación en las circunstancias cotidianas de la vida, que a veces son tan difíciles.

No sé si Dios responde a los cánones religiosos humanos, ni creo que sea de interés al caso… sólo sé que lo concibo como una especie de fuerza cósmica, omnipresente, omnisciente y creadora, que mantiene en eterno movimiento la maquinaria universal. Dios responde a lo que entiendo como “primera energía” o “motor inmóvil”; una fuerza primigenia e increada, que en un solo soplo puso en movimiento el perfecto azar que implica el Universo…

Eso no implica que el Universo le sea ajeno, muy por el contrario. Esa energía primaria impresa por el Creador está presente en el Universo y, más aún, lo contiene, lo mueve, lo renueva, los destruye, lo construye, lo regenera y lo revitaliza.

Dios, en su manifestación cósmica, no es ajeno, si no que es vida, vida pura. El epítome vital, la antítesis de la inercia, es la idea de Dios. Su esencia, y su fuerza, es la que mantiene el cosmos en movimiento. Lo más básico, vale decir, la cohesión de la materia, es tal por esa energía siempre presente, que previene la nada, que representa el todo. Y de ahí pasamos a los aspectos más complejos: la expansión universal, la energía estelar, la incandescencia, la vida, la muerte, la transformación, el reciclaje; la animalidad, la humanidad, la razón, el orden social y natural, el caos, la moral y las costumbres: Todo ello responde, en forma directa o indirecta, a la dirección o influencia de la perfecta inmaterialidad cósmica que es Dios.

¿Y por qué los cristianos tenemos una visión tan compleja de un Dios que se manifiesta tan simplemente? ¿Por qué ese Dios, que silba en la gota de rocío y ruge en el choque de las galaxias, se nos manifestó a nosotros primero? Dios no es nuestro invento ni nuestro descubrimiento. Muy por el contrario, Él nos creó, y se pone en nuestro camino para ser descubierto. Ni siquiera se pone, simplemente es, y es por ello que el hombre, criatura de pensamiento y curiosidad voraces, lo puede encontrar en todo, tanto en el orden como en el caos. La mente humana está diseñada para llegar a ese resultado. Él nos encontró a nosotros primero.

Dios ha estado presente siempre en la historia humana. Cuando el hombre prehistórico buscó su justificación, un refugio para su psique, se encaminó hacia la búsqueda espiritual de un ser superior, la panacea del conocimiento y el diseño terrenal. Luego, se manifestó, según el Cristianismo, en Patriarcas y Profetas para guiar al hombre en el camino de la recta razón y la sana convivencia, sin perjuicio de la distorsión humana de ese mensaje… en el punto cúlmine, es Jesucristo quien, como manifestación humana del modelo divino, viene a entregar su mensaje de supervivencia humana: si los hombres no se aman los unos a los otros, como Dios los ha amado, la libre determinación entregada al hombre, como ser racional, acabará por destruirlo… Finalmente, la energía cósmica y divina asiste al hombre y a todos lo seres vivos mediante lo que llamamos “Espíritu Santo”, presencia cósmica e imperecedera de Dios, que mantiene en movimiento el “caos ordenado” del que participa el Universo.

Ese es mi Dios, su base. Lo de la doctrina lo dejaré para alguna otra ocasión.


“When you lie, you make Baby Jesus cry…:(“

La pobreza.

Hoy, viendo unas fotos de China, había una en que aparecían dos chicas de la clase dominante, bien vestidas y alhajadas, admirando un perro de raza fina. Dos chicas frívolas, con la mirada perdida, sin brillo vital en sus ojos. En la siguiente foto, una mujer campesina del interior, acompañada de sus hijos, en un camino de tierra, con sus ropas raídas y ajadas, y sus rostros surcados de esfuerzo y cansancio. Me llamó especial atención la pequeña, que en sus cortos años ya evidenciaba, en el brillo de sus ojos, las durezas de la pobreza y de la vida campesina.

Y lo más impresionante, para mí, es que la diferencia entre las dos chicas de la primera foto y la madre y la hija de la segunda, a simple vista, no es ninguna. El mundo que las separa está simplemente, determinado por sus cunas.

¿Por qué los seres humanos, que nos decimos evolucionados y superiores al resto de los animales, permitimos esto? ¿Por qué dos personas del mismo tipo, con el mismo esfuerzo, con la misma sangre que corre por sus venas, viven en forma tan distinta? ¿Por qué algunos que no lo merecen, tienen más de lo que pueden soportar en sus vidas, bañados en la opulencia y el lujo banal, y por qué otros, que merecen premios a su esfuerzo, apenas les alcanza para comer? ¿Cómo permitimos que los campesinos, los obreros, los trabajadores, la base de lo que hoy nosotros gozamos, vivan en la miseria y la ignominia de no tener nada? ¿Cómo permitimos que aquellos que no le han ganado a nadie, pero que detentan el falso poder social, económico y moral, vivan a expensas del pueblo que grita de hambre?

No sé por qué, pero, sin considerarlo justo, me parece la ley de la vida. Es el producto del caos más básico. Es irremediable. No lo logró Smith, ni Marx, ni Mao, ni Hitler, ni Jesús, ni Mahoma. Y no lo vamos a lograr nosotros. Lo único que podemos hacer es mitigar los efectos de la tremenda barrera que separa a ricos y pobres. Así es la suerte, el devenir del mundo.

Aún así, no me conformo. La pobreza y la miseria me producen un escozor, un dolor y una pena insoportables, ver la suciedad, el dolor, el esfuerzo infructuoso por llevar un trozo de pan al hogar familiar, se me hace demasiado para un ser humano, mientras otros, más acomodados, se ceban en sus excesos banales.

Sin embargo, esta pobreza esforzada y trabajadora tiene algo que ni la riqueza más opulenta podrá tener jamás: dignidad. El pobre, esforzado, se glorifica en su trabajo, y si bien no recibe los bienes materiales necesarios para dar sustento a su familia, sí tiene, en su interior, los valores y virtudes que hacen al hombre la más impresionante de las criaturas: el esfuerzo, el trabajo duro, la generosidad, la humildad y el amor. En el corazón del pobre digno no hay resentimiento. Sólo hay amor, entrega, esfuerzo, Es importante cómo la gente pobre entrega hasta lo que no tiene en la ayuda a sus semejantes, cómo apoyan a los que tienen aún menos que ellos, cómo ponen todo de su ser para sacar a sus familias de la pobreza y la carestía. Y eventualmente lo logran. Y si no lo logran, por lo menos consiguen arraigar esos valores del esfuerzo y la dedicación en sus hijos, contribuyendo a la sociedad del futuro con las virtudes sociales que nos han mantenido en pie como especie durante milenios.

En cambio, todos esos valores trascendentales, son despreciados por el rico insensato. El rico prefiere cebarse en sus placeres, gastar su dinero en contaminar su cuerpo, su mente y su espíritu; prefiere bañarse en las aguas sucias del ocio, que manchar sus manos en el trabajo duro y reconfortante; prefiere alimentarse a sí mismo con todo lo que es inútil y pasajero –fiestas, mujeres, placeres mundanos- que ayudar a la alimentación de aquellos que más lo necesitan; en suma, el rico insensato, finalmente, no sobrevive por largo tiempo, puesto que no es capaz de dar impulso al motor social que es básico para la supervivencia de los seres humanos en este planeta.

La pobreza y la modestia son los motores que dan vida a la labor social planetaria; el silencio del trabajo duro y la generosidad mutua son las claves del éxito de la raza humana. Es por ello, que los pobres, los trabajadores y los postergados son los herederos de este mundo, quienes tendrán, o debieran tener, algún día, las merecidas recompensas a sus esfuerzos.