El asesinato de la presidenta del Partido Popular Pakistaní, Benazir Bhutto, es un golpe fatal para los esfuerzos democráticos en el Medio Oriente. A pesar que Bhutto era socialista, y que nunca fue de los trigos muy limpios (fue destituida dos veces por cargos de corrupción y se autoexilió en Inglaterra escapando de la justicia de su país), ello no impide, luego de la amnistía que le otorgó el presidente Musharraf, postular a los cargos de representación popular que ella estimase convenientes, habida consideración de que el gobierno del General ha sido un festival de corrupción y autoritarismos sin precedentes en la historia del joven país.
Bhutto nació en una familia acomodada y de fuertes tendencias políticas. Su padre, Zulfikar Ali Bhutto, fue el fundador del PPP y primer ministro del país, hasta su derrocamiento en 1977. Estudió en la Universidad de Harvard, obteniendo un grado en gobierno comparativo (algo así como cientista político), y estudiando luego Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Su padre fue ahorcado en 1979 por el gobierno militar de la época, bajo los cargos de conspiración, a pesar de las múltiples peticiones de clemencias hechas por mandatarios de otras naciones, y en circunstancias sumamente dudosas. Asimismo, dos de sus hermanos fueron también asesinados en extrañas circunstancias.
Fuimos escuchando, desde el regreso de Bhutto a su nación, de los múltiples intentos de asesinato perpetrados en su contra, todos ellos fallidos. Pero, como en todas las cosas, el que la sigue la consigue, y los adjudicatarios de la cabeza de Bhutto fueron, para variar, los miembros del más peligroso grupo terrorista que ha amenazado la estabilidad mundial: Al Qaeda.
El asesinato de Bhutto constituye, y era que no, el asesinato de la democracia pakistaní, que ha dejado a Pervez Musharraf, un tirano de aquellos, en la más absoluta libertad de acción para hacer y deshacer dentro de la nación, y amenazando seriamente la estabilidad en la región, donde Pakistán tiene un peso preponderante, con las amenazas de una guerra civil sin precedentes en la nación islámica.
Sinceramente, me parece que los analistas internacionales no han dado con el palo al gato respecto de las verdaderas causas de la muerte de Bhutto. Mucho se especula de la corrupción que la mujer habría traído consigo, del peligro para la estabilidad de la democracia pakistaní, del rechazo al socialismo, de las maquinaciones de Musharraf, entre otros. La verdadera razón, para mi gusto, es muy simple: Machismo de estado, y en su más brutal forma, la que se manifiesta de la manera más cavernícola imaginable en los países musulmanes.
La morisma, más allá de ser una religión multitudinaria, se convirtió, desde sus comienzos, en una tiranía: bien sabido es que Mahoma era un tirano de siete suelas, que tenía sicarios a su disposición y pasó a muchos de sus opositores a espada. Ello no es raro, puesto que en la Edad Media el fenómeno era bien conocido (hasta algunos papas, como Alejandro VI y León X, tenían algunos caseros para los trabajitos especiales). La religión, en sus tiempos más brutales, siempre se impuso con la fuerza de la espada.
Sin embargo, en un mundo moderno, en que existe el diálogo y el entendimiento y en que hemos heredado el preciadísimo bien de la democracia, el asesinato de una mujer en estas circunstancias es injustificable. En este sentido, Benazir Bhutto era una clara amenaza a la predominancia del machismo en la morisma, situación que se ha impuesto desde el nacimiento de esta doctrina: La mujer debe supeditarse al hombre, llevar un velo castrador (incluso a veces trajes que las tapen de pies a cabeza) e incluso, en los países más radicales, como Arabia Saudita, no mostrar siquiera el tobillo, no pueden votar, no pueden conducir vehículos, y menos tener cualquiera participación en la vida pública. Ni siquiera son ciudadanas de segunda clase, no son ciudadanas, los perros tienen más derechos que ellas, no pueden salir a la calle sin un hombre, nada. Son seres de última clase.
Así, se advierte la amenaza para el fundamentalismo islámico que hubiera significado el nuevo ascenso de Bhutto al poder, en una época en que el fundamentalismo islámico se ha radicalizado más que nunca ante el surgimiento de nefandos líderes como Osama Bin Laden y la horda talibán.
El brutal asesinato de la líder pakistaní constituye un golpe al mundo libre, porque nos pone en la cuenta de que muchos países aún no conocen las bondades de la democracia, y la paz relativa que hemos alcanzado en los últimos años, luego del final de la Guerra Fría, se está diluyendo, y el conflicto se está moviendo hacia el Medio Oriente, donde los valores occidentales han sido continuamente menoscabados y amenazados, para llevar a la región y al mundo al medievalismo más brutal.
Bhutto nació en una familia acomodada y de fuertes tendencias políticas. Su padre, Zulfikar Ali Bhutto, fue el fundador del PPP y primer ministro del país, hasta su derrocamiento en 1977. Estudió en la Universidad de Harvard, obteniendo un grado en gobierno comparativo (algo así como cientista político), y estudiando luego Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Su padre fue ahorcado en 1979 por el gobierno militar de la época, bajo los cargos de conspiración, a pesar de las múltiples peticiones de clemencias hechas por mandatarios de otras naciones, y en circunstancias sumamente dudosas. Asimismo, dos de sus hermanos fueron también asesinados en extrañas circunstancias.
Fuimos escuchando, desde el regreso de Bhutto a su nación, de los múltiples intentos de asesinato perpetrados en su contra, todos ellos fallidos. Pero, como en todas las cosas, el que la sigue la consigue, y los adjudicatarios de la cabeza de Bhutto fueron, para variar, los miembros del más peligroso grupo terrorista que ha amenazado la estabilidad mundial: Al Qaeda.
El asesinato de Bhutto constituye, y era que no, el asesinato de la democracia pakistaní, que ha dejado a Pervez Musharraf, un tirano de aquellos, en la más absoluta libertad de acción para hacer y deshacer dentro de la nación, y amenazando seriamente la estabilidad en la región, donde Pakistán tiene un peso preponderante, con las amenazas de una guerra civil sin precedentes en la nación islámica.
Sinceramente, me parece que los analistas internacionales no han dado con el palo al gato respecto de las verdaderas causas de la muerte de Bhutto. Mucho se especula de la corrupción que la mujer habría traído consigo, del peligro para la estabilidad de la democracia pakistaní, del rechazo al socialismo, de las maquinaciones de Musharraf, entre otros. La verdadera razón, para mi gusto, es muy simple: Machismo de estado, y en su más brutal forma, la que se manifiesta de la manera más cavernícola imaginable en los países musulmanes.
La morisma, más allá de ser una religión multitudinaria, se convirtió, desde sus comienzos, en una tiranía: bien sabido es que Mahoma era un tirano de siete suelas, que tenía sicarios a su disposición y pasó a muchos de sus opositores a espada. Ello no es raro, puesto que en la Edad Media el fenómeno era bien conocido (hasta algunos papas, como Alejandro VI y León X, tenían algunos caseros para los trabajitos especiales). La religión, en sus tiempos más brutales, siempre se impuso con la fuerza de la espada.
Sin embargo, en un mundo moderno, en que existe el diálogo y el entendimiento y en que hemos heredado el preciadísimo bien de la democracia, el asesinato de una mujer en estas circunstancias es injustificable. En este sentido, Benazir Bhutto era una clara amenaza a la predominancia del machismo en la morisma, situación que se ha impuesto desde el nacimiento de esta doctrina: La mujer debe supeditarse al hombre, llevar un velo castrador (incluso a veces trajes que las tapen de pies a cabeza) e incluso, en los países más radicales, como Arabia Saudita, no mostrar siquiera el tobillo, no pueden votar, no pueden conducir vehículos, y menos tener cualquiera participación en la vida pública. Ni siquiera son ciudadanas de segunda clase, no son ciudadanas, los perros tienen más derechos que ellas, no pueden salir a la calle sin un hombre, nada. Son seres de última clase.
Así, se advierte la amenaza para el fundamentalismo islámico que hubiera significado el nuevo ascenso de Bhutto al poder, en una época en que el fundamentalismo islámico se ha radicalizado más que nunca ante el surgimiento de nefandos líderes como Osama Bin Laden y la horda talibán.
El brutal asesinato de la líder pakistaní constituye un golpe al mundo libre, porque nos pone en la cuenta de que muchos países aún no conocen las bondades de la democracia, y la paz relativa que hemos alcanzado en los últimos años, luego del final de la Guerra Fría, se está diluyendo, y el conflicto se está moviendo hacia el Medio Oriente, donde los valores occidentales han sido continuamente menoscabados y amenazados, para llevar a la región y al mundo al medievalismo más brutal.
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