jueves, 4 de agosto de 2011

El camino del desastre

Hubo una vez un país, donde durante 30 años, dos partidos se disputaron el poder en las urnas, sin mayor alternancia, proponiendo ambos las mismas ideas, las que solamente se diferenciaban en cuestiones cosméticas; mismas ideas, mismos personajes en el poder, cierre de la entrada al sistema de nuevos actores. Este país es Venezuela. Los partidos son Acción Democrática (izquierda) y COPEI (centroderecha).

                Agotadas las ideas, aburridos de los mismos políticos de siempre, los ciudadanos venezolanos cayeron en las trampas de un candidato ajeno al sistema, Hugo Chávez, que prometió cambio y progreso, y que, en cuanto asumió el poder, se quitó la máscara y sumió a la nación petrolera en la más profunda de las crisis democráticas que haya conocido la historia de nuestro continente.

                Los antecedentes de la caída venezolana, grosso modo, son los mismos que aquejan a Chile en este momento: 21 años con los mismos personajes sentados en los taburetes políticos, agotamiento de ideas, incapacidad para abordar los problemas de forma clara y contundente; derecha e izquierda incapaces de dar gobernabilidad al país y que proponen las mismas ideas anquilosadas estucadas en la cosmética demagógica del discurso facilista y confrontacional.

                Si retrocedemos 40 años en la historia de nuestro país, la circunstancia era la misma: surgió un caudillo de entre las masas, un Chávez que prometió sacar al país de su miseria política, se sacó la máscara y lo hundió en las tinieblas. Lamentablemente, las Fuerzas Armadas salieron a la calle, llamadas por la gente, y el General Pinochet, emulando a Tariq Ibn Ziyad, célebre conquistador de la España mora en el Siglo VIII, salvó la crisis, pero se quedó con el botín: 17 años de dictadura en que se cometieron toda clase de atrocidades y atropellos a los Derechos Humanos.

                Chile ha cambiado: Se ha producido un fenómeno émulo al acontecido en España tras la caída del General Franco, que podríamos bien llamar, como los íberos, un “destape”. Pero mientras en España el escape de ideas políticas se ha mantenido con relativo orden (salvo en las comunidades autónomas), en Chile eso no ha sucedido. La frustración política de la esperanza abandonada en los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia (y el actual gobierno de la Coalición por el Cambio, que, en esencia, es lo mismo pero no es igual), que fueron meros seguidores del modelo de democracia liberal que el Gobierno Militar dejó instaurado en el año 1989, ha desembocado en movimientos sociales, cuya previsión era, como mínimo, esperable por parte de actores políticos inteligentes y cultos. Sin embargo, a los nuestros, que han convertido a los cargos de la administración del Estado y del Poder Legislativo en estupendas sinecuras para complementar sus magros ingresos privados, no se les ocurrió.

                Nuestros políticos no esperaban que los mapuches se alzaran en armas en el sur del país como desafío a la pobreza e ignorancia en que se han sumido; no se les ocurrió que los estudiantes y profesores podrían alzarse para pedir una modernización de un modelo educacional profundamente desigual y con más de 40 años de antigüedad; no se les pasó por la cabeza que el Estado crecería y se necesitaría la duplicación de la planta de la administración del Estado; no se les ocurrió que el crecimiento expansivo de la actividad cuprífera dejaría beneficios al Estado que sus ciudadanos quisieran ver invertidos en el mejoramiento de su calidad de vida; no se les ocurrió que Chile, producto de su crecimiento sería invitado a participar en el desarrollo de la comunidad internacional; sumando y restando, no se les ocurrió nada. Y los escasos avances que el ciudadano ve, se han hecho sobre la marcha, total, montémonos en el burrito del desarrollo, que en el camino nos vamos acomodando.

                Es que nuestros políticos son personas muy ocupadas, tienen mucho que hacer: Larraín tiene que cuidar sus fundos, Teillier tiene que preparar caldillo de congrio con sus camaradas, los Zaldívar tienen que cuidar sus pescaditos en Puerto Montt y Alinco tiene que satisfacer su portentosa libido con las camareras de su región. No tienen tiempo para hacer una cosa tan árida y poco relevante como “pensar su país”, en palabras de don Cloro.

                ¿Y a qué llegamos hoy? Al patético espectáculo de que la política que con la democracia confiamos a determinadas personas revestidas de legitimidad por el dictado de las urnas, hoy ha sido derechamente abandonada por sus ostentadores, que se han plegado al histérico circo armado por la convergencia de las peticiones de la sociedad civil que debieron ser satisfechas en los últimos 20 años, y que por andar cuidando la gallina de los huevos de oro, nadie asumió. Hoy, ninguno de nuestros representantes tiene el valor de tomarse la política en serio. Agradezcan que  no hay un Chávez dando vueltas, porque si no, estaríamos en problemas más graves.