sábado, 4 de julio de 2009

La pobreza.

Hoy, viendo unas fotos de China, había una en que aparecían dos chicas de la clase dominante, bien vestidas y alhajadas, admirando un perro de raza fina. Dos chicas frívolas, con la mirada perdida, sin brillo vital en sus ojos. En la siguiente foto, una mujer campesina del interior, acompañada de sus hijos, en un camino de tierra, con sus ropas raídas y ajadas, y sus rostros surcados de esfuerzo y cansancio. Me llamó especial atención la pequeña, que en sus cortos años ya evidenciaba, en el brillo de sus ojos, las durezas de la pobreza y de la vida campesina.

Y lo más impresionante, para mí, es que la diferencia entre las dos chicas de la primera foto y la madre y la hija de la segunda, a simple vista, no es ninguna. El mundo que las separa está simplemente, determinado por sus cunas.

¿Por qué los seres humanos, que nos decimos evolucionados y superiores al resto de los animales, permitimos esto? ¿Por qué dos personas del mismo tipo, con el mismo esfuerzo, con la misma sangre que corre por sus venas, viven en forma tan distinta? ¿Por qué algunos que no lo merecen, tienen más de lo que pueden soportar en sus vidas, bañados en la opulencia y el lujo banal, y por qué otros, que merecen premios a su esfuerzo, apenas les alcanza para comer? ¿Cómo permitimos que los campesinos, los obreros, los trabajadores, la base de lo que hoy nosotros gozamos, vivan en la miseria y la ignominia de no tener nada? ¿Cómo permitimos que aquellos que no le han ganado a nadie, pero que detentan el falso poder social, económico y moral, vivan a expensas del pueblo que grita de hambre?

No sé por qué, pero, sin considerarlo justo, me parece la ley de la vida. Es el producto del caos más básico. Es irremediable. No lo logró Smith, ni Marx, ni Mao, ni Hitler, ni Jesús, ni Mahoma. Y no lo vamos a lograr nosotros. Lo único que podemos hacer es mitigar los efectos de la tremenda barrera que separa a ricos y pobres. Así es la suerte, el devenir del mundo.

Aún así, no me conformo. La pobreza y la miseria me producen un escozor, un dolor y una pena insoportables, ver la suciedad, el dolor, el esfuerzo infructuoso por llevar un trozo de pan al hogar familiar, se me hace demasiado para un ser humano, mientras otros, más acomodados, se ceban en sus excesos banales.

Sin embargo, esta pobreza esforzada y trabajadora tiene algo que ni la riqueza más opulenta podrá tener jamás: dignidad. El pobre, esforzado, se glorifica en su trabajo, y si bien no recibe los bienes materiales necesarios para dar sustento a su familia, sí tiene, en su interior, los valores y virtudes que hacen al hombre la más impresionante de las criaturas: el esfuerzo, el trabajo duro, la generosidad, la humildad y el amor. En el corazón del pobre digno no hay resentimiento. Sólo hay amor, entrega, esfuerzo, Es importante cómo la gente pobre entrega hasta lo que no tiene en la ayuda a sus semejantes, cómo apoyan a los que tienen aún menos que ellos, cómo ponen todo de su ser para sacar a sus familias de la pobreza y la carestía. Y eventualmente lo logran. Y si no lo logran, por lo menos consiguen arraigar esos valores del esfuerzo y la dedicación en sus hijos, contribuyendo a la sociedad del futuro con las virtudes sociales que nos han mantenido en pie como especie durante milenios.

En cambio, todos esos valores trascendentales, son despreciados por el rico insensato. El rico prefiere cebarse en sus placeres, gastar su dinero en contaminar su cuerpo, su mente y su espíritu; prefiere bañarse en las aguas sucias del ocio, que manchar sus manos en el trabajo duro y reconfortante; prefiere alimentarse a sí mismo con todo lo que es inútil y pasajero –fiestas, mujeres, placeres mundanos- que ayudar a la alimentación de aquellos que más lo necesitan; en suma, el rico insensato, finalmente, no sobrevive por largo tiempo, puesto que no es capaz de dar impulso al motor social que es básico para la supervivencia de los seres humanos en este planeta.

La pobreza y la modestia son los motores que dan vida a la labor social planetaria; el silencio del trabajo duro y la generosidad mutua son las claves del éxito de la raza humana. Es por ello, que los pobres, los trabajadores y los postergados son los herederos de este mundo, quienes tendrán, o debieran tener, algún día, las merecidas recompensas a sus esfuerzos.

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