domingo, 19 de julio de 2009

La soledad

De un tiempo a esta parte, he estado, mitad por fuerza, mitad por opción, solo. He tratado de dejar de frecuentar los ambientes sociales, me he dedicado a la escritura, la poesía, la música y el trabajo. Si bien al principio me molestaba un poco el encontrarme solo, puesto que considero que soy de una naturaleza más bien sociable, siempre necesitado del contacto con el mundo exterior, me he ido acomodando a esta nueva situación, y he ido descubriendo muchas cosas que no conocía de mí, explorando un mundo que me es nuevo, sin ataduras de terceros, sin armaduras, en que existo sólo yo, desnudo y despojado de las armaduras que día a día usamos los seres humanos para relacionarnos con el entorno.


Para muchas personas, la soledad es una tortura. Lo fue un tiempo para mí, un tiempo en que necesité ser el centro de atención, el florero, necesitaba ver a mi gente, que me llamaran, yo llamar, que todo el mundo estuviera ahí para mí, sirviéndome y escuchándome. De a poco he ido prescindiendo de esa dependencia narcisista, que nacía del miedo de estar solo con mis fantasmas. Qué miedo más infundado, por lo menos en mí. Recientemente he descubierto que me llevo excelentemente bien con mis fantasmas y mis temores, tanto así que los he ido venciendo de a poco, para encontrarme, después de largo tiempo de soledad, con una imagen prístina de mí mismo, que si bien necesita algunos retoques aún, se ha pulido bastante desde que empecé este autoexilio forzado.


Y hablo de un autoexilio forzado, porque, en primer lugar, cuando empecé a dar demasiada importancia a los demás, a vivir “la vida de otros” y quitar importancia a lo que me pasara a mí, empezaron a sonar las alarmas de una forma nunca antes vista. Aquella alarma que no sólo te advierte en la cabeza, sino también en el cuerpo. El cerebro humano es una máquina de sabiduría superior a lo que nosotros somos en la vida consciente. Cuando se rompen los equilibrios, en cualquier ámbito de la vida, se conforma con advertirte que las cosas van mal. Pero si insistes, y las cosas se ponen difíciles, cuando los seres humanos renunciamos a tomar el rumbo de nuestras vidas en un determinado ámbito psicológico, el inconsciente derechamente te roba, le quita el dominio de tu cuerpo a este consciente que actúa mal, y te pone por el buen camino, aunque tú no lo quieras. Pierdes la noción del tiempo y del espacio y tu cabeza más profunda te obliga, mediante una serie de procedimientos “dictatoriales” a poner tu vida en orden. Y es impresionante cómo lo logra.


En segundo lugar, opté (o mi cabeza optó por mi) por alejarme del mundo, y dedicarme al cultivo de mí mismo, que en épocas pasadas fue muy fructífero, pero que en los últimos años había dejado totalmente abandonado, al punto de no reconocerme en un espejo. Llegar un día mirarte en el espejo, y ver ahí un ser abandonado, viciado, surcado de ajenidad, es realmente impresionante. No es verte a ti mismo, sino ver a un extraño, un impostor que se ha apropiado de tus facciones. Todos necesitamos, en cierta medida, llevar a cabo procesos de estudio y de introspección, un cultivo personal que se relaciona con las necesidades más profundas del ser humano. Así como algunos se dedican al cuidado personal exterior –van al gimnasio, a la peluquería, qué sé yo-, cosa que a mí no me atrae en lo absoluto, otros nos dedicamos al cultivo interno, al descubrimiento y trabajo en el ser más interno, en mi caso, con la escritura, como lo hago hoy, la poesía, las artes y la meditación.


El cultivo interno permite que nos adentremos en lo más profundo de nuestro ser para intervenir y cambiar lo de erróneo y vicioso que nuestra vida va dejando a su paso. Creo que el hombre es un ser que no sólo se alimenta de comida y contacto social, sino que es una criatura esencialmente virtuosa, cuya vida va orientada hacia lo bueno, lo verdadero y lo bello. Y el ritmo del mundo actual, sobrevalorado, banal, falso, preciosista y triunfalista, deja mellas en el espíritu que deben ser sanadas cada cierto tiempo, so pena de convertirse en heridas permanentes que terminan creando infelicidad en los seres humanos. Y conozco muchísima gente que, a mi parecer, están heridas en este aspecto, el área espiritual, una herida que no se cura con dietas, ni con siquiatras ni con pastillas, sino con vida interior, soledad, el cultivo del ego profundo, la meditación y la oración, para los que creen en Dios (como es mi caso).


Los seres humanos no somos animalejos simples, sino criaturas altamente complejas, que nos movemos dentro de tres ámbitos, más bien difusos, y que, según yo, son bien jerarquizados: el ámbito físico, el ámbito psicológico y el ámbito espiritual, en orden ascendente. Así, el trabajo físico vale menos que el trabajo mental, y aún menos que el trabajo espiritual (aunque esto no se mida en términos pecuniarios); el cultivo espiritual es más satisfactorio o duradero que el cultivo del conocimiento, y muchísimo más que el cultivo físico. Y, de la misma manera, las heridas en el espíritu son más dolorosas que las heridas psicológicas o físicas, y por supuesto, más relevantes, y aún más difíciles de sanar.


Lo malo es que muchos seres humanos, contaminados de los conceptos de un mundo terrenal que reniega del espíritu, y que vive solamente del “hic et nunc”, han tomado una visión simplista con respecto al manejo vital. Hoy día todo se cura con dietas y pastillas. Si estás gordo, haz dieta; si te duele la cabeza, tómate una aspirina… ¿y si te duele el corazón? ¿Y si sientes tu vida vacía? ¿Y si sientes agobio por alguna determinada circunstancia? ¿Y si sientes pena? Muchos falsos amigos te van a decir “tómate un Ravotril, un té y ándate a la cama”; “cuando te levantes tomate un Lexapro y trata de llevar alguna apariencia de vida mientras todo se derrumba a tu alrededor y no te das cuenta porque estás drogado”. Esa manía imbécil de tratar a la mente humana como un nuevo dios, y a los siquiatras como los sumos sacerdotes de esta nueva religión basada en el hombre, despojado de sentimientos y sentidos profundos, basada en que el cerebro sólo es un conjunto de engranajes predecibles y manipulables. Qué error tan grave, y que manda a la perdición a muchas personas, que se hubiesen sanado si solamente hubieran dado sentido a sus vidas mediante el cultivo de su yo espiritual.


El cultivo y la sanación espiritual, sin embargo, no es un camino fácil, y son pocos los que se atreven a adoptar esta ruta, y prefieran hacerse amigos del Ravotril y el Lexapro, mientras tratan de dar falsas explicaciones a lo que sucede a su alrededor. Nuestro espíritu es fuerte, nos lleva a vencer toda circunstancia y toda dificultad si canalizamos de buena manera la energía que está en nuestro interior, que es insospechada, pero a la vez es sensible, susceptible de ser afectado por factores externos. El espíritu que cada persona tiene dentro de sí es nuestra carta de presentación frente al mundo, la mayoría de la gente nos percibe y nos juzga por nuestro espíritu. La comunicación, en su mayoría, tiene un carácter espiritual, un carácter de conexión profunda con el otro, de empatía. Las habilidades sociales no se pueden desarrollar a cabalidad si es que no hay un espíritu limpio, aunque sea medianamente; y el espíritu dañado no sólo deja heridas en el yo, sino que también hiere y mancilla todo lo bueno que hay a nuestro alrededor.


Cuando llegan esos momentos, no queda más que alejarse del mundo, y centrarse en uno mismo. Para mí, esta es una actividad necesaria, que cada ser humano que se considere tal debe tomar con seriedad por lo menos una vez durante su vida. Detener la vorágine del mundo en que vivimos, bajarse un momento y detenerse a pensar. Dejar todo, alejarse de lo querido y mirar el mundo que nos rodea desde un plano superior, evaluar nuestras vidas, nuestros momentos, nuestros sentimientos, darles un significado y moldearlo en consonancia con nuestro destino. Y el proceso no termina ahí, porque al volver de este viaje espiritual, en que nos nutrimos de nosotros mismos, debemos aplicar lo aprendido, dar a toda experiencia nueva un sentido, un significado, sublimarla en el camino del destino último que cada uno tiene, y que descubrimos en este viaje espiritual.


Lo más importante de este viaje espiritual, esta peregrinación por el aprendizaje de los aspectos más profundos del hombre, es la soledad. Ella no es una circunstancia indeseable, como muchos erróneamente piensan (incluso yo lo pensé así). La soledad, la introspección, el olvidarse del mundo exterior para adentrarse en el mundo interior, es una tarea difícil, pero altamente satisfactoria, porque permite aislar nuestra existencia, ponerla en un plano neutro, para trabajarla como una piedra en bruto, sin intervenciones externas. La soledad es el vehículo de ese trabajo profundo, que no se puede hacer en el contacto humano, que debe ser hecho en silencio, sin nadie alrededor; el camino se debe recorrer en forma individual, sin amigos, sin familia, sin siquiatra.


Cada persona es dueña de un campo vasto e interminable, que se ubica en nuestro interior, del que cada uno es rey, patrón y dueño. Y este campo se gobierna bajo nuestra palabra y mando, no bajo el de otros. Cuando son los terceros los que gobiernan nuestra vida, cuando es otro el que se sube al caballo y da órdenes a los trabajadores de nuestro gran campo, es que hemos perdido todo poder sobre nosotros mismos, y nos hemos vendido como esclavos al dominio ajeno. Y uno de los elementos esenciales del hombre es la libertad. Hemos sido hechos libres y soberanos: el hombre debe ser señor de sí mismo, y ese es un dominio que no se puede ceder ni vender. Por mucho miedo que nos dé el tomar las riendas de nuestra vida, por mucho que nos atormenten nuestros fantasmas, las proyecciones de nuestro temores y debilidades, el ir a la lucha contra ellos, el tomar las bridas del caballo de nuestra existencia, blandir la espada, luchar y vencer a nuestros demonios es el sentimiento más delicioso y gratificante de nuestras vidas,, el experimentar que la vida, el mundo y lo que hagamos de ellos nos pertenece, que tenemos poder para moldear nuestras propias vidas, que el azar no existe, que todo lo que ha pasado, pasa y pasará tiene un sentido que sólo yo conozco.

2 comentarios:

Pepe Grillo dijo...

Estimadísimo Pancho

Creeme que apenas vio la luz tu artículo, me lo leí cual blogguero amigo que soy. Sin embargo, te advierto que no todo el mundo tiene la paciencia de leerse grandes cantidades de palabras sobretodo en Internet (estamos acostumbrados a la espontaneidad y rapidez que representa internet).

Respecto del artículo, te encuentro y no razón. Si y no, sería mi observación. Porque por un lado, te reconozco que la soledad -quizás autoimpuesta por la carrera que nos tocó estudiar- es un buen remedio que nos sirve para conocernos interiormente. Creo que ese proceso de conocimiento se encuentra incompleto sin "el otro". El "otro" te complementa y colabora en la tarea de conocerte y conocer tus defectos. Creo que el ser humano no puede desprenderse de toda compañía, pues es ser humano en la medida que contrasta su vivencia y su ser con otro.

En fin, perdona mis desvaríos nocturnos, pero estimé necesario pasar.

Saludos

Pd.- Agregado a mis links

Pancho dijo...

Gracias por tu lectura. Trato de propugnar un concepto de lectura inteligente y descansada, pero no rápida: El que quiere leer cosas rápidas tiene que ir a leer el portalnet, el antro o sqp. Y conste que el artículo es espontáneo, no me demoro 15 días en escribir uno, sino a lo más una hora. Como ves mi cabeza es un bazar apestoso del que salen mil cosas al mismo tiempo.

Con respecto al fondo del libelo, te encuentro toda la razón, y perdón si no fui explícito. El hombre solo es una bestia o un Dios. Aristóteles es el que habla del hombre como un "zoon politikon", un anímal político, que debe vivir en la ciudad, es decir, con sus semejantes, y relacionarse con ellos. Sin embargo, relacionarse indiscriminadamente durante los años puede llevar a olvidarse del self, y a veces hay que tomarse unas vacaciones de la ciudad e irse al campo, no por mucho tiempo, por cierto, porque o si no pierdes la pega, los contactos, etc.

Ambas dimensiones son necesarias en la vida, y en su justa medida. No hay que vivir mucho solo, pero tampoco taaaan acompañado. Hay que ser equilibrado, sin perjuicio que hay que vivir más socialmente que en el abandono.

Gracias por tus comentarios, saludos!