jueves, 3 de julio de 2008

Europa

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Madre de todas las Guerras, Europa era un cementerio. Alemania estaba en ruinas, Francia e Inglaterra victoriosas, pero cansadas y con sus recursos agotados. Estados Unidos se erige como el gendarme de la región: llamado a intervenir en el conflicto, se queda a vigilar la reconstrucción de Europa, cierto de que, si la región se recupera, será con la bota gringa encima, lista para cobrar para siempre el favor que ha hecho a los europeos.

Europa sufre: las víctimas claman por justicia, la maquinaria alemana de destrucción queda en evidencia, el mundo se da cuenta de la monstruosidad del Tercer Reich, de una magnitud inimaginable, y llega la hora de que las cúpulas del continente reconozcan las culpas que comparten en este desastre.

El cauce natural será la rememoración del ignominioso Tratado de Versalles, en que Alemania fue sometida a la mayor de las humillaciones, y que hoy es reconocido, sin duda, como el peor de los errores, así como el antecedente primigenio de la Segunda Guerra Mundial.

Pero el análisis va más allá: Europa comienza a preguntarse qué es lo que pasa, que se hizo mal, siendo que sólo 500 años antes era la cabeza del mundo, un entorno natural unificado bajo una sola religión y un solo gran gobierno, un “E Pluribus Unum” bajo la égida de la Iglesia Católica y el Sacro Imperio… ¿qué pasó? ¿Cómo llegamos a esta devastación?

La respuesta no es de fácil aliento, pero yo, por lo menos, la vislumbro de la siguiente forma: la Europa Unificada en el Sacro Imperio, autoridad supragubernamental, una especie de Unión Europea de la Edad Media y el Renacimiento, contaba con un aparato fiscal eficiente (para su época) reforzado con un fiero poderío militar, que permitía la mantención de una pax relativa en los territorios bajo su dominio, y más allá. Así las cosas, España, las ciudades francas italianas, Francia e Inglaterra reconocen un dominio particular: si bien no están sometidas al Sacro Imperio, sí reconocen un gobierno único, el del Papa, como superior al de todos los gobernantes de la tierra, y particularmente en el ámbito espiritual; así como reconocen que el Sacro Imperio Romano es la continuación de la casta imperial romana, puerta y medio por el que la civilización y la identidad europeas han tenido formación.

Sin embargo, desde fines del siglo XV se empiezan a vivir aires de cambio, procesos particulares que ya no incluyen a Europa como un todo, y por consiguiente, generan rivalidades y roces entre sus diversos miembros, a saber:

1. El descubrimiento de América: El mérito de la colonización americana es exclusivo de España y Portugal, y más particularmente, de los monarcas de la casa de Trastámara. Es en Isabel La Católica y Fernando de Aragón en quienes reposa el mérito de la nueva colonización, así como en Enrique el Navegante y los monarcas portugueses. Es bajo su mando que España se convierte, como más tarde acuñaría Felipe II, en “el Imperio donde nunca se pone el sol.” El resto, Inglaterra, Francia y Holanda, se suben al carro de la victoria más tarde, cuando la influencia española en el reparto de los territorios decae, y se transforman en verdaderas aves de presa que se lanzan a la conquista de este continente semiabandonado, que contiene demasiado espacio como para ser ocupado por sólo dos países.

El descubrimiento y posterior colonización de América será, en mi opinión, el primer antecedente de la decadencia de la unidad europea, y su influencia saldrá a la luz casi 500 años después, con el proceso de descolonización.

2. La reforma protestante: El levantamiento de Lutero fue la llama que encendió la mecha de los abusos desmesurados del clero católico romano sobre el pueblo y la nobleza. Alemania y Suiza se rebelan con todo contra la autoridad romana, y la debacle se siente fuerte en otras latitudes europeas: Inglaterra, fiel aliado del Papa, se separa de la Iglesia y se une a los protestantes; Suiza, bastión de catolicismo, es fácilmente seducida por Calvino; Francia, hija primogénita de la cristiandad, se ve sacudida por una guerra fratricida que cuesta la vida a cientos de miles, alentada por la Reina Catalina de Médicis. Así, el sueño de la Europa espiritualmente unida se desvanece en las manos del mismísimo Carlos V, cuando los príncipes electores, en la Dieta de Augsburgo, ofrecen su cabeza por la defensa del maestro Lutero y las ideas reformadas.

Así, la Reforma Protestante es el hacha con que se corta la cabeza de la unidad espiritual europea, que antaño representaba la figura del Sumo Pontífice.

3. La Revolución Francesa: Los abusos del Ancien Regime en Francia llevan a una situación sin salida, en que la monarquía es duramente cuestionada y finalmente abolida con violencia inimaginable. El asesinato de Luis XVI y María Antonieta, así como el de muchos nobles, fue un evento traumático en la Europa del Siglo XVIII: marca el fin de una era de gobierno común, en que el continente estaba bajo el mando de una casta única y emparentada que ponía arreglo a sus problemas mediante la llamada “diplomacia matrimonial”; lentamente, se expande la idea de abolir la monarquía, o transformarla en un mero símbolo, resultado que vemos hoy en los países que aún la mantienen como institución.

La Revolución Francesa no hace sino dar el golpe de gracia a la ya cercenada unidad europea, haciendo, finalmente, que la identidad común se escinda en miles de pedazos.

4. La Primera Guerra Mundial: La semilla sembrada por el descubrimiento de América da sus frutos: la Gran Guerra es un conflicto meramente colonial, en que los países europeos se enfrentan, principalmente, por el dominio de las colonias africanas y oceánicas. Su resultado será, lisa y llanamente, la decadencia total de una Europa que se veía auspiciosa en los primeros años del Siglo XX, desembocando en la descolonización de los territorios y a ignominia de Alemania.

5. La Segunda Guerra Mundial: La humillación de Alemania fruto del Tratado de Versalles es una afrenta difícil de olvidar. Ante el flagelo público, las naciones más empobrecidas por causa de la Gran Guerra, a saber, Italia y Alemania, se embarcan en la hermosa pero peligrosa aventura de los nacionalismos, y el resultado es bien conocido: un continente devastado, un pueblo diezmado –Israel-, y dos víctores extranjeros manejando el continente –Estados Unidos y la Unión Soviética-, enfrascados en una posterior guerra de amenazas que termina con la caída del comunismo soviético y la victoria total y única de la potencia americana, que se erige como domina mundi hasta nuestros días.

Ustedes se preguntarán a qué quiero llegar con esto. Ni más ni menos, que a dar una explicación sobre mi punto de vista respecto del renacimiento de Europa, y específicamente de la Unión Europea.

Esta institución nace tras la Segunda Guerra Mundial, Bajo los auspicios de Robert Schuman, canciller francés, como una tímida comunidad para compartir el acero y el carbón de los territorios europeos. Luego va evolucionando, ampliando su aparato a temas más allá de los meramente económicos, e inmiscuyéndose en cuestiones de política, hasta desembocar en el Tratado de la Unión Europea, que convierte a la organización en un verdadero supraestado de naturaleza sui generis, con un secretariado general, un europarlamento con representantes de todos los países firmantes, un poder judicial instituido en el Tribunal de La Haya, e incluso una moneda única, el Euro. La misión de la Unión Europea es la homogeneización económica y política de los países otorgantes que, sin perder su identidad y sentido culturales que les son propios, someten parte de su soberanía a esta gran comunidad en pos del afianzamiento de ideales comunes de justicia y paz para la cuna de occidente.

A pesar de todas esas lindas palabras, el déficit de gobernabilidad de la Unión Europea es el mismo del que adolece el Derecho Internacional, y que termina, en buenas cuentas, siendo su ruina: la falta de una fuerza socialmente organizada y monopolizada que asegure el cumplimiento de las decisiones de esta cúpula paneuropea.

La ruina de Roma se reduce a una sola frase: su aparato militar era más grande que su aparato fiscal. Por tanto, como la conquista militar iba a pasos más avanzados que la reforma fiscal, llega un momento que, al cruzar ciertos límites territoriales, Roma se resquebraja. Es como hacer una pizza. La masa si es compacta, se mantiene unida: pero si la estiramos para hacer una pizza gigante, va a llegar un momento en que se va a romper por la falta de ligazón. Así, el Imperio era gigante, pero tenía un aparato fiscal insuficiente para controlar tanta vastedad de provincias.

La Unión Europea debe haber visto esto, y decidió no repetir el error: hizo crecer su aparato fiscal más allá de lo necesario, pero sin una fuerza organizada que lo legitimase. Se creyó el cuento que nos venden los políticos picantes del Siglo XXI, que todavía recuran que la diplomacia es el remedio para todos los males.

A mayor abundamiento, este déficit nace del temor casi histérico que Europa tiene a la guerra. Después de la Segunda Guerra es tal el trauma europeo, especialmente en Alemania, que los viejos se sienten avergonzados de su país, el ejército está convertido en una tropa de haraganes destinados a tareas burocráticas, la canciller se postra ante el Knesset judío pidiendo perdón por algo que ella no hizo y el desarme europeo es preocupante.

Nos debería parecer muy bueno que haya un desarme, pero esto es un arma de doble filo: si bien las armas no son nunca buenas, insisto en que la diplomacia no resuelve todo, y la amenaza de la fuerza es un disuasivo fuerte para la mantención de la paz, especialmente en un continente que recientemente se revela como culturalmente heterogéneo, saliendo de un régimen de terror como en el caso de Rusia, y amenazado por la nueva morisma terrorista. Luego, la necesidad de una organización militar no diplomática al mando de la Unión Europea se hace de primera necesidad.

Sin un aparato de la especie, las decisiones que ésta tome se basan simplemente en la buena fe de los firmantes. Basta ver el caso del Euro. Cuando se entra en el régimen de moneda única, el Reino Unido se niega a dejar la libra esterlina. Y no hay forma de disuadirlo. ¿Qué va a hacer la Unión? ¿Echar a Inglaterra? Sin Gran Bretaña la Unión se va a las pailas. Bueno hubiera sido, por ejemplo, que se le ofrecieran al país incentivos militares o, in casus extremis, un disuasivo diplomático, pero con un apoyo coercitivo coherente por detrás.

Hay muchos casos en que los acuerdos no sirven, y se hace necesario aplicar la fuerza, o su amenaza, para llegar a decisiones coherentes. ¿De qué sirve crear todo un aparato fiscal, por ejemplo, en torno a una moneda, homogeneizando un mercado financiero vastísimo a un costo de miles de millones de dólares, para que uno de los protagonistas del proceso después se eche para atrás? Así las cosas, el absurdo de la Unión Europea está en su buena fe, nacida del terror sepulcral que tienen a todo lo que signifique bengalas.

A mayor abundamiento, y naciendo con un contenido meramente económico, hoy se empiezan a vislumbrar los problemas, específicamente, en la imposición de sus directivas, lo que finalmente termina relatando el verdadero carácter de Europa, un continente en ruinas, que sin embargo, asienta su base sobre en una supuesta superioridad: la Unión Europea es la joyita de las políticas liberales, pero aún no es capaz de mirar hacia el lado y ver la debacle moral que ha caído sobre el continente.

En suma, y a partir de la directiva que expulsa ipso facto a todos los inmigrantes ilegales de los países de la Unión, dejo la pregunta abierta ¿moralmente, es conveniente ir a formar una vida nueva en una Europa envejecida y desgastada? Mi respuesta es no. El pensamiento y la reflexión lo dejo a los lectores.


miércoles, 2 de enero de 2008

Benazir Bhutto y el fundamentalismo musulmán


El asesinato de la presidenta del Partido Popular Pakistaní, Benazir Bhutto, es un golpe fatal para los esfuerzos democráticos en el Medio Oriente. A pesar que Bhutto era socialista, y que nunca fue de los trigos muy limpios (fue destituida dos veces por cargos de corrupción y se autoexilió en Inglaterra escapando de la justicia de su país), ello no impide, luego de la amnistía que le otorgó el presidente Musharraf, postular a los cargos de representación popular que ella estimase convenientes, habida consideración de que el gobierno del General ha sido un festival de corrupción y autoritarismos sin precedentes en la historia del joven país.

Bhutto nació en una familia acomodada y de fuertes tendencias políticas. Su padre, Zulfikar Ali Bhutto, fue el fundador del PPP y primer ministro del país, hasta su derrocamiento en 1977. Estudió en la Universidad de Harvard, obteniendo un grado en gobierno comparativo (algo así como cientista político), y estudiando luego Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Su padre fue ahorcado en 1979 por el gobierno militar de la época, bajo los cargos de conspiración, a pesar de las múltiples peticiones de clemencias hechas por mandatarios de otras naciones, y en circunstancias sumamente dudosas. Asimismo, dos de sus hermanos fueron también asesinados en extrañas circunstancias.

Fuimos escuchando, desde el regreso de Bhutto a su nación, de los múltiples intentos de asesinato perpetrados en su contra, todos ellos fallidos. Pero, como en todas las cosas, el que la sigue la consigue, y los adjudicatarios de la cabeza de Bhutto fueron, para variar, los miembros del más peligroso grupo terrorista que ha amenazado la estabilidad mundial: Al Qaeda.

El asesinato de Bhutto constituye, y era que no, el asesinato de la democracia pakistaní, que ha dejado a Pervez Musharraf, un tirano de aquellos, en la más absoluta libertad de acción para hacer y deshacer dentro de la nación, y amenazando seriamente la estabilidad en la región, donde Pakistán tiene un peso preponderante, con las amenazas de una guerra civil sin precedentes en la nación islámica.

Sinceramente, me parece que los analistas internacionales no han dado con el palo al gato respecto de las verdaderas causas de la muerte de Bhutto. Mucho se especula de la corrupción que la mujer habría traído consigo, del peligro para la estabilidad de la democracia pakistaní, del rechazo al socialismo, de las maquinaciones de Musharraf, entre otros. La verdadera razón, para mi gusto, es muy simple: Machismo de estado, y en su más brutal forma, la que se manifiesta de la manera más cavernícola imaginable en los países musulmanes.

La morisma, más allá de ser una religión multitudinaria, se convirtió, desde sus comienzos, en una tiranía: bien sabido es que Mahoma era un tirano de siete suelas, que tenía sicarios a su disposición y pasó a muchos de sus opositores a espada. Ello no es raro, puesto que en la Edad Media el fenómeno era bien conocido (hasta algunos papas, como Alejandro VI y León X, tenían algunos caseros para los trabajitos especiales). La religión, en sus tiempos más brutales, siempre se impuso con la fuerza de la espada.

Sin embargo, en un mundo moderno, en que existe el diálogo y el entendimiento y en que hemos heredado el preciadísimo bien de la democracia, el asesinato de una mujer en estas circunstancias es injustificable. En este sentido, Benazir Bhutto era una clara amenaza a la predominancia del machismo en la morisma, situación que se ha impuesto desde el nacimiento de esta doctrina: La mujer debe supeditarse al hombre, llevar un velo castrador (incluso a veces trajes que las tapen de pies a cabeza) e incluso, en los países más radicales, como Arabia Saudita, no mostrar siquiera el tobillo, no pueden votar, no pueden conducir vehículos, y menos tener cualquiera participación en la vida pública. Ni siquiera son ciudadanas de segunda clase, no son ciudadanas, los perros tienen más derechos que ellas, no pueden salir a la calle sin un hombre, nada. Son seres de última clase.

Así, se advierte la amenaza para el fundamentalismo islámico que hubiera significado el nuevo ascenso de Bhutto al poder, en una época en que el fundamentalismo islámico se ha radicalizado más que nunca ante el surgimiento de nefandos líderes como Osama Bin Laden y la horda talibán.

El brutal asesinato de la líder pakistaní constituye un golpe al mundo libre, porque nos pone en la cuenta de que muchos países aún no conocen las bondades de la democracia, y la paz relativa que hemos alcanzado en los últimos años, luego del final de la Guerra Fría, se está diluyendo, y el conflicto se está moviendo hacia el Medio Oriente, donde los valores occidentales han sido continuamente menoscabados y amenazados, para llevar a la región y al mundo al medievalismo más brutal.

Iquique

Después de haberlo meditado mucho, y de pensar detenidamente en la situación de los diversos lugares de Chile que he visitado, he decidido proclamar a Iquique como la peor ciudad de Chile. Muchos se enojarán por este predicamento, pero tengo razones más que fundadas para pensar esto, las que paso a exponer a continuación.

Este villorrio infesto está plantado en un farellón costero en la mitad del desierto norteño, es decir, en la nada. Ni siquiera hay riquezas naturales útiles. El salitre ya no vale nada, con cueva hay algo de cobre para los cerros lejanos. El emplazamiento de la ciudad es pegado a la costa, con unos 5 kilómetros de ancho y unos 15 de largo. Es un rectángulo donde se apiña toda una red de casas, comercio y gente, que alcanzan una población fija de aproximadamente 150.000 habitantes. Como es claro, la ciudad no da abasto, y las viviendas se apiñan unas encimas de otras.

La población de este caserío apestoso corresponde al típico fenotipo norteño tan bien descrito por el Almirante Merino (que Satán lo tengo en su santo reino): Auquénidos metamorfoseados que aprendieron a hablar pero no a pensar. A más de la carencia de proporción física de los moradores (que es un aspecto subjetivo: por lo menos para mí, son feitos), la gente es tímida y arisca, más bien salvaje, buenos para el trago y para el pito, sin modales ni urbanidad, de poca amabilidad y, lo que es peor, flojos y holgazanes a más no poder.

Cuando llegué a este pueblo no me cabía en la cabeza que el comercio cerrara a las 2 de la tarde y abriera a las 5 porque los empleados se iban a dormir siesta. Y no solamente en el sector servicios, sino también en las oficinas, reparticiones públicas, etc. Hasta los conserjes de los edificios. Eso en el mundo moderno no es concebible. Aún no entiendo, que, llegando a una gran tienda de la ciudad, no haya ningún vendedor que se acerque a atenderme como corresponde: y si uno pregunta, ponen cara de guanaco ofendido y espetan un seco “espéreme un shiquitito que estoy ocupado,” mientras conversan de lo lindo con otro camarada sacavuelta. Es para pegarse un tiro. No puedo comprender que las tiendas del mall cierren y abran a la hora que quieran, que el comercio muera el día domingo (incluso en la Zofri, que tanto alaban, no abren los domingos).

La evidente falta de urbanidad de la gente es abismante. Es como si todos vivieran en una ciudad, pero sin ser parte de ella. Todos vienen de paso y viven en su mundo privado, miran sólo al frente como los caballos. Los peatones no respetan el paso de los autos, los autos no respetan el paso de los peatones. La gente se achoclona en las calles, los vendedores ambulantes abundan, los pordioseros, generalmente curados o drogados, arrecian a toda persona que osa pasar por sus calles, casi amenazándolos para que les entreguen una moneda. Realmente se siente como si la urbanidad les viniera impuesta por la lamentable existencia de un Estado, y no por un verdadero sentido natural de vivir en sociedad, son como animales perdidos en medio de una selva de cemento, sin ningún sentido gregario. Cosa que me parece sumamente rara, habida consideración de la naturaleza social del hombre, que tiende a vivir en comunidades: el iquiqueño es como un lobito solitario, no soporta al del lado, así como tampoco aguanta la vida en sociedad, en cooperación con el prójimo.

Los servicios son sumamente precarios: el agua es cara y escasa, la luz se corta por lo menos un par de veces al mes, hay grandes porciones de la ciudad que ni siquiera están urbanizadas, y para qué hablar de si cuentan con servicios básicos. Los grandes solares de tierra emplazados hacia el oeste de la ciudad no han sido repartidos por la autoridad pública, sino que tomados por la gente para construir precarísimas viviendas, realmente indignas de ser habitadas. Y al gobierno comunal y regional le importa un comino.

Las autoridades no pueden ser más corruptas. La droga está en todas partes, pero los carabineros, policía de investigaciones y hasta los jueces están comprados, en una ciudad donde el poder de las sustancias ilegales es ingente. Luego de casi 30 años de gobierno totalitario de un alcalde populista y corrupto, el choro Soria, que se robó hasta lo que no se podía robar, y que se enriqueció a costa de la pobreza de la gente, de los fondos municipales y del tráfico de influencias, la ciudad está desgastada. Gracias a Dios el desgraciado aquél fue sacado de su cargo y hoy enfrenta a la justicia, que seguramente lo va a declarar inocente, dada la extensa red de sicarios que este señor maneja en vistas a conseguir sus objetivos. Hoy, la nueva alcaldesa, Mirta Dubost, no tiene nada: se encuentra con arcas municipales vacías, un edificio consistorial vendido y demolido con la promesa incumplida de crear uno mejor, con las reparticiones públicas dispersadas por toda la ciudad, sin un céntimo para reparar siquiera un hoyito de la calle, y acosada por un montón de chacales sentados en la mesa del Concejo, listos y dispuestos a repartirse patadas como los animales ante la más ligera provocación.

El tráfico de influencias en la ciudad es abismante: Familias emparentadas entre sí, (Sciaraffias, Gandolfos, Razettos, Sorias, Solaris, Rossis, de Bonis, etc.), al más puro estilo de la Cosa Nostra y la Camorra, que son los depositarios del poder informal, del manejo de las masas y del comercio. Las grandes casas comerciales de la ciudad pertenecen a familias emparentadas de dicha forma, que se enriquecen en oligopolios vergonzosos, hundiendo competencias, comprando a las autoridades, e incluso, en el comercio ilegal de sustancias prohibidas.

Su puerto es una vergüenza, literalmente impresentable: Unos sitiecillos mal agestados, sin calado para recibir siquiera una barcacita pesquera, con una infraestructura que es para llorar a gritos, con los muelles llenos de hoyos, unas grúas picantes que llegan a dar pena, siendo que la ciudad tiene todo el potencial, dada su cercanía con la tribu boliviana, para convertirse en un Terminal de paso de las mercancías que entran y salen hacia dicho país.

La inmigración es un problema serio. La ciudad ha perdido idiosincrasia de una forma brutal, es un pueblo de costumbres eclécticas, no parece chileno. Los peruanos no son un problema, ya que son más educados que los chilenos, respetuosos, de buenas costumbres, muy amables. Los problemas provienen de los bolivianos, que son bastante prepotentes, poco amables, de trato hosco y salvaje. Y para qué hablar de otras gentes. El chino y el hindú proliferan, especialmente llegados de sus patrias lejanas a hacer negocios en Zofri. Dos raleas especializadas en engañar a la gente mediante el comercio, y de costumbres que en nada se condicen con las nuestras. Los chinos dejan en todo lugar que van su estela a wantan y fritanga, mientras que los hindúes se bañan en un pachulí de nana que es capaz de averiar hasta la nariz más insensible.

En suma, si usted quería visitar Iquique en el futuro cercano, le recomiendo que no lo haga. Eso de que es el Miami chileno es más falso que el informe de factibilidad del Transantiago, la Zofri es un monumento a la estafa (en la práctica las cosas salen lo mismo que en el centro), la ciudad es fea y pobre, la gente no es amable ni simpática (si es rubio, lo más probable es que lo miren raro, preferentemente con cara de odio), y perderá tiempo y plata. Mejor pase de largo y váyase a Arica, que es más bonito, o pase derechamente a Tacna, donde la comida es barata y el cholo es sumamente agradable y cariñoso. No, si ya dije yo que este tierral del norte debimos habérselo dado a los peruanos y bolivianos y nosotros quedarnos con la Patagonia, ahora tendríamos mar por los dos lados, petróleo y ciudades bonitas como Ushuaia. No pierda su tiempo este verano, váyase a Villarrica, Valdivia, Chiloé, Argentina o Brasil. O al Caribe. Esta ciudad no es el Caribe chileno. No se acerca ni al callo del dedo meñique del Caribe, váyase al verdadero, ese con arena de coral y aguas turquesa. No a este con aguas negras de mugre y arena con pepas de sandía y melón con vino.

jueves, 30 de agosto de 2007

El lumazo de la discordia

Ayer vimos, en la protesta nacional convocada por la CUT, cómo al Senador Navarro le dieron, en vivo y en directo para todo el país, un manso ni que lumazo en la nuca que lo dejó viendo elefantes rosados.

Más allá de la legitimidad de la marcha de la CUT, que me parece sumamente discutible, creo que es importante referirse a la participación del honorable Senador Alejandro Navarro en esta marcha.

Primero, el Senador Navarro es un senador de gobierno, y si, como él predica, hay que apoyar al gobierno en las buenas y en las malas y cuadrarse con la presidenta siempre, no correspondía ir a una marcha reprobada por el gobierno a mostrar su linda cara frente a los “trabajadores”.

Segundo ¿qué clase de aserrín prensado tiene el senador en su cabeza como para que se le ocurra ir en primera fila a una marcha en contra del gobierno en donde se anunciaron desmanes y acciones de choque? No puede ser que sea tan limitado como para tirarse de guata al riesgo, más aún siendo un senador de la República, una autoridad nacional, una persona que, pro su relevancia para el actuar del país, debería tender a ayudar de otras formas, y no exponiendo al lumazo de un carabinero que sólo cumple su deber, ni a la molotov de algún niñito anarco-estúpido.

Tercero, ¿cómo un senador, un hombre que se supone estudiado, culto, con posibilidades, elegido por el pueblo por su calidad moral (es el ideal, no lo discutamos…), es tan ingenuo como para ir a una marcha de la CUT? ¿Todavía cree que la CUT es de los trabajadores y para los trabajadores? Bruto, francamente. Caer en las mentiras y engaños del Señor Martínez y de la Señora Rozas es de una ingenuidad que raya en lo pueril. Cómo no son capaces de darse cuenta que la cúpula de la CUT no son sino una sarta de timadores y alborotadores que juegan con la voluntad de la gente más humilde, que se llaman “trabajadores” cuando no le han trabajado jamás un peso a nadie porque viven de la teta de la Concerta, y que más encima muerden las manos que les dan de comer, los empresarios, la mayoría de ellos pequeños, y que algunos de ellos son capaces de hasta privarse del pan en sus mesas para pagar un sueldo digno a sus trabajadores.

La CUT, y esto no es ninguna novedad, no es sino una organización alborotadora que busca crear caos social para que sus desmedidas demandas sean atendidas. No echemos la culpa a los empresarios, echemos la culpa al gobierno, que es el que se ha negado a repartir de forma justa la torta del crecimiento entre todos los chilenos.

Es evidente que la gente tiene todo el derecho a manifestarse, y de la forma más pacífica posible, pero no es aceptable que personas que juegan con la voluntad del pueblo vengan a destruir nuestras ciudades por el hecho de no estar contentos con los empresarios ni con las personas que están en el poder. Para eso Chile es un país destacado por su estado de Derecho (más allá de los que digan algunos aprovechadores), en que las peticiones de la gente son escuchadas de forma clara, se oye la voz del pueblo, pero por los canales sociales que corresponden. No es posible que para hacerse oír, la gente tenga que destruir las cosas. Para eso están los parlamentarios populistas y demagogos como el Señor Navarro (¿ven? son útiles por lo menos), para poner esos temas en el tapete y trabajar junto al gobierno para su resolución.

Pero no, en vez de usar su poder e influencia en el Congreso para discutir los temas como la gente, el matita de arrayán florido se tiene que ir a meter a la protesta, a aparecer en la tele, mojado por el guanaco, llorando por las lacrimógenas, hablando de la violencia de Carabineros, y no de lo problemas que a la gente le interesan. Y el lumazo en la cabeza es un premio, porque así terminó de hacerse famoso, salió por lo menos un minuto en todos los noticieros centrales durante dos días, y después sale mostrando los puntos y pidiendo por favor que no den de baja al pobre paco que le pegó.

Claro que no lo tienen que dar de baja. Al contrario, deberían felicitarlo, porque, primero, le dio otros 15 minutos de fama a Navarro (para variar), y segundo, porque ese lumazo fueron tres puntos buenos, excelentemente bien puesto. ¿Qué tiene que hacer Navarro en una protesta? Debería estar viéndola por la tele o en el Senado discutiendo los temas que son relevantes para el país, como la reforma provisional, el salario ético y todas esas cosas. Pero es aquí donde demuestra el Senador Navarro su vocación popular, quizás demasiada. Le gusta ser el figurón del Congreso, y para eso no tiene ningún empacho para mezclarse con vándalos y con los flojos profesionales de la cúpula de la CUT y salir con la camisa mojada y llorando por las lacrimógenas, con tal de ganarse unos segunditos en la tele.

Senador: Váyase de payaso al Circo de los Tachuelas o al Morandé con Compañía, demás que así alcanza lo que tanto le gusta, la farándula. Y aproveche de cerrar la puerta del Senado por fuera, que el pueblo no quiere a figurines inútiles dentro de la sede legislativa.

domingo, 8 de julio de 2007

Capítulo IV: La gracia


La doctrina luterana da un papel fundamental a la gracia, entendida como la infusión de Dios que opera en los hombres para su conversión y su superación. Yo no comparto este papel, sino que me quedo con la atribución que de ella hace el catolicismo (como no estoy sometido a dogma, a los luteranos les da lo mismo que yo piense así).

La gracia, en la doctrina católica, puede ser operante o cooperante. La gracia operante es aquella infusión espiritual que eleva al hombre por sí mismo, sin que éste haga nada por su parte. Por ejemplo, para los católicos el bautismo es una forma de actuación de la gracia operante, porque sin ningún esfuerzo, el sacramento santifica y eleva al recipiente. Por otra parte, la gracia cooperante es aquella infusión espiritual que debe ser acompañada de la acción del hombre. En términos simples, reacciona sólo cuando hay voluntad del hombre en recibirla. Por ejemplo, para poder recibir la gracia del amor, hay que también hacer un esfuerzo humano por amar.

Para Lutero, la gracia es sólo operante. Ello por una explicación con sentido simple. La doctrina protestante sostiene que el hombre es incapaz de hacer las cosas bien por sí mismo, que es imposible que alcance la perfección, y que todas las buenas cosas que de él emanan son obra de la sola gracia de Dios, porque el hombre es intrínsecamente incapaz. Esta es una doctrina negativista que comprendo, pero no comparto.

Soy más partidario de la noción tomista-aristotélica de la gracia (que Lutero rechazó por el odio infundado y desmesurado que tenía a la escolástica) que de la doctrina más bien patrística que defiende el reformador.

Creo que el hombre es incapaz de alcanzar la perfección, pero igual Cristo le manda “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”: es decir, hay por lo menos un mandato de superación, y que no consta sólo en las Sagradas Escrituras, sino que cruza de forma transversal toda la historia humana. Es de la superación y de la búsqueda de la perfección de donde vienen los avances del hombre. Y de ello no creo que sea posible colegir que la gracia de Dios ha actuado por sí sola en este ámbito, es como decir que todos los científicos, al crear cosas favorables a la humanidad, hayan estado en un éxtasis místico viendo a Dios, cosa que es absurda. Pero que Dios coopera en las buenas obras de los hombres, creo que es un hecho innegable para los cristianos, por lo menos.

Pero lo que más rescato de la doctrina de Lutero, es su punto medio: Su acción y pensamiento en esta materia rescata en el mundo moderno, ante el fenómeno de incredulidad general que aqueja a la sociedad, la idea de que Dios no es un ser ausente, que viva preocupado de sus asuntos y no se acuerde de su creación. Muy por el contrario, es su presencia la que vivifica el actuar del hombre, lo purifica y lo hace agradable y presentable ante sus ojos. Es como si nos pasara dos hojas, una con la prueba y la otra con las respuestas para que rellenemos. Nuestra tarea es rellenar la prueba, pero las respuestas están dadas.

Dios, además de actuar de forma sola en la purificación de las obras humanas, también, a mi parecer, precisa del esfuerzo humano para poder hacer esto. Porque si el hombre no tiene obras que dar, Dios no las puede mejorar. Pero coincido en que el hombre por sí mismo es incapaz de toda obra virtuosa (en términos puros), porque es un ser que tiende a la falla, pero que a la vez aprende de los errores y es perfectible, de modo que es capaz de mejorar, y con creces todo lo que va haciendo en cada paso de su vida.

continuará...

viernes, 6 de julio de 2007

Capítulo III: Justificación por la fe


Creo, sin temor a equivocarme, que el punto más importante de la doctrina de Lutero es la justificación por la fe. El hombre no se santifica por sus buenas obras, sino por tener fe. La fe es un don personal, que nos permite vivir en comunión con Dios, comprenderlo y amarlo. Es la certeza de que Dios existe y está en nuestro camino para ayudarnos, y que al mismo tiempo, nosotros somos instrumentos de su voluntad en este mundo.

Sin embargo, esta no es una fe vacía, como la piensan muchos detractores de la doctrina de Lutero. El poner cara de santo no basta. La fe conlleva mucho más, en especial las obras. Pero la principal diferencia con el catolicismo es que aquí la fe no convive con las obras de salvación, sino que las obras son un producto exclusivo de la fe. La fe es un don primario, que hace que florezcan muchas más cosas. Y entre ellas, están las buenas obras. El que es bueno, es bueno porque tiene fe, porque ve a Dios y a sí mismo en el reflejo de los demás, y los ama como ama a Dios y a sí mismo.

Al mismo tiempo, la fe no es un don privativo. No siempre se nace con la fe. Ella es un músculo, que al igual que el amor, se debe trabajar para que dé abundantes frutos. Ella se entrena con la oración, con las obras, con el contacto personal con Dios, con la contemplación del Creador en la naturaleza. Y a más fe, más obras. Esto es muy importante, porque la fe sin obras es una fe muerta, como dice San Pablo. Y no porque vayan de la mano, sino por una relación causa-efecto: sin obras, no hay fe, la fe está muerta, porque es su verdadera presencia la que genera las buenas obras, que son las que permiten la salvación.

La justificación por la fe es el don que nos ha dado Cristo al morir en la Cruz. Si antes debíamos, además de tener fe, vencer al pecado, Cristo ha completado la segunda tarea por nosotros. Al vencer al pecado con el derramamiento de su sangre, nos ha dejado la tarea fácil, pero que a la vez tiene sus dificultades: creer en Él como el Dios Vivo, como el Hijo del Padre que ha venido a redimirnos. Y ello es difícil, especialmente en un mundo que nos tienta constantemente en sentido contrario, creando hologramas de dioses efímeros en los que centrar nuestra atención, y mostrándonos falsamente que Dios no existe, que es un mero invento del hombre para justificar su esclavitud. Respeto mucho a los que así piensan, pero, en mi caso personal, creo que basta fijarse en la naturaleza para ver que Dios existe. Basta ver el orden como está creado el mundo, la naturaleza de las cosas, la lógica de nuestras vidas, para darse cuenta fehacientemente que hay una orientación natural de todas las cosas hacia un creador, que el mundo no se ha creado solo.

Así las cosas, Dios no nos pide santidad, no nos pide castidad, no nos pide privaciones, no nos pide odiar, no nos pide discriminar: sólo nos pide creer, abrir las puertas de nuestros corazones para que él pueda depositar la semilla de la fe. Y de esta semilla, Él hace crecer frutos de gracia y de buenas obras.

continuará...

jueves, 5 de julio de 2007

Capítulo II: Martín Lutero


Tras un tiempo considerable de aridez espiritual, donde a pesar de ver a Dios en todas las cosas, como siempre ha sido mi filosofía, no encontraba explicación a muchas doctrinas en las que fui educado en el seno de la Iglesia Católica, me encontré con los escritos de Martín Lutero, un misterioso monje agustino que hace casi 500 años se hizo las mismas preguntas que yo.

¿Por qué, si Cristo vino a salvarnos, tenemos que salvarnos nosotros mismos con nuestras obras? ¿O sea, además de haber sido salvado por Jesús, tengo que pagar precios extra por el regalo que se me da? ¿Por qué existe una jerarquía para llegar a Dios? ¿Por qué, si Cristo ha perdonado mis pecados, tengo que confesarme con intermediarios? ¿Por qué, si el matrimonio es un sacramento bendecido por Dios, sus ministros se ven privados de él? ¿Qué de malo hicieron las mujeres que no pueden sacerdotes? ¿Por qué nuestra creencia en Dios debe estar supeditada a una supuesta “revelación” fuera de las Sagradas Escrituras? ¿Por qué, si Dios es uno y omnipotente, tengo que rezar a una pléyade de santos para que me ayuden? ¿Por qué, si el Papa es un hombre como tú o como yo, es infalible? ¿Acaso hay otros seres perfectos aparte de Dios? ¿Por qué, si Dios vino a liberarme con su verdad, debo tener una policía de sotana revisando lo que debo o no debo pensar?

Lutero, en mi humilde opinión, fue un visionario incomprendido. Un monje atribulado por los pesos que la Iglesia le ponía encima, un pensador que vio, de buena fe, una forma de cambiar los excesos de una institución que día a día se alejaba del mensaje que Cristo nos dejó, y se dejaba obnubilar por el brillo de las monedas en sus arcas, haciendo de la religión un gremio más entre todos los trabajos lucrativos que se estilaban en la época, haciendo del sacerdocio una institución sacrosanta, en que sus miembros gozaban de las más altas dignidades, como especies de semidioses infalibles, olvidándose que Cristo los mandó a servir y no a ser servidos.

Así las cosas, este “borracho alemán”, como lo llamó León X, protestó contra lo establecido, y buscó un nuevo orden en que la preeminencia no correspondiera ni al Papa, ni a los cardenales, ni a los sacerdotes, ni a los santos de todas las clases y layas que hay, sino a CRISTO.

Lo que más me impresiona de Lutero es que fue un hombre NORMAL. No era un ser sacrosanto, ni una eminencia en moralidad, ni un ejemplo de ética. Simplemente era un hombre que no estaba satisfecho con las respuestas que el catolicismo le daba y que, al ver que Dios le daba la razón mediante infinidad de signos, decidió buscar sus propias respuestas y compartirlas con el mundo. Y en muchas cosas se equivocó, especialmente porque dejó que su conflicto se politizara y por la ácida crítica que hace de los judíos, dejando a Hitler como un niño de pecho. Y claro que era pecador. Pero que su teología es novedosa, es innegable.

Lutero fue un hombre que luchó hasta el último día de su vida por lo que creía. Fue un verdadero predicador, un hombre que decidió salir a la calle a predicar el mensaje de Cristo sin pedir nada a cambio, un hombre que, sin abandonar las obligaciones que le imponía Dios, también supo satisfacer sus obligaciones terrenales. Se casó con Catalina de Bora (una monja conversa), tuvo cuatro hijos, y fueron una familia muy feliz; tuvo amigos, tomaba, hacia vida social y también ayudaba a los pobres. Amaba la música, y sabía tocar el laúd con pericia, además de cantar como ninguno. No fue en nada distinto a lo que son las personas comunes y corrientes de hoy

continuará...

Capítulo I: Chato del catolicismo


De un tiempo a esta parte he venido experimentando un cambio de pensamiento bastante radical en torno a mis concepciones religiosas, que me ha llevado a alejarme de la Iglesia Católica, con todo el respeto que le tengo, y buscar nuevos caminos en la comprensión de Dios.

La base principal de mi teosofía ha sido y siempre será Cristo. Creo de forma convencida que Cristo es el hijo del Padre, verdadero Dios y verdadero hombre, que se ha acercado voluntariamente al género humano para redimirlo de sus pecados y concederle la gracia de la vida eterna, habiéndose sacrificado por nosotros mediante la muerte en Cruz, regalándonos la gracia de la inmortalidad en su Resurrección y la esperanza de la Vida Eterna en su ascensión a los cielos.

Sin embargo, su mensaje ha sido distorsionado de forma grave durante más de dos milenios. En su nombre se ha guerreado, siendo que vino a dejarnos paz; en su nombre se ha discriminado y alentado la intolerancia, siendo que vino a decirnos que nos amáramos los unos a los otros; en su nombre se han impuesto dogmas inconexos y se ha esclavizado gente, siendo que vino a hacernos libres con la verdad; en su nombre se ha odiado, obviando que su principal mensaje fue el AMOR.

Además, siempre me molestó del Catolicismo (más bien de los católicos) su maleabilidad: decir “yo soy católico” no tiene ninguna importancia, salvo para el censo, en que hay que decirlo para hacer estadísticas. Para el católico promedio no tiene ninguna importancia ser revestido de tal condición, salvo para la primera comunión (en que hay que poner bonito al cabro chico para que los compañeritos no se burlen) y el matrimonio (en que todo tiene que estar casi como si fuera una ceremonia de los premios Oscar). De la misa ni hablar. Es un mero trámite lleno de formulismos poco claros, a la que la mayoría de la gente va porque se lo exigen o porque las culpas internas lo carcomen. Si preguntas “¿por qué eres católico?” es como si les metieras un ají en el poto, no saben que responder, se enredan enteros: “Porque creo en Cristo” (hay que ser tonto para no creer en Jesús, si es un hecho históricamente comprobado que existió); “Porque creo en la Virgen” (ahora la Virgen María es Dios…); “Porque me cae bien el Papa” (no comments…); o el típico “porque me criaron así” (¿voluntad de autodeterminación?). Así no hay religión que valga.

Esa falta de pensamiento y de determinación me enferman, es una necesidad generalizada e ingente de ser dirigidos por una persona superior, que moldee nuestros actos y voluntades en la vida exterior; pero cuando estamos en la privacidad, los mismos católicos se enojan porque no cachan qué cresta es un dogma, porque el Papa les dirige las vidas, porque tienen que ir a Misa, etc… y después dicen que son católicos, “pero a mi manera”. Las pinzas, se es o no se es, y no es pecado no ser católico, cual es el afán de encasillarse…

Otro de los grandes problemas que siempre tuve con la Iglesia Católica es lo que yo llamo (o muchos llaman) la “doctrina de la culpa”. Esa manía del católico de culparse, de flagelarse en el pecado. Todos somos pecadores, y mucho, todos cometemos errores, y no existe quien tenga una vida sin pecado. Pero de ahí a andar torturándose por ser pecador, ir a misa porque me carcome la culpa, una culpa que no tengo, tener que ir a confesarme con un cura igual o más pecador que yo, y que más encima tiene la tupé de mandarme al carajo cuando le digo que me acosté con una mina… o sea, es mucho. Inaceptable. No porque él sea un reprimido sexual tiene que condenarme al infierno por satisfacer mis necesidades biológicas. El pecado es una realidad humana, el que no peca no vive, y hay que aceptarlo. Si uno no se puede culpar por comer (porque o si no se muere), menos se puede culpar por ser pecador, porque si no lo fuera tendría alitas en la espalda y volaría por el cielo tocando arpa con una túnica blanca y cara de marica.

Entiendo que no es culpa del católico mismo, sino de una jerarquía que se ha acostumbrado a mandarlo donde Don Sata cada media hora por cada cosa que dice, piensa o hace. Si la realidad escatológica fuera así, con Jesús en el Cielo se quedarían la Virgen y Pinochet (como él decía, “yo soy un santo…). Además el mismo Cristo nos dijo “el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra”, así que el único que tiene derecho a lanzarme la primera piedra y hacerme reconocer mi condición de pecador es Él. Y lo hace frecuentemente. Y como Dios es ubicuo, no necesita hacer delegación de facultades en un cura, que más lo que me reta que lo que me ayuda, para saber mis pecados. Si Dios es atemporal, ya sabe mis pecados antes que los cometa, y si murió para salvarme de mis pecados, ya me los ha perdonado antes que los haya cometido. Y personalmente: no necesito la bendición de nadie para saberme perdonado y querido por Dios.


continuará...

Religión

Me he propuesto escribir una serie de artículos sobre religión, especialmente enfocado en el especial proceso de conversión que estoy viviendo, que me gustaría compartir, en especial para los que están aburridos de llamarse católicos.

Así que dentro de poco voy a ir escribiendo sobre el tema de a pedacitos, para que no sea una cosa larga y tediosa de leer .